Howard Phillips Lovecraft es uno de esos escritores cuyas ideas trascienden con mucho su calidad literaria. La influencia del narrador de Providence ha generado decenas, tal vez cientos de adaptaciones y relatos derivados en casi cualquier medio que se nos ocurra: cine, TV, teatro, videojuegos y, por supuesto cómics. El mundo de las viñetas le ha dedicado numerosos homenajes. Tal vez los más conocidos son la revisión de Los mitos de Cthulhu, de Alberto Breccia, o ese maravilloso estudio de Alan Moore y Jacen Burrows titulado Providence, pero me permito recordaros que dedicamos ya un podcast a todo esto. Sea como sea, es indiscutible que Lovecraft es un pilar fundamental en la cultura occidental moderna… pero y ¿qué hay de oriente? Las montañas de la locura, de Gou Tanabe, tiene al menos una parte de la respuesta.
Las montañas de la locura adapta la novela prácticamente homónima (la versión original tenía un “en” delante), una rara avis en la producción lovecraftiana, mucho más centrada, por lo general, en relatos cortos y supone la segunda incursión de Gou Tanabe en la obra del genio de Providence. La primera fue El sabueso y otras historias de H.P. Lovecraft hace ya algunos años y parece ser que Las montañas de la locura es la consolidación de la relación entre estos dos autores, ya que en los últimos años, Tanabe se ha centrado fundamentalmente en nuevas adaptaciones de Lovecraft, que aún están por llegar a nuestro país.
Planeta Cómic nos trae este primer volumen de tapa dura con la primera mitad de la historia, que para quien no la conozca, nos sitúa en los años 30 en una expedición a la entonces prácticamente desconocida Antártida. Un equipo de científicos de la Universidad de Miskatonic se desplazará hasta el continente polar en busca de los misterios que puede encerrar un territorio que ha vivido al margen del tiempo. El problema será cuando descubran que lo que un día pisó la Antártida está más allá de toda comprensión humana.
Gou Tanabe se ve en la tesitura de tener que adaptar a un medio visual un escritor donde lo “innombrable”, “indescriptible” o “insondable” dejaba mucho a la imaginación del lector, donde la falta de capacidad de comprensión de la mente humana por asimilar lo que Lovecraft nos presenta va minando la cordura de los protagonistas y supone uno de los ingredientes fundamentales del grueso de su obra. Tanabe tiene que obligatoriamente ponerle forma, limitar aquello que en las mentes de los lectores de Lovecraft era un misterioso infinito y terrible y, teniendo en cuenta el papelón, la verdad es que sale muy bien parado.
Obviamente, cuando se trata de horrores lovecraftianos, ningún bicho con una forma física perceptible puede competir con lo que Lovecraft implantaba en nuestras cabezas, pero lo que pierde por un lado lo compensa por otro. Y es que pese a la indiscutible potencia de las ideas de Lovecraft, su prosa tiende a ser pesada, perifrástica y afectada y sus personajes son una voz de fondo. Tanabe maneja con habilidad un reparto y centra gran parte del peso de la obra en los diálogos directos entre los protagonistas y, pese a que no prescinde del todo de la narración omnisciente, hay mucho más hueco para los silencios o los diálogos de los que hablábamos.
Planos silenciosos, abiertos y detallados sustituyen las floridas descripciones de Lovecraft, consiguiendo paradójicamente una atmósfera muy similar. El vasto misterio del continente desconocido, hermoso e inhóspito y los recovecos orgánicos de todo lo que allí encuentran nos transportan a ese universo donde nuestros protagonistas están superados por completo y, sí, tal vez el acting de algunos personajes esté un poco pasado de registro, pero no mucho más de los que no tienen acostumbrados los códigos habituales del manga. Incluso podemos ver un cierto tratamiento en los rostros que podría recordar al cine expresionista alemán, con lo que un cierto histrión viene completamente a cuento.
Como también viene a cuento el increíble detallismo de los dibujos de Tanabe. Por regla general, un exceso de lucimiento en la faceta más puramente gráfica juega en contra de una narrativa clara y fluida, pero el detalle de los dibujos de Gou Tanabe marca los tiempos, convirtiendo viñetas en panorámicas suaves que requieren su tiempo por parte del lector, que nos transportan a la misteriosa inmensidad helada y que nos hacen perdernos en los pliegues de la piel de los horrores que encontraremos.
Las montañas de la locura, de Gou Tanabe, nos enseña que una buena adaptación pasa más por un entendimiento de la obra original y del medio de salida, antes que por una traslación literal párrafo por párrafo. Y si encima puede aprovechar para darnos un buen espectáculo visual, pues eso que ganamos.