Si tuviéramos que englobar F. Compo en un género único, sería sin duda el de comedia, subsección de enredos, además. Pero de vez en cuando tiene toques emocionales, de thriller o de temática social que nos hacen ver que Tsukasa Hôjô es un autor con bastante más profundidad que la fachada cómica con la que le tenemos asociado. Vamos con el cuarto tomo de su segunda serie más conocida. La primera, por supuesto es City Hunter, pero esa es otra historia.
Como ya hemos ido viendo a lo largo de entregas anteriores, F. Compo es una serie formada por historias cortas que van dando color a la vida diaria de la familia Wakanae, y cada una de esas historias tiene su personalidad y su intención claramente definidas. En particular, este cuarto tomo arranca con dos de ellas, aparentemente no relacionadas pero que tocan temas complementarios.
En la primera, tenemos a Yukari necesitando hacer un viaje en un momento en el que Sora tiene un atasco de trabajo importante y no puede ir conduciendo con ella. Porque el que conduce tradicionalemente es el hombre de la casa, que se ha dicho durante años -afortunadamente, cada vez menos- lo de mujer al volante y tal. Lo que pasa es que Yukari es biológicamente un hombre y Sora es una mujer, con lo que las supuestas aptitudes genéticas quedan un poco en entredicho.
La segunda historia empieza con Sora teniendo fuertes dolores abdominales. Lo que parece ser un problema con su menstruación acaba llevando a una visita de urgencia a un ginecólogo con el firme rechazo del padre de la familia. “A veces nos olvidamos del hecho de que Sora nació mujer“, se dice en un momento de la historia, aunque nos lo estén recordando cada pocas páginas.
Cada una de estas dos historias, leídas de forma independiente, pueden parecer las típicas escenas de enredo a las que Hôjô nos tiene acostumbrados desde el primer momento. Pero leídas juntas son una fantástica contraposición entre género -un constructo sociocultural- y sexo -una característica biológica-. Que lo estadísticamente habitual es que coincidan, pero no siempre es el caso.
Después de este brillante arranque, tenemos sitio para el resto de lugares comunes por los que suele transitar la serie. Hay sitio para la previamente mencionada comedia de enredo, con el triángulo amoroso que se está planteando entre Yanagiba, su novia Yoko y su prima Shion. Un triángulo amoroso en el que el centro tiene claro -o algo- que es un varón cishetero pero siente una atracción cada vez más potente por su prima, que sabe que su género actual es el femenino pero de la que desconoce su sexo biológico. Lo de que además esa atracción sea incestuosa no ayuda mucho que digamos.
Pero también hay sitio para momentos muy emotivos, incluso lacrimógenos. Por fin, se nos cuenta qué ocurrió para que Yukari y su hermana, la difunta madre de Giba, rompieran la relación familiar. La historia de las dos hermanas y la visita al cementerio es posiblemente el capítulo más emocional de todo el primer tercio de la serie, que superamos con este tomo.
Y, por supuesto, volvemos a uno de los subargumentos más enfermizos que estamos viendo desde hace varios tomos. Tatsumi, el yakuza que se obsesionó con Yanagiba cuando se vistió de mujer para hacer una película de estudiantes en la universidad, hace acto de presencia. Dicho sea de paso, por culpa de Yoko, que empieza a parecer una novia un poco más controladora y opresiva de la cuenta.
F. Compo empezó siendo una lectura ligerita, divertida, pese a la seriedad de los temas tratados. Pero poco a poco, gracias a unos personajes a los que vamos cogiendo más cariño a cada entrega y a unas reflexiones que nos hacen pensar, se está convirtiendo en una de las series más esperadas del mes.
