Katie O’Neill está consiguiendo, con cada nueva obra que publica, crear su propio género dentro del cómic infanto-juvenil. La guardiana de las polillas, editada también por La Cúpula, vuelve a trasladarnos a ese universo que, bien podría ser el mismo de Bahía Acuicornio o La Sociedad de los dragones de té, con personajes que tienen rasgos animales y se mueven por un respeto absoluto hacia el mundo animal, la naturaleza y las tradiciones. Cómics supuestamente dirigidos a un público de corta edad pero que puede disfrutar cualquier tipo de lector, puesto que los temas que toca pueden resultar igualmente atractivos para un lector adulto, por la sensibilidad de la obra y las sublecturas que tiene.
En esta ocasión, nuestra protagonista es Anya, una joven que asume el legado de ser la guardiana de las polillas, unos animales que resultan fundamentales para mantener el árbol de la Flor Nocturna, responsable de bendecir a la aldea de la noche y a sus habitantes. La tarea de ser guardiana no es nada fácil, puesto que implica cuidar de ellas todas las noches, soportando las inclemencias meteorológicas y de mantenerse despierta para impedir que se pierdan, algo que Anya se toma muy en serio, aunque requerirá de la ayuda de su amiga Estell y de los adultos Yeolen y Aimoss, que sirven tanto de mentores como de guías para la joven y su tarea.
Una vez más, la obra supone un canto continuo a las profesiones artesanales y a las que van pasando de generación en generación, en un mundo sin tecnología en el que pueden sobrevivir exclusivamente con los recursos naturales sin ningún problema. Se combinan la tradición, la naturaleza y las criaturas fantásticas que dan sentido a estas sociedades con un marcado carácter, no tanto teológico, como de dejarse mover por el sentimiento de protección de dichas criaturas, y de la necesidad de corresponder con respeto y trabajo hacia ellas. Otro de los tropos de O’Neill es la promoción del amor sin etiquetas, como mero respeto, amistad, o adonde se quiera dirigir, sin necesidad de explicitarlo. La relación entre Anya y Estell puede ser de mera amistad y de preocupación entre amigas por el bien de la otra, pero podría ir más allá sin que haya que evidenciarlo.
El dibujo de O’Neill destaca con respecto a la trilogía de los dragones de té por una línea de contorno mucho más clara que en esas otras obras, donde el color era mucho más contundente y protagonista. La obra está realizada íntegramente con el software Procreate, se deja especificado al principio del libro, y se nota un cambio hacia colores menos planos, con más degradados y un filtro de grano fino en el dibujo que le aporta más naturalidad, es algo que se agradece en esa intencionalidad de evolución dentro del propio estilo de O’Neill. La obra cuenta con muchas escenas nocturnas, en silencio, que se ven potenciadas por un uso del color centrado en la luz del farol y las polillas y haciendo hincapié en la inmensidad de la naturaleza que rodea a la protagonista. Consigue así un efecto cercano al de Jiro Taniguchi, con esa transmisión de paz y de invitar a reflexionar sobre lo poco que reparamos en lo que tenemos a nuestro alrededor.
La encuadernación, a diferencia de las anteriores obras de la autora, es en rústica con solapas, y un tamaño algo más pequeño, lo cual no afecta al disfrute del arte, y sí permite una manejabilidad mayor del libro, que cuenta con 275 páginas de extensión. Incluye una nota final a cargo de la autora, donde explica las fuentes de inspiración de los paisajes y los animales, así como numerosos bocetos para la obra.
En definitiva, La guardiana de las polillas es una obra que rezuma paz por los cuatro costados. Una historia con su estructura, con su conflicto, pero que deja una sensación al lector de estar acompañando tranquilamente a la protagonista, sin esa urgencia por saber qué va a suceder a continuación, sino que, incluso si se limitara a mostrar el día a día de Anya sin que sucediese nada especial… seguiría siendo una lectura muy disfrutable por la capacidad que tiene de dejar un poso de sosiego en el lector, algo que solo me había sucedido anteriormente con el autor de El almanaque de mi padre. Una obra que podrán disfrutar tanto niños como adultos y que deja una sonrisa al final de la lectura.
Lo mejor: La evolución artística de O’Neill. La capacidad de transmitir paz y aprecio por la naturaleza. Cómo plasma el amor sin necesidad de darle un tinte romántico, sino de que te importe otra persona.
Lo peor: Si con las anteriores obras de la autora no has conseguido conectar, no creo que esta te vaya a hacer cambiar de opinión.