De vez en cuando surge una obra que trasciende al aficionado medio del cómic para llegar a otro tipo de visitantes asiduos quizá de la cultura en general, aunque tal vez más ocasionales del mundo de las viñetas. Es muy pronto para saber si La sangre de la virgen se convertirá en un Persépolis, un Fun Home, un Agujero negro o un Ventiladores Clyde, pero hay un hecho en común con estas obras y es que, con su salida aún reciente, ha tenido ya más eco en la prensa generalista que en los círculos especializados en historieta.
Hace poco más de un mes salió recopilada por primera vez en USA esta obra de Sammy Harkham y ya se puede leer sobre ella en The Guardian, New Yorker o Los Angeles Times. Sorprendentemente, hemos podido verla completa antes incluso de la mano de Fulgencio Pimentel y también su presencia en medios como El País, La Vanguardia, El Mundo u Onda Cero ha llamado la atención. ¿Cómo es esto posible cuando nos referimos a la obra de un autor del que apenas había otro par publicado en castellano hasta el momento?
Por más que podamos ver recopilada La sangre de la virgen ahora, se trata de una obra con historia a sus espaldas. Debutaría serializada en la tercera entrega de Crickets, la antología donde Sammy Harhkam viene desarrollando esta y otras historias, como las publicadas también por Fulgencio Pimentel en Todo o nada. De esto hace ya catorce años y había expectación por ver la obra terminada de este autor de Los Ángeles, que ha ido creciendo con ella como artista en talento, oficio y reconocimiento, llegando a trabajar para medios como The New York Times, Vice o McSweeney’s.
La sangre de la virgen nos lleva a principios de los años setenta y pone el foco en Seymour e Ida, una joven pareja no excesivamente bien avenida con un bebé y una buena mochila de circunstancias. El hilo conductor y tal vez protagónico giraría en torno al rodaje de una película de bajo presupuesto que supone el debut de Seymour como director, tras años de machaca en la sala de montaje. Sin embargo, y aunque se habla mucho y con calma del mundo del Hollywood de tercera y el proceso creativo — no siempre movido por cuestiones artísticas —, estos y todo el resto de cuestiones que nos planeta Sammy Harkham giran en torno a Seymour e Ida y sus anhelos y frustraciones.
Y es que por más que haya dos protagonistas claros, La sangre de la virgen es una obra coral, no tanto en reparto como en temática. Es difícil escoger un solo aspecto en el que centrarla. Sammy Harkham nos habla de la inmadurez emocional, la toxicidad de pareja, esas cuestiones étnicas tan obsesivamente relevantes en los USA, la maternidad-paternidad y por supuesto, ese subsuelo del mundo de Hollywood tan alejado del glamour de las alfombras rojas y los grandes títulos de taquilla. Los años setenta fueron la época donde el cine de explotación tuvo su momento de gloria y este es el panorama en el que vive La sangre de la virgen. Recorremos ese mundo de rodajes llenos de improvisación y recortes sobre la marcha, de egos artísticos enfrentados y solo vencidos por la realidad del ínfimo presupuesto, de la farándula de segunda división de la ciudad de Los Ángeles y de la cara B del sueño americano donde se aloja toda esa inmensa mayoría que nunca lo conseguirá.
Sammy Harkham se niega a enfocar La sangre de la Virgen en un solo tema. Como en la vida, todo viene mezclado y sin acabar. Harkham ha declarado que ni siquiera había una historia planeada y tan solo quería volcar un poco de sí mismo en todos esos temas. Se hace complicado delimitar algo parecido a tres los tres actos convencionales o un arco determinado para sus personajes. Es posible incluso que los Seymour e Ida del final del libro no sean muy distintos de los del principio y no haya nada que pueda decirse que han aprendido. Tenemos un tebeo independiente que en cuanto a temática, estructura y maneras bien podría ser una peli de esas que nos llegan con el sello del festival de Sundance, una tragicomedia con más más interés por mostrarnos esos «slices of life» que por encajar en una estructura de historia canónica.
Pero pese a este vínculo con el cine indie, que pueda vérsele a nivel de planteamiento o el foco en el mundo del celuloide, no hay duda de que Sammy Harkham tiene clarísimo que lo que está haciendo es un cómic y, en gran medida, los parabienes y alabanzas de los medios con respecto a La sangre de la virgen giran en este sentido, en cómo exprime los mecanismos narrativos de la historieta. Y es que no es preciso irse a los malabares gráficos y narrativos de Chris Ware a la hora de sacarle rendimiento al lenguaje del cómic. Se trata de escoger los ritmos, manejar las elipsis, usar la compresión o descompresión de las acciones cuando es preciso… y todo esto puede hacerse, con rejillas regulares, páginas en base tres o cuatro tiras y recursos que son el ABC del cómic, rotos sólo cuando es realmente necesario o necesitamos llamar la atención sobre algo en concreto. Pasar de una serie de cuatro tiras de distribución más libre a una rejilla regular de 20 viñetas, nos lleva del mundo mundano de pareja a la vorágine del rodaje o a los momentos más emocionalmente intensos del drama. Aún no sé identificar exactamente cómo hace para que puedas percibir los silencios tensos entre frases del diálogo de la pareja protagonista sin necesidad de representarlos y lo distintos que son de los silencios que sí representa en esas acciones, en su mayoría mundanas y solitarias, que desmenuza en detalle. Tal vez en ese sentido podríamos emparentarlo con el Seth de Ventiladores Clyde, pero sin duda, Harkham es mucho más cálido, espontáneo y alejado de la obsesión formalista del canadiense
La sangre de la virgen es uno de esos tebeos que podrían dar de sí como materia de estudio, pero cuya misión no es tanto retozar en lo técnico, como hablarnos de dos personajes ricos, complejos, para nada modélicos, pero cercanos y ordinarios. Tal vez por eso una realidad que nos podría resultar tan ajena como el mundo del cine de explotación de los Ángeles en los 70 termina por resultar extrañamente familiar.