No soy el primero ni el segundo que compara a Joann Sfar con Woody Allen. Ambos  son judíos y con un componente importante de este hecho en su obra, ambos muestran un humor de ironía fina y retazos surrealistas y ambos se empecinan en los vericuetos y obsesiones de las relaciones entre hombres y mujeres. Tal vez en otras obras suyas como Profesor Bell o El gato del rabino sea este último un tema más secundario, pero en su saga de Vampir y en concreto en L’amour, es el absoluto protagonista.

L’Amour (El amor sin amor) es el segundo volumen de Vampir, que vuelve a poner en las tiendas Fulgencio Pimentel tras agotar la edición anterior. Recopila los volúmenes 3 y 4 de la edición de Delcourt de Le Bestiaire amoureux, que a su vez recopilan los números 5 y 6 de la serie Grand vampire original más un nuevo volumen doble.

Seguimos con el foco puesto en Fernand, nuestro nosferatu protagonista y sobre sus líos en más de un sentido con las mujeres, pero también los de su amigo Richard, el ligántropo o los de Aspirina con los hombres. Sin embargo, aunque esto sea el núcleo central de L’Amour, sobre todo en la primera mitad tenemos otra trama paralela, y no menos importante, que gira en torno a la intolerancia y a las turbas descerebradas usando en esta ocasión a los brujos como metáfora.

Sfar y Sandrina Jardel, la que por aquel entonces era su pareja tanto literaria como sentimental, no nos plantean un hilo argumental único a lo largo del tomo ni un protagonista único. Se trata más de una serie de capítulos en torno a Fernand y el resto de los personajes del amplio reparto, en los que el subtítulo del libro “El amor sin amor” es crucial. Hablaba en el párrafo anterior de “líos” tratando de evitar otras palabras como “romance”, “amoríos” o cualquier otra de tintes más directamente románticos. La protagonista de la mayoría de la relaciones que vemos en L’Amour (El amor sin amor) es la atracción más básica, las pulsiones no siempre positivas, pero inevitables y sobre todo profundamente humanas, por más que en estas historias les sucedan a vampiros, brujos, fantasmas y hombres lobo. Curiosamente los personajes más inhumanos en L’Amour son los seres humanos en forma de muchedumbres iracundas.

No es de extrañar que el volumen esté dedicado entre otros a Guido Crepax y Georges Pichard, dos autores conocidos en gran parte por sus obras eróticas, y es que el erotismo es un componente fundamental en L’Amour. Pese a que el estilo casi naif, caricaturesco y alborotado de Sfar pueda no parecer a priori el más adecuado, el componente erótico funciona francamente bien y ni siquiera tiene que emplear anatomías canónicas o trazos apolíneos. Es más algo en cómo se miran y cómo se mueven los personajes, más en lo que comunican que en cómo están representados y eso, amigos, es narrativa. A estas alturas además, Sfar ya va dejando atrás las estructuras más rígidas del primer volumen de Vampir y poniéndose juguetón hasta eclosionar en el último volumen que recopila L’Amour, más en la onda de lo que veríamos después en Aspirina (que vendría a ser la secuela de este tomo).

L’Amour es todo un caótico torrente de emociones que pasa del humor al romance y después a la violencia descarnada o a lo que le toque. Está lleno de actitudes reprobables y explora la atracción sexual como algo no ya irracional, sino en contra de toda racionalidad. Es una galería de exposición de las tonterías que hacemos hombres y mujeres por impulsos carnales, de la que se hace difícil extraer una moraleja. Si acaso la moraleja sería que no hay quien entienda a las mujeres… ni a los hombres.