Cuando hablábamos el año pasado de la despedida de Paracuellos, mencionábamos un regusto amargo por ver despedirse a un octogenario Carlos Giménez. No sabría decir si se despide de sus lectores o se trata más bien de un diálogo más íntimo entre el autor y su obra en el que somos un poco intrusos. Sólo por el genio de todo lo que nos lega merecería seguir con nosotros y, a ser posible, regalándonos nuevas obras hasta pasados los 100 años, pero hay en este adiós, que ojalá sea larguísimo, un pequeño matiz de dulzor entre la amargura y es que obras como La última cena de los veteranos son una suerte de testamento, una oportunidad para el autor de dejar todo en orden.
Es inevitable de todos modos una cierta tristeza al leer La última cena de los veteranos, Paracuellos 9 o Punto final y Mientras el mundo agoniza, donde se despedía de Gringo y Dani Futuro, pero no hay más que llegar al final de este tomo para ver como tampoco es la intención de Carlos Giménez ponerse dramático con estas cosas. Salvo quizá la llamada trilogía del crepúsculo (Crisálida, Canción de Navidad y Es hoy), un poco más pesimista, por más que toda esta última etapa en la obra de Carlos Giménez esté envuelta de esa imagen de viejo gruñón y huraño que él mismo se ha encargado de difundir, sigue llena de comedia y de nostalgia y por más que esté teñida de cierta tristeza, la sonrisa está presente en todas y cada una de estas obras.
La última cena de los veteranos es el sexto tomo de su serie Los profesionales. Hacía casi 20 años desde que se publicó la quinta entrega de esta serie que comenzó en 1982 en la revista Rambla y que vendría a ser la tercera parte cronológicamente de la obra autobiográfica de Carlos Giménez, tras Paracuellos y Barrio. Un poco antes, llegaría Rambla arriba, Rambla abajo, a modo de epílogo y, también en este último lapso de tiempo, tendríamos Pepe, que viene a ser lo que hoy se llamaría un spin off centrado en la figura de José González. Pepe se encontraba muy cercano al espíritu de anecdotario de Los profesionales, que nos contaba la vida de aquellos dibujantes de tebeos de los años 60 y 70, trasuntos de los Beá, Luis García o Pepe González de la Selecciones Ilustradas de Toutain.
Llegamos al final de la cena donde cuatro veteranos se reúnen ahora en la Cafetería Lola para compartir batallitas entre cubata y cubata. Hablamos ya de señores que a diario meriendan una colección de pastillas como la lista de la compra y que podría decirse que están jubilados, si es que un dibujante de tebeos se puede jubilar. Por supuesto, los viejos tiempos estarán siempre presentes, la época del franquismo y de la clandestinidad y decenas de anécdotas de salones del cómic, al que podemos ver que han dedicado toda su vida, casi en exclusiva. Pequeñas aventuras se alternan con refunfuños de viejo, muchas veces de un modo anárquico e inconexo, tal como sucedería en la realidad, pero hábilmente mezclada con ficción, tal y como mandan los cánones de los buenos mentirosos cuentacuentos. De hecho, esta vez el trasunto del propio Carlos Giménez ya no es Pablo García, como en el resto de la serie Los profesionales, sino que inventa a Marcos Mora para la ocasión y es que por más que nos podamos creer todo lo que se nos cuenta en La última cena de los veteranos, no olvidemos que Giménez es perro viejo en esto de contar historias, con más de 60 años de experiencia, y nunca sabremos cuánto es real y cuánto es ficción.
Por más que en esta misma historia nos diga que su trabajo ya no tiene la misma fuerza, ni el mismo detalle, que se repite y su pulso y su energía ya no son los que eran, a cambio hemos ganado el oficio, la sabiduría y la visión global que solo la veteranía — unida a su inmenso talento — puede darnos y, cierto que podría ser que ninguna de esta última tanda de obras esté a la altura de sus mayores éxitos, pero el maestro aún tiene muchas cosas que enseñarnos.
Tal vez Carlos Giménez nunca ha sido el autor español más popular para el gran público, pero sin duda es el más grande entre todos los que amamos con locura los tebeos y es que los tebeos han sido un tema presente en toda su obra desde siempre y creo que nos deja muy claro que lo serán hasta sus últimos días.
Así, con este grupo de cascarrabias adorables que beben cubatas con Coca-Cola sin cafeína, nos despedimos de Los profesionales en un adiós que intenta quitar hierro y saber a un «hasta luego», pero que de alguna manera nos deja satisfechos, porque sabemos Carlos Giménez está teniendo tiempo de despedirse uno por uno de todos sus hijos de tinta y papel, de detenerse y arropar a toda su obra antes de darle las buenas noches.