El auge del cómic independiente parece un hecho. Al menos si por “independiente” entendemos no-Marvel y no-DC, pero ése es otro debate que tal vez abramos en un Gorila Llorica. Sin embargo, cada vez que uno de estos títulos independientes pega el pelotazo y se convierte en éxito, existe el error bastante extendido de asumir que proviene de Image Comics. Aunque no hay duda del meteórico ascenso de la editorial de Portland, muy cerquita de allí, al otro lado del río Willamette se ubica la ya veterana Dark Horse. Más allá de sus franquicias seguras como Hellboy, Alien o Buffy Cazavampiros, ya solamente en el último año nos ha dado un buen puñado de títulos que se han puesto en lo más alto de la opinión de la crítica. Cabeceras como Briggs Land, Black Hammer o este Ether demuestran que Dark Horse sigue siendo una baza segura más de 30 años después de su fundación.
Sin ser un blockbuster, Ether ha funcionado razonablemente bien en los USA y ya está en marcha un segundo volumen. Tengo mis dudas sobre si los nombres del tándem creativo han supuesto un reclamo a ojos del lector americano. Pese a la solvencia de Matt Kindt, que se ha convertido es un pilar fundamental de la editorial Valiant en los últimos años, no encontraremos su nombre en ningún listado de los superventas. En España el orensano David Rubín es de sobra conocido, pero en los USA, para cuando salió Ether apenas habían podido ver su Aurora West, La Ficción y un puñado de sus obras realizadas para el mercado español que importó Dark Horse. Sin embargo, Ether: La muerte de la última Llama Dorada les ha valido que en los USA esté a punto de salir la primera entrega de Ether: Copper golems, y es que juntos Matt Kindt y David Rubín podrían estar dando la mejor obra de sus respectivas carreras.
El Ether es una especie de mágica tierra paralela a medio camino entre Oz, el país de las maravillas y algunos de los mundos de Hayao Miyazaki. Lo descubriremos de la mano de Boone Dias, un cientifico para el que hasta lo más delirante tiene una explicación racional, y Glum, una especie de mono raro que hace de guardián entre mundos. Para cuando llegamos, Boone Dias ya es un visitante habitual con cierta notoriedad en el Ether, con lo que no es de extrañar que piensen en él cuando se trata de investigar un asesinato que ataca a las mismas raíces del Ether.
En un primer vistazo, Ether: La muerte de la última Llama Dorada, es un whodunit en un mundo fantástico, pero con esta definición apenas estaríamos rascando la superficie. La investigación del asesinato no deja de ser el medio que tienen Kindt y Rubín para que vayamos recorriendo los diferentes rincones del Ether, así como de nuestros protagonistas.
Boone Dias se nos presenta en primera instancia como uno de esos supercientíficos pulp, una suerte de mezcla de Sherlock Holmes y Doc Savage con unas gotitas de Reed Richards. No obstante este personaje y sus pliegues son los puntos más potentes de la obra, ya que a medida que indagamos en su pasado y motivaciones, iremos proyectando la mirada más allá de su aureola de arrogancia y sabelotodismo hacia algo mucho más interesante.
Dias oculta una amargura que trata de negar a toda costa. De un modo elegante y sin lanzárnoslo a la cara, los autores utilizan a Boone Dias y la idea del Ether para hablarnos de cómo llegamos a negar la evidencia y levantamos constructos racionales para crear mentiras.
No faltarán algunos trucos como los flashback, que ayudan a condensar y a la vez dosificar la información justo como y cuando quieren los autores. Pero por mucho que se guarden algún as en la manga, demuestran que para llevar a cabo este juego que es Ether, este par de jugadores tiene algo más que buenas cartas y alguna pequeña trampa.
En la introducción, el propio Kindt habla de Ether como el producto de una colaboración y las fronteras del guión y el dibujo son indiscernibles. Tenemos en este tebeo esa inusual comunicación que casi nunca se da fuera de los cómics donde guionista y dibujante son la misma persona.
Lo que las imágenes aportan a la historia y lo que puede adivinarse que la propia historia inspira a Rubín, va más allá de la suma de esas dos partes que son Matt Kindt y David Rubín. Cuando un fenómeno así se da en un equipo creativo, se entiende el ímpetu del resultado gráfico. De algún modo Rubín nos contagia su entusiasmo al crear esta fantasía donde todo vale, pero no de cualquier modo.
Con el control completo del resultado visual, dejando dibujo y color en las mismas manos, se atreve con las más locas mezclas y experimentaciones que le posibilita un mundo como Ether, pero a la vez desarrolla una identidad coherente en toda la obra. Más allá del torrente de extravagancia, se atisba una línea de identidad visual bien cimentada y coherente, que permite alteraciones cuando un cambio de registro lo requiere sin que perdamos pie en ningún momento. Hay de algún modo un ancla en todo este maremagnum de chaladuras cromáticas y excéntricos experimentos visuales, que nos permite ubicarnos en hasta tres temporalidades distintas o identificar una variación puntual para acentuar un recurso dramático con un esfuerzo prácticamente nulo por parte de los lectores.
Puede que la chifladura que es el propio Ether sea de algún modo una ventaja en este sentido. Rubín adopta un registro algo más caricaturesco de lo habitual y quizá esta hipérbole nos coge de la mano para recorrer este estrambótico camino relajadamente y sin preocuparnos de nada más que disfrutar del viaje.
De algún modo hay demasiada energía creativa en Ether: La muerte de la última Llama Dorada y salta a la vista que esto es tan solo es el principio. Se anticipa que quedan muchas ideas por desarrollar, pero si la manera de contarlas es tan divertida y potente como este primer tomo, aquí tienen un lector fijo.
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David Rubín, Matt Kindt and -99999