¡Termina la obra maestra de los autores de Criminal e Incognito! En Fatale se dan cita secretos, mentiras, terror, lujuria y monstruos de la noche de los tiempos. ¡Sólo Brubaker y Phillips podrían haber unido el género negro con el terror de H. P. Lovecraft!
Brubillips. Phibaker. Muchachada Noir. Llamadles como queráis, pero en la actualidad los autores Ed Brubaker y Sean Phillips han formado una pareja artística tan sólida como lo fueron en sus tiempos Stan Lee y Jack Kirby, o Jeph Loeb y Tim Sale. Cualquier cosa que salga de esas cuatro manos es garantía de éxito y calidad, aunque puedan patinar cuando trabajen por separado. Hace un par de semanas hablábamos aquí del primer tomo de esta colección que recoge los 24 números de la serie de Image Comics Fatale. Notamos un incremento de páginas en este segundo volumen, y es porque mientras el primero recogía los dos primeros arcos de la serie, el segundo contiene los tres últimos. ¡Y qué tres arcos!
Mediante fogonazos de su pasado, Brubaker y Phillips (artífices también de otras obras maestras como Kill or be killed, Pulp o Bad Weekend) van reconstruyendo la historia de la femme fatale titular Josephine. O Mathilda, como se la conocía en la Francia de 1286. O Black Bonnie, en el salvaje Oeste de 1886. O Jean Doe, como se hizo llamar en el Seattle grunge de los 90. Los autores se apartan momentáneamente de la trama principal (recordad, la novela inédita de Dominic Raines, El tullido Nicolas Lash, la secta ocultista…) para mostrarnos las vidas anteriores que la protagonista ha vivido, sus muertes y sus resurrecciones, para más adelante cerrar todas las tramas explicando el porqué de todo, y por qué ella. Descubriremos que hay hombres inmunes a su poder (léase también encantos), pero que Jo tampoco es inmune a los encantos de los hombres. Pese al daño que le han hecho a lo largo de los siglos, sigue necesitando de vez un cuando sentirse amada y deseada, ya sea de manera espontánea o bajo su encantamiento. De hecho, la vida de Josephine (la seguiremos llamando así pese a no ser su nombre real, y es por el que la conocimos al inicio de la historia) está marcada por los hombres con los que se ha cruzado: los monjes inquisidores que la quemaron creyéndola bruja, el indio de Colorado que le descubrió el libro, el soldado americano que la rescató del sacrificio ritual nazi durante la Segunda Guerra Mundial… Josephine utiliza a los hombres, a los que puede, para bien conseguir lo que quiere, o bien mantenerse con vida. Porque el que sea inmortal no significa que no pueda morir o sentir dolor. Y está segura de que la muerte que le proporcionaría la secta ocultista que la persigue será la definitiva. Pero, tras tantos siglos viviendo, y muriendo y resucitando, ¿no es una muerte permanente lo que realmente desea?
En el epílogo que cierra este volumen, Ed Brubaker afirma que su intención era hacer una serie de 12 números, basados en tres arcos argumentales de 4 números cada uno. Sin embargo, a medida que avanzaba la historia (concretamente en el segundo número, para que veáis lo que le duró la pájara), decidió que necesitaría por lo menos quince para lo que quería contar. Y a mitad del segundo arco se dio cuenta de que tendría que meter más relleno para que la cosa quedara consistente, así que al final se quedó en 24 números de vellón. 24 números que van saltando atrás y adelante en el tiempo, en los que la única constante es la protagonista, que no envejece. Puede cambiar de ropa y de peinado, pero Josephine permanece casi inmutable a lo largo de los siglos. De hecho, es casi la única mujer que aparece en el tebeo, si exceptuamos a Darcy, la rubia que vivía con los músicos grunge de Seattle en los 90, y que es la única que toma consciencia del efecto que produce Josephine en los hombres que la rodean. Aparte de eso, Josephine es la protagonista absoluta de la historia: una mujer fatal que ha tardado siglos en dominar sus poderes, que inconscientemente provoca que los hombres entre sí se peleen a su paso por servirla, o por ser los únicos en mirarla y ser merecedores de sus atenciones. Josephine, como buena femme fatale, deja a su paso un rastro de muerte, corazones rotos y locura, incluso en aquellos a quienes ama más que a nada en el mundo. En este aspecto, Josephine es tanto depredadora como víctima de las pasiones de sus presas.
Este segundo volumen abandona el entorno noir del primero, y nos lleva de visita por otros lugares y otras épocas. La Europa medieval, el salvaje oeste americano… Habría sido muy fácil, y desafortunadamente tópico, introducir un montón de cameos de celebridades que hubieran pasado por la cama de Josephine. Imagináosla como musa de Leonardo DaVinci, o llevando a Elvis a la locura y los tranquilizantes… Este tipo de cameos pudo haber tenido su gracia en Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), pero aquí habrían distraído demasiado de la historia principal y nos habría llevado por un camino que no es el que el guionista pretendía. Al final, todo se reduce en la sempiterna lucha del bien contra el mal o, mejor dicho, del mal contra el resto del mundo, que ignora todo lo que se cuece en esos sótanos oscuros que huelen a combustible de antorcha y sangre seca.
El cierre de Fatale es redondo, perfecto, y no lo podría concebir de ninguna otra manera. Al igual que el volumen anterior, éste se complementa con una galería de portadas (yo, personalmente, siempre soy más partidario de ponerlas al inicio de cada capítulo correspondiente, pero bueno), y un par de artículos de Jess Nevins, conocido por sus libros sobre literatura pulp y de terror, junto con las ilustraciones de Sean Phillips que les acompañaban en su publicación en los números sueltos. Es una pena que el resto de artículos, muy interesantes, por cierto, no se hayan incluido en estas recopilaciones, pero me temo que no es decisión de la editorial Panini, sino de los autores. Pero restémosle importante a este pequeño detalle y quedémonos con lo que es importante: las páginas de Fatale, puro terror cosmogónico mezclado con el thriller más auténtico. Para muy cafeteros.