El favor popular de Ladrón de ladrones no está ni mucho menos a la altura de su importancia a nivel de Historia e industria. Se ha tendido a olvidar esta serie hasta tal punto que la primera vez que se editó en España se quedó incompleta a falta de solo un tomo, 6 grapas americanas.
Pero para entender su calibre es preciso indagar en la figura del ahora millonario y archiconocido Robert Kirkman. Hoy es una especie de encarnación del sueño americano en el frikerío, pero en el año 2000 era un veinteañero de Kentucky flipado de los tebeos que se lió la manta a la cabeza con una macarrada autoeditada llamada Battle Pope, junto con su amigo Tony Moore. Aquello tuvo la suficiente gracia como para que Image se fijara en aquellos dos chavales y permitiera poner en marcha Invencible y The Walking Dead. A partir de aquí la subida de popularidad es exponencial, pero tal vez conviene incidir sobre algunos detalles.
Es un hecho bastante conocido que en 2008 y debido al éxito cosechado, tiene lugar un acontecimiento único en la historia de Image Comics al convertirse Kirkman en el primer y único socio no fundador de la editorial. Un par de años después y con la serie de TV de The Walking Dead recién estrenada, presenta en la Comic Con su propio sello, Skybound, a semejanza de los sellos de la Image primigenia: Todd McFarlane Productions, Highbrow Entertainment, Top Cow… Skybound nace para dar cobijo a sus dos series emblema, pero también para dar cabida a nuevas y el título elegido para inaugurarlo fue Ladrón de ladrones.
En nuestros días, Skybound es uno de los sellos más prolíficos, populares y exitosos de Image, con montones de títulos fuera del área de influencia de Robert Kirkman, como Murder Falcon, Stillwater, Redneck o Ultramega, pero cuando en aquella Comic Con de San Diego de 2010 anuncia la llegada del sello, Ladrón de ladrones nacía como el modelo a seguir.
Hablamos de un Robert Kirkman recién entrado en el mundo de la televisión y de un viraje general del mercado de los cómics hacia el cine y la TV y Ladrón de ladrones tiene todos los ingredientes para haber podido saltar de medio. De hecho, incluso la mecánica editorial que planearon se asemejaba al mundo de las series de TV. Tal como comentaba José Torralba en la introducción de uno de los tomos de la anterior edición inacabada de Planeta, Robert Kirkman tiene aquí una figura de showrunner televisivo. Él pone la idea, unas directrices y su supervisión y serán otros autores los encargados de llevarlo a cabo. Este era el proyecto original de Skybound e incluso había una serie pactada con AMC, pero nunca llegó a ver la luz.
En cualquier caso, para ayudarlo en este arranque tenemos en el primer arco a un Nick Spencer en un momento de gloria, antes de caer en desgracia con su etapa en Spiderman. Es el Nick Spencer que venía de la tristemente inacabada Morning Glories, de la lamentablemente inédita T.H.U.N.D.E.R. Agents y que estaba metiendo la cabeza ya en Marvel. Para relevarlo, tenemos en el segundo arco a un James Asmus, también emergente en aquella época. Por aquella época estaba en Marvel tomando el testigo de Ed Brubaker con Capitán América y Bucky y encargándose de la serie de Gambito y otros proyectos mutantes. Posteriormente lo hemos podido ver al frente de Quantum y Woody, para Valiant, y después parece haber desaparecido del mapa de los cómics, probablemente en favor de la comedia, su otra cara profesional.
Pero por más que Kirkman lleve el timón, el pegamento de esta serie lo aportan Shawn Martinbrough y Félix Serrano. Fue una suerte en su día tener de vuelta a Martinbrough con Ladrón de ladrones, ya que no es especialmente prolífico y mucha de su obra está inédita en España. Lo conocíamos principalmente por su fantástica etapa en Detective Comics con Greg Rucka. Con su estilo de influencia noir con dejes de Alex Toth y un cierto parecido tal vez con Cliff Chiang, Phil Hester o incluso Sean Phillips, puede no ser el dibujante más dinámico del mundo ni deslumbrar por su despliegue narrativo, pero sabe dónde hacer el hincapié para dotar a la serie de atmósfera y poner el foco en el acting de los personajes, que son los dos grandes puntos fuertes de Ladrón de ladrones, y sobretodo hace gala de una elegancia en sus acabados, que es su gran sello de fábrica.
Con todo esto, la serie debuta en ese mágico año 2012, en que se data la llegada de la Image 2.0, y pone el foco en Conrad Paulson, alias Redmond uno de los mejores ladrones que existen si no el mejor en su oficio — como diría cierto mutante con patillas. Iremos conociendo a sus socios, a su ex, a su hijo y a la agente Liz Cohen del FBI, que lo persigue incansablemente. Entre su juego del gato del ratón, los golpes y los conflictos familiares — como buena serie de Kirkman — discurrirá esta serie, que aún no me explico por qué no fue un éxito.
Nada hay más proclive a los giros sorpresa y trampas al lector que lo que en cine viene a llamar Heist movies y tampoco hay ningún autor de cómic que mejor encaje en este tipo de recursos que Robert Kirkman. Bajo estos códigos, Ladrón de ladrones se introduce en ese arte del robo que tiene que ver con el engaño y casi la prestidigitación. Es casi un tópico, pero este tipo de películas se basan en esa parte de estafa y timo, donde el que muchas veces termina por ser embaucado es el propio espectador o en este caso el lector.
No faltará la escena de reclutamiento del equipo con sus nombres, alias y roles, sus capítulos con sus cartelas a lo Guy Ritchie y sus diálogos cortantes que parecen una competición-exhibición de ingenio, donde todos los personajes tienen a punto su réplica aguda. Al menos durante la primera parte, con guión de Nick Spencer, todo esto juega más más centrado en la exploración de los códigos del género y en transmitir esa efervescencia única de las heist movies, con todas sus hipérboles y argucias, que con darnos una historia naturalista o con visos de verosimilitud. Prima el escatimar información para luego sorprendernos, los combates dialécticos y los juegos de desestructuración narrativa atrás y adelante para menear los cubiletes como un trilero. Sin embargo, contrariamente a lo que se podría suponer de un autor especializado en comedia, en el arco de James Asmus todas estas prácticas se tranquilizan — sin llegar desaparecer — hacia una deriva más enfocada en las relaciones interpersonales y la construcción psicológica de los personajes, sobre todo de Redmond y su hijo, por más que un cártel de las drogas entre a complicar las cosas y aportar la dosis de acción.
Más allá de la elegancia del acabado de Martinbrough o la caracterización, tal vez lo que más llama la atención de su trabajo en Ladrón de ladrones es su planteamiento de página y narrativo, que dice mucho del propósito y la época en la que fue realizado. Todo el cómic se fundamenta en páginas de cuatro viñetas panorámicas a todo ancho, que son fruto, sin duda de aquella tendencia del widescreen que Bryan Hitch puso de moda con The Authority y que todavía tenía un peso enorme en los dibujantes de este momento y más aún cuando hablábamos de esta primera idea de un Kirkman metido en el mundo de la tele en busca de generar nuevas y lucrativas franquicias. Vivíamos aún momentos en los que el cómic pretendía ser cine e incluso sus recursos de moda — como aquellas escenas de repeticiones de cabezas parlantes tan de los tebeos de Brian Bendis y que también encontramos aquí — surgían de imitación al séptimo arte. Tal vez eso pueda ya quedar un tanto envejecido hoy día, pero el resultado en Ladrón de ladrones a este respecto consigue incluso ahora salvar escollos y meternos en esa ilusión de cine o TV.
Así que cada miembro del equipo ha jugado su papel en esta primera parte del golpe. Robert Kirkman «el cerebro», Nick Spencer y James Asmus «los trileros» y Shawn Martinbrough y Félix Serrano «los profesionales». Nos queda por conocer en los dos tomos que restan a esta edición de ECC a Andy Diggle, Brett Lewis y Adriano Lucas para completar el grupo, repetir y completar aquel viejo golpe fallido que dieron con Planeta y hacerse esta vez con el botín que sin duda merecen.