Es habitual que los personajes de cómic de largo recorrido sufran de un síndrome de eterna juventud. No sólo los superhéroes, también Spirou, Asterix y tantos otros. No es el caso de Maggie y Hopey, las dos protagonistas de ¿Es así como me ves?, que debutarían en Love & Rockets 1 en 1982 de la mano de Jaime Hernández, llegarían a nuestro país en El Víbora a finales de los 80 y saltarían fuera de las páginas de la revista a principios de los 90. Me cuesta trabajo saber cómo afrontará las historias de Locas un lector de otra generación, pero al llegar estos primeros recopilatorios, Maggie y Hopey tenían más o menos la edad que yo tenía y ahora tienen más o menos mi edad. Me enamoré de ellas siendo un adolescente y me siguen enamorando ahora.
Y es que toda esta perorata sentimentaloide tiene su razón de ser porque el paso del tiempo es el eje sobre el que pivota ¿Es así como me ves?. Ya en el tomo anterior de esta saga de Locas podíamos ver una Maggie en una relación estable con Ray y una Hopey casada y con un hijo (sí, nuestra Hopey). El paso del tiempo había hecho su efecto pero realmente no nos damos cuenta de lo arrollador que había sido hasta que no tener con qué compararlo. Y es que ¿Es así como me ves? comienza con nuestras protagonistas a punto de volver a casa, a Hoppers. Se ha convocado una fiesta punk que reunirá a toda la vieja guardia. Los reencuentros y recuerdos se mezclaran con los desencuentros y decepciones… aunque hayan pasado más de treinta años, ¿Es así como me ves? sigue recordándonos por qué las historias de Love & Rockets son pioneras en el llamado género slice of life.
¿Es así como me ves? nos habla de lo apasionante que resulta el pasado desde la lejanía, cómo tendemos a borrar los puntos negros y lo desilusionante que puede resultar tratar de revivirlo fuera de su momento. También de cómo todo cambia y de cómo algunas cosas nunca lo hacen. Esta historia está llena de viejas amigas revolcándose en batallitas de antaño, refunfuñando sobre los jóvenes que hacen lo mismo que ellas hacían, quejándose de que nada es como antes y sufriendo las consecuencias de meterse en un pogo pasados los cuarenta.
Si se lee con la edad adecuada está asegurada la nostalgia y la sonrisa cómplice, pero Jaime Hernández va más allá de esa afinidad con el lector, Maggie, Hopey, Izzy, Daffy y todas las demás envejecen como solo ellas podrían, coherentes con toda su trayectoria vital y haciendo que ¿Es así como me ves? sea como reencontrarse con unas viejas amigas. En los últimos 10 años, Maggie y Hopey apenas habían coincidido y verlas funcionar en su versión madura con toda la fuerza de hace 25 años es toda una gozada.
Pero más allá de su frescura y franqueza, Jaime Hernández es un maestro del llamado noveno arte. El nivel de síntesis y belleza de los dibujos de Jaime Hernández está al alcance de muy pocos. Sólo la economía de líneas y el impecable equilibrio de masas de blanco y negro del californiano es capaz de producir unos acabados tan perfectos que hasta resulta un poco odioso. Pero más allá de su elegancia estética, el modo en que sus dibujos te cuentan la historia no tiene nada que envidiarle a ésta. Sin aspavientos, prácticamente sin otros planteamientos que la retícula regular de 8 viñetas, sea comedia o drama, el modo en que sus personajes que mueven y comunican apunta directo al corazón. De algún modo, incluso cuando tira de exagerados recursos cartoon o cuando salta en el tiempo sin previo aviso, la historia de ¿Es así como me ves? fluye porque no se lee con la cabeza.
Advertía de lo difícil que, como lector veterano de Locas y vieja gloria como nuestras protagonistas, me podía resultar saber cómo afrontará este cómic un recién llegado o un lector con una edad no tan afín, pero la maestría de Jaime Hernández no entiende de edades. Si sois seguidores de Locas, creo que sobra cualquier cosa que se pueda decir y si no lo sois, realmente os envidio por tener la oportunidad de descubrir por qué es uno de los mayores estandartes de la historia del cómic independiente.