No se nos escapa a ninguno que la década de los 90 del pasado siglo fue, como mínimo, complicada en lo que a superhéroes se refiere. Una nueva oleada de jóvenes artistas, que había entendido mal aquello del Grim and Gritty, revolucionó la industria como quien descorcha una botella de champagne, impulsándola violentamente hasta cifras de ventas nunca antes vistas en primera instancia, pero sin tardar mucho tiempo en perder toda esa energía gaseosa y sin condumio. Capitostes, editores y responsables en general se volvieron locos con la idea del Hot Artist todopoderoso. Los Jim Lee, Rob Liefeld o Todd McFarlane habían convertido el cómic de superhéroes en algo revolucionario y espectacular (al menos es lo que nos parecía por la época), pero a la postre vacío de contenido. No obstante, este es un género que ha nacido para reinventarse a sí mismo, sin duda esa es una parte importante de su idiosincrasia. Los cómics de superhéroes se basan en arquetipos de características mutables ¿? que viven en un universo compartido y están sujetos a falsa continuidad. El reinicio, el Ave Fénix. Por suerte varios autores esperaban agazapados a que el castillo de naipes se desmoronara. En 1996, Mark Waid fue el primero en dar un puñetazo encima de la mesa. Kingdom Come –creada al alimón con el dibujante Alex Ross– planteaba una sociedad del futuro neofascista secuestrada por seres con poderes que se comportan de forma egoísta e irresponsable; tras una nefasta explosión que arrasa Kansas (véase el simbolismo: la estupidez y el olvido del sentido del heroísmo destruía el hogar de Superman) los héroes clásicos de la JLA vuelven para intentar poner las cosas en su sitio, en el sitio del sentido común. Un trasunto de lo que había sido el panorama editorial, y una pista de lo que estaba por venir. El experimento salió bien, la gente responde. En 1998, mirando en la misma dirección y con la misma energía, Mark Waid se hace acompañar de Brian Augustyn y Barry Kitson para crear una miniserie que recupera el espíritu original de los héroes DC. El título: Liga de la justicia: Año Uno.
Guion: Brian Augustyn, Mark Waid.
Dibujo: Barry Kitson.
Editorial: ECC Ediciones.
Formato: Cartoné, 328 págs. A color.
Contiene: JLA: Year One núms. 1 a 12 USA.
Precio: 31.00 €.
La Liga de la Justicia debuta en el número #28 de la cabecera The Brave and the Bold reuniendo a los héroes más populares del Universo DC. Posteriormente, en 1962, en el número #9 de su propia cabecera (Justice League of America) presenciamos el capítulo de orígenes inicial. Dicho capítulo sienta las bases de la Liga y será susceptible de ser actualizado y retro-modificado a conveniencia. Muchos años después, la colección Secret Origins funcionaba como un cajón de sastre donde poner al día a todos los personajes de nuestro querido Universo DC tras las consecuencias cósmicas del megaevento Crisis en las Tierras Infinitas. Concretamente en el número #32 (1988), Keith Giffen y Peter David reinventan ese famoso número #9 de 1962. Es este hilo el que siguen Mark Waid y Brian Augustyn para realizar la serie limitada que tenemos entre manos. Si la obra de Darwyn Cooke sobre la JLA, La Nueva Fontera, funciona a modo de precuela incrustada en continuidad de los hechos mencionados, podría decirse que Liga de la Justicia: Año Uno es la digna continuación. En el tomo de ECC Ediciones reseñado, que reúne los 12 números de los que consta dicha serie, se cuentan los titubeantes primeros pasos de esta Liga de la Justicia en ciernes.
Waid y Augustyn escriben un relato que intenta traernos de vuelta a las raíces de un género muy querido por estos lares, el del pijameo más puro, heroico y colorista. Clasicismo con todas las consecuencias. En sus páginas, los autores despliegan un conocimiento enciclopédico del Universo DC que hará las delicias de los más deceítas, sobre todo en cuestión de amor por una trayectoria casi centenaria de capas, superpoderes, aventuras, romances e identidades secretas. Rigor y respeto máximos a la hora de intentar incrustar estos sucesos en la continuidad oficial (si es que hay una). La narrativa, para bien o para mal, bebe del ritmo de aquellos tiempos, mezclando unas aventuras fantásticas que bien podrían haber sido escritas en los años 60 con tramas personales adaptadas a nuestros tiempos (los de los 90), pero mucho más amables e introspectivas que la las de la norma por la época.
El ritmo del tebeo es el de una deliciosa pieza clásica, lento como él solo, cargado de textos de apoyo y globos de pensamiento que recalcan la información. El estilo vintage está plagado de ideas estrafalarias más propias de otros tiempos, como ese “rayo injertador genético”, o el plan para alienformar la Tierra, rescatado, en apariencia, de la Golden Age por Mario Puzzo para una peli de Superman. En cuanto al argumento, la conspiración de fondo está correctamente tejida desde el número 1 de la miniserie, pero vista con ojos del siglo XXI quizá resulte demasiado simple y facilona. En general, Liga de la Justicia: Año Uno es una vuelta a los orígenes con todo lo bueno y todo lo malo que eso conlleva. Sin duda el punto fuerte del tebeo reside en el cuidado que los autores ponen a la hora de desarrollar las relaciones entre personajes y sus conflictos de identidad, tan necesarios y propios de este tipo de historias. Mención especial para las dudas iniciales que alberga el Detective Marciano respecto a la especie humana, y también para esta revisión de la primigenia Dinah Lance (la que habría inspirado a la Laurie Juspeczyk de Watchmen).
Haciendo gala del gran conocimiento de la galería de personajes DC que poseen los autores, dentro de las páginas del tomo nos vamos a encontrar con multitud de personajes conocidos. La JSA cediendo el testigo (el concepto del legado, tan DC, tan imprescindible), la Patrulla Condenada como el grupo de parias conscientes de sí mismos, Batman, Superman, Átomo, Blue Beettle… Todos ellos reunidos en un clímax final que hace honor a la esencia ilimitada de la JLA que hoy día tenemos en mente.
En cuanto al dibujo, Barry Kitson utiliza un estilo verdaderamente comprimido, cargado de elipsis y con un montón de información por página. Al viejo estilo, pero con unas cuantas splash pages metidas por ahí, que para eso estamos en los 90. El trazo claro y el color casi plano remarcan esa sensación de clasicismo que le sienta como un guante a la historia que se nos quiere contar.
En definitiva, Liga de la Justicia: Año Uno es el tebeo perfecto para los amantes del pijameo deceíta más tradicional. Bien escrito, entretenido y plagado de guiños para la galería. Si buscan algo novedoso, rompedor o experimental este no es el lugar; si por el contrario echan de menos las viejas historias de superhéroes en mallas, llenas de color, optimismo y un sentido algo naif del heroísmo, entonces pueden ir pasando.