Wilson Fisk construye un nuevo imperio. Kingpin ha cometido los más deplorables e imperdonables delitos, pero ahora todo eso forma parte del pasado. Ha vuelto a la ciudad que ama y tratará de que todos le vean como el mejor de los samaritanos.
Me encantan las buenas historias que convierten a villanos de segunda en verdaderas amenazas para el protagonista. Cierto es que hay villanos que no hay por dónde cogerlos, como el Zancudo o Rana Saltarina, por poner dos ejemplos de la galería de Daredevil; pero otros, como Kingpin o incluso Cabeza de Martillo, pueden dar mucho juego. Kingpin fue elevado a la categoría de villano de lujo después de pasar unos años como simple hampón hipertrofiado, y se ha convertido en la cabeza (y cuerpo) visible del hampa de Nueva York. Atrás quedaron los tiempos donde el crimen organizado en el Universo Marvel estaba en manos de la organización llamada Maggia (parece que el bullpen de los 60 no quería ofender a la verdadera mafia italiana que, atención, controlaba la distribución de los cómics de la época). En el Marvel actual, no se mueve un dólar sin que Kingpin se entere. O así era, hasta que el bueno de Wilson Fisk decidió dar la vuelta a su tortilla (una tortilla muy grande, con muchos huevos) y volverse legal. Para ello, nada mejor que lavar su imagen pública. Y hace falta mucho jabón para eso.
Fisk recurre a Sarah Dewey, una periodista caída en desgracia, para que escriba su autobiografía, sin omitir los detalles truculentos, bajo la premisa de que sacarlos a la luz es la única manera de purgar sus errores y que la opinión pública sobre él cambie. Después de todo, si se va a presentar a alcalde (con gran éxito, como se vio en la serie regular de Daredevil), nada mejor que un historial limpio. Lo que Dewey descubrirá, tras aceptar no sin pocas reservas, es un Wilson Fisk contradictorio, tan encantador como brutal, capaz de las mayores obras benéficas como de seguir amañando combates de boxeo y acabar con los que no sigan sus reglas. Las enormes manos del hombre capaz de estrangular a otro sin sudar son las mismas que un rato después consuelan a unos padres que acaban de perder a su hija. Dewey se ve seducida por su avasalladora personalidad y, por qué no decirlo, por el suculento cheque que le aguarda tras terminar el libro. Lo que no imagina es hasta qué punto cambiará su vida el convertirse en la cronista oficial del que fuera el mayor jefe del crimen organizado que ha conocido la ciudad de Nueva York.
No os dejéis engañar por la portada: Daredevil sólo hace un cameo de un par de páginas, y Elektra y Bullseye no sólo no aparecen, es que ni siquiera se les menciona. Spiderman sólo aparece dibujado en un pijama y el resto de la comunidad superheroica de la ciudad ni está ni se le espera. Este es un tebeo dedicado en exclusiva a Kingpin cuya presencia llena, como no podía ser de otra forma, cada página. La historia de Matthew Rosenberg (Ojo de Halcón y Soldado de Invierno) nos mantiene en constante vilo alrededor de los personajes de Fisk y Dewey. Mientras que el primero es una incógnita, al no saber sus verdaderas intenciones, Dewey es una víctima de su propia pobreza, teniendo que aceptar un trabajo que le repugna a cambio de una oportunidad de enderezar su vida: dejar el alcohol, recuperar a sus hijos tras un divorcio traumático, mudarse a un apartamento mejor… Si bien yo, personalmente, no tengo ninguna duda de que Wilson Fisk no se ha reformado en absoluto, y que todo este lavado de cara no es más que una artimaña para hacerse con la alcaldía de Nueva York y seguir con sus tejemanejes impunemente, el guionista Rosenberg juega al despiste y prepara al personaje para su siguiente gran paso. Le redime, le hace adorable para el gran público, entierra su pasado criminal bajo millones de dólares invertidos en obras benéficas, de manera que hace que el lector (y el neoyorquino marveliano) se pregunte «¿Quién es realmente Wilson Fisk?»
A los lápices y tintas tenemos al veterano pero poco frecuentado Ben Torres, cuyo primer trabajo (y el más conocido) fue el descarado toque Dark Knight que dio al personaje de Big Ban Comics Knight Watchman (Image, 1998). Torres ha dedicado la mayor parte de su carrera profesional al diseño de personajes para cine y empresas jugueteras, lo que le ha dejado poco tiempo para el cómic. Y esto se nota en sus páginas, en las que abusa de referencias (sobre todo de Arthur Adams y Frank Miller), y en lo estático de sus personajes. Torres intenta meter demasiadas cosas en cada viñeta, como una fotografía de un instante en el que varios personajes hacen varias cosas a la vez. Y esta técnica no vale para el arte secuencial. El español Miguel Sepúlveda (Green Lantern: El tercer ejército) dibuja el número 4 de la serie, lo que es una evidente mejora con respecto al trabajo de Torres. Sin embargo, su trabajo parece apresurado, como evidencia también que haya recurrido a una pareja de entintadores, cuando Miguel prefiere, habitualmente, entintar sus propios lápices.
Panini Comics ha publicado en España los cinco números de esta miniserie de Kingpin, que enlaza los acontecimientos vividos por el personaje en Civil War II con su victoria en las elecciones a la alcaldía de Nueva York. Una colección de relleno e intrascendente que, al igual que la cancelada serie regular anterior, sólo satisfará a los fans del personaje y a los amantes de las historias de gangsters.