Hace no mucho hablaba por aquí de Killadelphia, una de las últimas series de Image Comics publicada en España por Norma Editorial. Se trata de un título que, pese a su nominación al premio Eisner, no ha levantado demasiado ruido. Algo que me sorprende, porque normalmente el hecho de estar relacionado con la temática vampírica ya suele provocar algo de ruido transmedia.
El caso es que el primer tomo de Killadelphia me dejó con el culo pegado a la silla. Me encantó cómo Rodney Barnes nos cogió de la mano para conducirnos a lo largo de una montaña rusa de emociones con un tebeo que mezclaba con eficiencia el thriller político con el género de terror, que no estaba exento de sorpresas, a la par que rezumaba personajes carismáticos.
Killadelphia. Un thriller con colmillos
La historia hasta ahora nos dejaba con una Filadelfia que era asolada por un ejército de vampiros gobernados por John Adams, el ex presidente de Estados Unidos. Pues bien, aunque en el puñado de capítulos incluidos en este volumen la historia avanza un poco, es cierto que Rodney Barnes pisa a fondo el freno para pararse a construir y enriquecer el mundo que ha creado de manera un tanto excesiva.
Cabe recordar que el guionista de Killadelphia proviene del mundo de la televisión (ha trabajado en American Gods o Wu Tang Clan: The secret history). Digo esto porque es muy habitual que en las producciones catódicas, tras enganchar al personal con un primer capítulo (o a lo sumo dos) explosivo, la narración pase a ser mucho más pausada.
Esto hace que la sensación dejada por el segundo volumen de la serie (presumiblemente serán solo cuatro) sea de ligera decepción, porque parece que Rodney Rames no tiene muy claro a donde ir… O más bien tiene demasiadas ideas para desarrollar, y fruto de ello distribuye el espacio que dedica a cada trama de manera algo chapucera.
Por ejemplo, en el primer volumen vimos el drama de los Sangster, padre e hijo, que se metieron de lleno en nuestros corazones y nos lo dejaron encogido de emoción. Pues bien, el dramatismo de las dos generaciones de una familia queda desdibujado por una decisión cuyo sentido no acabo de entender. También seremos testigos de cómo Barnes nos presenta a un personaje de nuevo cuño para, poco después, exterminarlo y que se nos quede cara de tontos.
El mayor protagonismo de esta continuación de Killadelphia se lo lleva Abigail Adams y todo su linaje. Rodney Rames profundiza en las raíces de la familia Adams, retrocediendo y avanzando en el tiempo. Y vale, lo que cuenta resulta interesante al lector, pero este probablemente no dejará de preguntarse qué pasa con la situación sobre la que, supuestamente, se sostiene la serie.
Sobra decir que Rodney Barnes es un buen escritor y que las críticas que recibe la serie en este tomo (bastante generalizadas por lo que he visto en la red) son principalmente causadas por las altas expectativas que nos creó él mismo. Si esto no es morir de éxito…
No obstante, si conseguimos despejar la cabeza de estos nubarrones, seguiremos disfrutando de un tebeo de vampiros muy diferente a cualquier otro que hayamos leído. En estas páginas además sigue ampliando el espectro sobrenatural de Killadelphia con la aparición de hombres lobo en una historia en blanco y negro entintada por el gran Bill Sienkiewicz.
Y ya que hablamos del aspecto artístico de Killadelphia, he de decir que la serie sigue estando a un gran nivel gracias al buen hacer de Jason Shawn Alexander a los lápices y Luis NCT al color. El tándem consigue crear una atmósfera opresiva y truculenta con unos resultados espectaculares o espeluznantes según toque.
Por su parte, la edición de Norma Editorial en rústica es impecable e incluye una galería de portadas alternativas a modo de extra.
Veremos por donde van los tiros en el siguiente volumen. Como mínimo, estoy intrigado.