Cuando levantaba menos de un metro del suelo mis referencias animadas eran muy variadas, al igual que los mensajes y valores que pretendían transmitir. Desde el respeto por la naturaleza de David el gnomo, hasta la camaradería y el tesón de los Caballeros del Zodíaco. Durante los ochenta y hasta mediados de los noventa, el aspecto de los dibujos animados ya te daba una pista de lo que te ibas a encontrar. Series con un humor muy blanco de aventuras llenos de animalillos y dibujos cartoon, o productos que por su estética más cercana al realismo vaticinaban acción y puede que algo de sangre —incluso roja si había suerte y ningún padre exacerbado veía indicios de doctrina demoníaca en lo que consumían sus hijos por televisión.
Creo que desde mediados o finales de los noventa algo cambió ligeramente en estos productos, haciéndose cada vez más difícil discernir el corte de las animaciones atendiendo únicamente a su aspecto, y la sangre y la violencia se empezó a guardar en frasquitos que desparramar junto con humor directo y de cuestionable sutileza en series ya puramente adultas. Una evolución que continuó hasta llegar a productos cuyo principal referente podría ser Hora de Aventuras, que aunque puede ser disfrutada por un crío de diez años —que también ve este tipo de entretenimiento—, parece estar hecha para que el jugo lo exprima una persona de veinte años, o los que hace una década tenían veinte años.
Y esto último me parece perfectamente aplicable a la industria del cómic.
Skottie Young ha creado un tebeo con un poco de todo. Pervierte al personaje poochie y lo llena todo de sangre, sangre de todos los colores, en una historia que pese a su violencia, es disfrutable tanto por un treintañero que busque algo sin pretensiones y con un gran arte, como por un chaval al que las burradas le entusiasmen.
Hace cosa de un par de meses, Panini Comics lanzaba el primer tomo de I hate Fairyland dentro de su sello eVolution Comics; una serie de Skottie Young para la editorial Image en la que no solo aporta su destreza con los pinceles, sino que también escribe el guion. El color corre a cargo de Jean-François Beaulieu, que ya ha hecho equipo más veces con Skottie Young en series como Rocket Raccoon/Groot o esos tebeos que enfrenta las versiones «pequeñiques» de Vengadores y Patrulla X.
I hate Fairyland: Loca para siempre, nos presenta la gamberrada protagonizada por Gertrude, una encantadora niña de seis años, en apariencia, que lleva alrededor de treinta primaveras buscando la forma de escapar de un mundo multicolor infestado de hadas y criaturas mágicas cuyo nivel de «moñería», salvo excepciones, resultaría cargante incluso a Winnie de Pooh. Lo que debería resultar un dulce juego onírico para la niña: encontrar una llave y largarse echando leches de ese mágico lugar; termina siendo todo un suplicio para Gertrude, que no parece muy ducha en eso de las yincanas, y termina optando por la barbarie y el salvajismo en su empresa. A Gertrude le acompaña la mosca Larry, que a estas alturas de la película ya está tan hastiado que se pasa sus funciones de Pepito Grillo por el arcoíris. La protagonista, por su parte, alivia su frustración con baños de sangre sin hacer ascos a ningún tipo de arma para desesperación de la Reina Nubela, quien empezará a tomar medidas para deshacerse del origen de la devastación que está padeciendo su mundo de ensueño.
Lo más espectacular de este I hate Fairyland: Loca para siempre es sin lugar a dudas el portentoso dibujo del señor Young, quien con ese característico estilo cartoon tan jodidamente bonito logra crear un poderoso contraste con el gore que encierra la obra. Es como si las Supernenas fuesen al valle feliz de Happy Tree Friends para ayudar a los animalillos a desgraciarse con mayor premura. Además, ese color saturado usando toda la paleta de Jean-François Beaulieu ayuda a crear una sensación de cuento para niños, solo que en este cuento los niños corretean, resbalan con la sangre de sus amigos… y se hacen trizas. Son viñetas que no puedes dejar de mirar, corriendo el serio riesgo de sufrir un ataque epiléptico.
Pero creo que I hate Fairyland: Loca para siempre también tiene su parte negativa. En ningún momento la obra peca de pretenciosa, y es lo que es, un entretenimiento rebelde y liviano. El problema es que, aunque sí que hay un par de intentos de darle más mordiente a lo que promete la sinopsis del tebeo —incluso el cliffhanger del quinto número que cierra el tomo es bastante prometedor—, a nivel de historia no da mucho de sí. Si el par de chistes estirados no te hacen demasiada gracia, puede pasar que te fascinen las viñetas pero tengas una sensación de déjà vu y, a la larga, se puede perder el interés en lo que te cuentan.
A mí personalmente no me ha dicho gran cosa a nivel de guion, pero es que es tan bonito maldita sea, que es imposible no pasar páginas. Se agradecen algunos homenajes a otras obras como Star Wars o El señor de los anillos.
La edición de Panini en tapa dura está muy bien, e incluye un prólogo bastante extenso e interesante del autor, así como un buen montón de deliciosas portadas alternativas de diferentes dibujantes.
Este I hate Fairyland: Loca para siempre es sin duda uno de los tebeos con mejor apartado gráfico del año 2017, cuya continuación podremos disfrutar en marzo. Me volveré a arrimar a Gertrude a ver cómo le va, aunque desde lejos; la muchacha tiene poca paciencia… y mucha destreza con el hacha a dos manos.