Cuando nos acercamos a un cómic buscamos, de forma ideal, una historia interesante que esté bien contada. Un guión bueno con una narrativa gráfica que acompañe. A veces el dibujo es un simple vehículo para contar la historia. A veces -la situación ideal- hay una sinergia entre ambos que hace que una parte potencie las virtudes de la otra. Y a veces, el cómo te cuentan una historia es más importante que la historia en sí misma. En la cabeza de Sherlock Holmes es precisamente una obra de esas características.
Con ello no queremos decir en absoluto que el guion de esta obra sea malo. En absoluto. El caso de la entrada misteriosa es una historia muy correcta, no perteneciente al canon Holmesiano de Arthur Conan Doyle pero muy respetuosa con él, tanto en tono y estilo como en continuidad. Como pastiche del detective más icónico de la historia de la literatura, cumple sobradamente, y en el caso de un misterio de estas características, quizás lo mejor sea acercarse a ella sabiendo lo menos posible. Digamos que la trama arranca con un médico amnésico en camisón corriendo por las calles de Spitalfields, un barrio de mala reputación durante el S.XIX en el que transcurre la historia. Y que Sherlock Holmes decide por propia voluntad investigar qué ha ocurrido para combatir el hastío, su auténtico gran enemigo.
Lo que es auténticamente brillante de esta obra es la forma de representar el proceso deductivo de Holmes. No nos cuenta la historia en primera persona, en una exposición en la que el protagonista vaya mostrando sus deducciones según las va haciendo, ni tampoco en tercera persona, con la resolución del caso como la gran traca de fuegos artificiales al final de la historia. Estamos ante a una narración a medio camino, en la que somos espectadores pero vamos viendo a la vez el proceso intelectual que el protagonista va desarrollando, separando la información realmente importante que le llega de la verborrea supérflua y uniendo unas pistas con otras con un omnipresente hilo rojo que finalmente nos llevará a la resolución del caso.
En el aspecto más clasico de la narración, el dibujante Benoit Dahan (Psico Investigador) ya cumple con nota. Su dibujo es expresivo, dinámico y carismático. Ya desde la primera página nos atrapa, pero la combinación de una interesante historia con una forma inusual de contarla nos mantiene enganchados hasta la última página. Pero no sólo a través del hilo rojo: a lo largo del tomo nos iremos encontrando diversos gimmicks que trascienden la bidimensionalidad de la página tradicional, desde la mismísima portada, troquelada con la forma de la cabeza de Holmes para permitirnos echar un vistazo a su palacio mental antes incluso de adentrarnos en su interior, donde los autores jugarán con transparencias, con páginas dobladas… trucos que no son excesivamente frecuentes, lo cual es de agradecer porque habrían entorpecido la lectura, pero dan un punto adicional diferente a la experiencia. La paleta de color elegida también cumple su misión: en los momentos de realidad, los tonos predominantes son cálidos, cercanos a un sepia que nos da la sensación de ambientación antigua, pero las escenas del palacio mental de Sherlock están coloreadas en tonos azules. No hay prácticamente nada en esta obra que no esté planificado al dedillo.
Como decíamos al principio, En la cabeza de Sherlock Holmes no es una historia revolucionaria, pero sí que es muy interesante para los fans del género detectivesco, aunque el trabajo del guionista Cyril Lieron queda eclipsado por un apartado gráfico espectacular. Lo importante aquí no es el qué nos están contando los autores, sino cómo lo hacen, y en este aspecto estamos ante un álbum excelente.
