¿Qué tendrá el cómic que es capaz de conseguir que una historia, cuya sinopsis puede provocar el déjà vu de haberla visto o leído antes, acabe enganchándote de la manera que te engancha Fermín Solís con Elia? Podríamos pasarnos horas analizando las peculiaridades de esta expresión artística, pero creedme si os digo que prefiero dedicar este espacio a hablaros de una obra que consigue mantener al lector completamente pegado al sillón hasta que termina de leer su última página. Se trata de una obra repleta de momentos, de silencios, de miradas, de contención y de paisajes, pero que consigue que acabes tomándole un cariño a su protagonista y sientas una complicidad con ella que no es tan habitual de encontrar en un cómic. Por si fuera poco, Reservoir nos la presenta en una robusta edición en rústica con un papel grueso y tamaño algo más grande del habitual para este tipo de novelas gráficas, lo cual permite disfrutar un poco más del dibujo y de sus preciosas viñetas de localización, que rellenan los silencios con imágenes.
Fermín Solís es un artista polifacético. Después de abrirse paso en el difícil mundo del fanzine, ganar el premio a Autor Revelación en el Saló de Barcelona en 2004 y llegar a convertirse en finalista del Premio Nacional de Cómic en 2008 (perdiendo ante nada menos que Arrugas) dio el salto al cómic infantil y a la ficción literaria, para regresar casi diez años después con Medea a la deriva, obra que tiene cierto protagonismo en esta misma. Si con su anterior obra ya se podía vislumbrar una madurez como artista, se podría decir que Elia es la consolidación definitiva de un autor con una personalidad sobresaliente.
Decía al principio que la historia puede resultar poco original: una escritora que rompe una relación con ciertos tintes de toxicidad y dirigida claramente hacia un callejón sin salida, que vuelve al pueblo de su infancia a intentar reencontrar su lugar y a integrarse en una población muy conservadora, que ha evolucionado poco, y no parece mostrar el más mínimo signo de querer cambiar las cosas. Pero me atrevería a decir que la historia no es más que el vehículo para presentarnos a la protagonista. Elia es el principal hilo argumental del que nos cuesta separarnos y, lo que la lleve a un lado o hacia otro, se convierte en secundario.
Porque Elia es un personaje fuerte y a su vez frágil. Su fortaleza radica en la elección del silencio y en respetar a los demás, con quien muchas veces no está de acuerdo. Luchará por lo que cree justo, pero evitará los conflictos directos, y sabe apartarse a tiempo, cuando la situación no tiene una solución asequible al alcance de su mano. Y eso, nos hace respetarla y crecer la empatía con ella, con una mujer moderna que no duda en regresar a sus orígenes para empezar nuevamente de cero, aunque ese lugar sea lo opuesto a lo que ella ha vivido en los últimos años. Aún así, encuentra la manera de conectar con sus vecinas a través de las plantas y su intento de llevar algo de cultura a una población, en la que hace mucha falta abrir las miras, la engrandece aún más.
La obra está dividida en cuatro capítulos, aunque destacan con fuerza dos partes de la obra: la primera donde se presenta al personaje y la situación que la lleva a romper con el presente, que incluye un curioso juego de metalenguaje con el propio Fermín Solís y su obra Medea a la deriva, al que Elia está a punto de conocer; y una segunda donde la protagonista regresa a la casa familiar y conocerá a los habitantes del pequeño pueblo. Con ese dibujo sencillo y simplista, iluminado con sombras a rotulador juega con la expectativa del lector puesto que, cuando llegan algunas escenas de localización, con diferentes paisajes, cuidadas perspectivas y detalles del escenario, el efecto es muy contundente, y se convierte en parte intrínseca de la narración, aportando su propia capa a la ambientación y al momento concreto. Lo mismo sucede con algunos recursos que resultan especialmente llamativos, como los juegos con el avión de papel que representa a la app de mensajería Telegram.
En definitiva, Elia es una obra intimista, que muestra mucho más de lo que cuenta, y nos presenta un personaje con diferentes capas, que van siendo reveladas sutilmente mediante pequeños detalles, historias del pasado insinuadas y las acciones y decisiones que va tomando a lo largo de las cerca de 300 páginas que tiene la obra. Son 300 páginas que no se leen, se beben, porque la narrativa de Solís es tan sutil y fluida que hace muy difícil abandonar la lectura. Consigue transmitir tan bien las sensaciones y esboza tan bien a todos los personajes que hace querer seguir conociendo a cada uno de los habitantes del pueblo, a saber más de sus vidas y de cómo se sienten. Elia se ha convertido en una de las sorpresas más agradables de lo que llevamos de año.
Lo mejor: Un cómic con una fabulosa capacidad de transmitir emociones. Lo bien que construye al personaje de Elia. Los silencios. Que no trata como tonto al lector en ningún momento.
Lo peor: Ojalá y pudiera terminar esta reseña, preparar todo para la publicación y acercarme a casa de Elia, a tomar una cerveza con ella y charlar un rato… Ya la echo de menos.