Comenta Julián Clemente al principio de este tomo que a pesar de ser un villano clásico, Electro nunca ha sido realmente un gran enemigo del arácnido. Es verdad. Es uno de los más veteranos, tiene grandes poderes y se conforma con ser un segundón en toda regla.

Nunca podrá ser tan temible como Norman Osborn (y sus herederos), tener un pasado digno de un drama teatral como Kraven, o sencillamente ser más que un pobrecillo que no sabe manejar sus propios dones para poco más que robar bancos.

Al menos así era hasta ahora.

Mike Costa ha decidido que esto debía cambiar y que si en esta historia los protagonistas son diferentes Spiderman (y Woman) de varias realidades, también podía hacerse lo mismo con el conocido Maxwell Dillon.

Con esta premisa básica el lector tiene entre sus manos una aventura entretenida, cumplidora y que deja entrever un poco más entre la miriada de realidades de Spiderverse. Una apuesta que dice de forma clara que eso no era todo, que hay mucho más por contar y que lo mejor todavía está por venir.

Por supuesto hay que alabar también a David Baldeón, un dibujante al que muchos conocieron gracias a su colaboración en Fanhunter (la creación de Cels Piñol) y que desde entonces no ha dejado de crecer hasta convertirse en uno de los nombres imprescindibles del cómic actual.

Su buen uso de la anatomía humana y de los rostros hace que cada personaje cobre vida propia, tenga su propia personalidad y sea único. No solo en lo que a los arácnidos se refiere, también a las diferentes versiones de Electro y algunos otros villanos que se dan cita en este tomo.

La pregunta es esta, ¿merece la pena gastarse los cuartos en este cómic? Sí, un sí rotundo. Es más, no es necesario que conozcas a ninguno de los personajes o la historia de fondo, se puede disfrutar igualmente de una aventura que engancha y es divertida en todo momento.

Spiderverse fue, hay que reconocerlo, un arma de marketing muy bien llevada y gracias a esa jugada, y repitiendo lo dicho, lo mejor está por venir.