París, 1943. Justin tiene veintidós años. Está enamorado de Renée y quiere casarse con ella. Pero el Gobierno colaboracionista de Vichy crea el STO, el Servicio del Trabajo Obligatorio, para surtir de mano de obra al país invasor. Como centenares de miles de jóvenes franceses, Justin es obligado a irse a Alemania. Igual que todos ellos, ignora lo que le espera allí. Toda su vida, Justin se arrepentirá de haber obedecido a Vichy. ¿Pudo elegir?
El Servicio de Trabajo Obligatorio, instaurado en Francia en 1943 bajo el gobierno colaboracionista de Pierre Laval, fue una sangría de trabajadores franceses, que tuvieron que cubrir las vacantes dejadas en las fábricas alemanas por los jóvenes locales que eran enviados a los diferentes frentes en guerra. Aunque muchos franceses marcharon voluntarios a Alemania, bien por las condiciones salariales o para ser intercambiados por algún familiar prisionero, alrededor de 600.000 obreros franceses fueron obligados a marchar a trabajar a Alemania, bajo penas de cárcel y multa. Muchos años después, a estos emigrantes forzosos se les sigue equiparando con los voluntarios o, lo que es peor, con los colaboracionistas. Este cómic pretende desvelar para el gran público un lado oscuro de esta guerra, y hacer justicia a esos exiliados por el STO.
El tema de la Segunda Guerra Mundial me resulta casi tan aburrido como el de la Guerra Civil Española. No lo puedo evitar, los relatos bélicos me aburren (sólo salvaría Trampa 22, y con reservas), e incluso el cine bélico no consigue llamar mi atención. Si encima la historia que me cuentan no trata sobre la guerra en sí, sino que se centra en insistir en lo malos que eran unos y lo buenos que eran otros, el relato pierde mi atención definitivamente. Qué se le va hacer, cuestión de filias y fobias particulares. Pero de vez en cuando aparece una historia que, por algún motivo, despierta mi interés. No por el tema, puesto que en este Justin nos encontramos ante el enésimo relato de una pareja separada por la guerra, de sus penurias y trapicheos para salir adelante, y de cómo él es enviado a un campo de concentración trabajo y blablabla. Pero aquí hay algo más, un je-ne-se-quois, que me ha mantenido con la nariz pegada al papel durante hora y pico.
Podría ser el absorbente guion de Julien Frey, que nos presenta a un protagonista cuaquiera, un hombre de la calle como tú o como yo, que se ve envuelto en una situación que le supera. Con 22 años su padre les abandona a él, su madre y su hermana, y habría de convertirse en el hombre de la casa, si no fuera por que es su madre la que da las órdenes. Para colmo, se enamora de una joven casada, aunque en trámites de divorcio, y da con sus huesos en la cárcel durante dos meses por traficar con cartillas de racionamiento falsas. Aquí, Justin, al tener la opción de evitar la cárcel sirviendo en la falange africana (el frente alemán en Túnez contra los Aliados), decide ser fiel a sus principios y aceptar la pena de cárcel. Es en este punto donde vemos cómo se forja el carácter de Justin, y el paso que da aquí es decisivo en su vida posterior. Al ser reclutado a la fuerza por el STO, Justin tuvo la opción de convertirse en un refractario, y huir a África del Norte atravesando España, para unirse a los luchadores de la Francia libre, o bien convertirse en un maquis miembro de la Resistencia francesa. Pero Justin no era un soldado, ni un luchador: aceptó irse a Alemania a trabajar, seguro de que su novia le esperaría y que con el dinero ganado podrían casarse. Después de todo, en el frente podrían pegarle un tiro, mientras que en las fábricas alemanas estaría más seguro.
Pero sobre la Alemania en guerra también llovían las bombas. Alrededor de 30.000 obreros franceses no regresaron a sus hogares, víctima de los bombardeos, de las malas condiciones sanitarias en que les encerraban o por pura brutalidad de la Gestapo. Justin escapa del campo de trabajo y regresa a Francia, donde vive en la clandestinidad hasta la liberación de París por parte del ejército Aliado. Y he aquí la carga que le acompañará toda su vida: la doble culpa por no haber luchado contra los nazis cuando tuvo ocasión, y por haber regresado con vida a Francia cuando muchos otros compañeros obreros murieron en Alemania. El personaje de Justin está tan bien caracterizado que es imposible no sentir empatía por él. Es sólo en su madurez cuando realmente hace las paces consigo mismo y sus fantasmas.
Nada de esto habría sido posible sin el maravilloso dibujo del castellonense Nadar, un autor con una sensibilidad especial para con estos ambientes y personajes urbanos. Su pincel varía de grosor no sólo para distinguir entre planos cercanos y lejanos, sino que también se vuelve sucio para mostrarnos la brutalidad y la barbarie de la guerra, la crueldad de los soldados alemanes y las muertes absurdas de los refugiados en los caminos. Por el contrario, en los momentos en que vemos juntos a Justin y su novia Renée, su trazo se suaviza y nos lleva de la mano por esas hermosas localizaciones parisinas: el antiguo matadero parisino de Vaugirard, donde hoy se alza el Parque Georges Brassens, la Estación del Este o uno de los Théâtre Guignol que abundan en sus parques. Nadar hace suyos los personajes y los decorados y los llena de detalles. Especialmente entrañable me ha parecido el de los STO que van a coger el tren rumbo a Alemania, provistos todos ellos de su hogaza de pan y su salchichón para el camino. ¿Habéis probado el sausisson du sanglier au poivre de la Val-Cenis? Maravilloso.
Julien Frey (Lagny-sur-Marne, 1977) es licenciado en cine, y en sus inicios escribe guiones para animación infantil como Casper o Geronimo Stilton. En 2014, en colaboración con Dominique Mermoux, publica Un jour il viendra frapper à ta porte (Delcourt), su primer álbum autobiográfico sobre la investigación de los orígenes y el deber de la memoria. Realiza el guion de Míchigan (Ponent Mon, 2019), con dibujos de Lucas Varela. Tras El cineasta (Astiberri, 2020) y este Justin, trabaja con Nadar en un tercer proyecto.
Nadar (Pep Domingo) (Castelló de la Plana, 1985) ha ganado varios premios en certámenes de cómic españoles (Portugalete, Cornellà, CAM, INJUVE…). Después de licenciarse en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona, publica sus primeras historias cortas en revistas como Dos Veces Breve. En 2012 se le concede la beca AlhóndigaKomik (Bilbao) gracias al proyecto de Papel estrujado (Astiberri, 2013), que consigue el premio del público a mejor obra en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona 2014. Con El mundo a tus pies (Astiberri, 2015), consigue las nominaciones a mejor obra de autor español y autor revelación en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona 2016, así como el premio “Entender el presente” en el salón Splash Sagunt del mismo año. ¡Salud! (Astiberri, 2018), con guion de Philippe Thirault, y El cineasta (Astiberri, 2020), con guion de Julien Frey, son sus anteriores obras, antes de Justin.
Olvidaos de las reticencias iniciales. Este Justin, publicado por Astiberri, no es sólo una encantadora obra sobre una pareja separada por la guerra; es un alegato en favor de todos aquellos injustamente tildados de colaboracionistas, y que en realidad no hicieron sino cumplir las órdenes dictadas por su gobierno títere de los alemanes. Si queréis echar un vistazo a las primeras páginas del cómic para terminar de decidiros, si es que aún no lo estáis, podéis hacerlo aquí.