En 1996, una joven fugitiva y recién llegada a Seattle buscaba algún lugar donde dormir después de un concierto. En España, hemos tenido que esperar casi treinta años para saber cómo terminaba la historia, después de que la serie se cancelase en su día a solo nueve números del final. Nebulosos son los motivos de su abrupto cierre y en el misterio permanece por qué prácticamente nunca se han acordado de aquella historia las distintas editoriales que publicaron Vertigo desde entonces. Pero, por más que se haga el sepulcral silencio, si algo nos enseña El Tribunal de los Secretos es que algún día todo saldrá a la luz y entonces llegará la terrorífica hora del fatídico juicio.
Dramas aparte, El Tribunal de los Secretos es el título con el que Dolmen hace por fin justicia y en dos tomos reúne toda la serie House of Secrets original, más la miniserie Facade y alguna historia especial. El motivo por el que no conserva el título original con el que apareció, La casa de los secretos, entroncaría con el propio origen de la serie.
Tomar viejos conceptos y remodelarlos es algo que está en el ADN de DC desde la edad de plata o incluso antes, Sin embargo, probablemente fuera Watchmen la responsable de recuperar esta tendencia en los años ochenta y de ahí llegaría, por ejemplo, el Escuadrón Suicida. No obstante, el auténtico cénit de este fenómeno llegaría de manos británicas en todo aquel pre-Vertigo con Shade, el Hombre Cambiante, Kid Eternity y, sobre todo, Sandman. Cuando llegamos a 1996, Sandman acaba de terminar y Vertigo estaba buscando nuevos conceptos. En aquella época tenemos un Steven T. Seagle, que ya prácticamente había dejado los cómics tras probar suerte, sin excesivo éxito, en el mercado independiente con Kafka o The Amazon. Es entonces cuando propone a la editora Shelly Bond una vuelta de tuerca sobre la vieja cabecera House of Secrets.
La House of Secrets primigenia había sido durante la edad de plata una serie antológica de relatos fantásticos, pero no exclusivamente de terror. Probablemente fue la segunda versión, de 1969 la que inspiró a Seagle y Teddy Kristiansen. En esta ocasión el terror era el eje de la antología e incluso tenía un maestro de ceremonias presentando las distintas historias, al estilo EC. Abel estaría en House of Secrets, mientras que su hermano Caín haría lo propio en House of Mystery, la serie hermana. Ya veremos cómo se las ingenian los autores de El tribunal de los secretos para capturar a su manera el espíritu del terror y la antología de relatos en su versión, pero, tal como sucedería en Sandman y más tarde con Scalped, la idea original de partida es apenas un leve eco, motivo por el cual los autores son los propietarios de los derechos de la serie, si bien no de su título, que continúa en manos de DC.
Fue el propio Seagle quien se fijó en un joven autor danés que había despuntado con un experimento curioso con motivo del quincuagésimo aniversario de Superman. DC promovió que editores de otros países pudieran publicar de manera puntual su propio cómic del Hombre de Acero y, así, de la editorial danesa Interpresse, surgió lo que en España nos llegaría como Superman y la bomba de la paz. Este trabajo abriría a Teddy Kristiansen las puertas de los USA; primero con la memorable Grendel: cuatro demonios y un infierno y después, ya en DC, con números sueltos en Starman o la propia Sandman. El tribunal de los secretos fue su primera serie regular y esto explicará mucho de lo que llegaría con el tiempo.
El tribunal de los secretos sigue a Rain Harper, la joven fugitiva recién llegada a Seattle con la que habríamos la reseña. Después de un concierto en el conocerá a Ben y Traci, los coprotagonistas de la serie, busca un lugar donde dormir y va a parar con sus huesos a un viejo caserón abandonado… o igual no tanto. La casa está habitada por los Juris, el grupo de fantasmas que conforma El tribunal de los secretos, que juzga y condena a quienes guardan secretos, sin importar su gravedad. Accidentalmente, Rain se convertirá en testigo y deberá comparecer a partir de ese momento en cada uno de los fantasmagóricos juicios.
Esta es la premisa de la serie, pero no deja de ser un punto de arranque para otro montón de ideas que Seagle y Kristiansen ponen encima de la mesa y tal vez sería conveniente establecer al menos los pilares básicos para entender mejor lo que nos va a ofrecer esta historia.
Lo mejor será comenzar por lo que esta serie tiene de la House of Secrets original. La casa original ahora pertenecía al universo de Sandman, pero Seagle decidió aprovechar el espíritu de antología de terror como marco para su propia historia de largo recorrido. Así, mientras avanza la trama de fondo, cada juicio, cada acusado trae consigo su propia historia, su terrible secreto que nos será revelado. No deja de ser un giro de tuerca con cierto ingenio para desarrollar su propia historia de fantasmas, lo que nos lleva al segundo pilar.
Y es que si hablamos de fantasmas y de la herencia de House of Secrets, queda claro de nos ubicamos en el terreno del terror y, más concretamente, en este caso en el subgénero del terror adolescente y es que, como estaba dejando claro Charles Burns en Agujero negro, ser adolescente en los 90 era realmente terrorífico. Como siempre hace el buen terror, además de dar miedo, habla de nosotros mismos, porque nada da más miedo que lo que tenemos cerca o incluso en nuestro interior. Así, el espíritu de la Generación X y el grunge son fundamentales para contextualizar El tribunal de los secretos.
Hablamos de una generación de adolescentes herederos del final de la Guerra Fría, del auge del divorcio y la idea neoliberal de la realización personal a través del trabajo. Es la era de los niños desatendidos que serían jóvenes nihilistas, desencantados y sin confianza en el futuro. Ser adolescente era de nuevo terrible, pero este contexto propiciaría toda una escena cultural propia y con picos brillantes.
Sería la época de Grunge, de Nirvana, Alice in Chains, Pearl Jam o Stone Temple Pilots, herederos del punk, pero también del postpunk y de su romantización de aquel escepticismo vital. Cosas de la MTV, ser rechazado y estar jodido era guay y, sobre todo, era vendible. Pero esta nueva viabilidad de los circuitos alternativos nos daría también el momento de auge de una nueva ola de cine independiente. Son los años de Tarantino, de Steven Soderberg, Richard Linklater, Spike Lee, Darren Aronofsky o Kevin Smith. Y, claro está, también son los años de Daniel Clowes, Peter Bagge, Seth, Adrian Tomine o el mismo Burns que mencionábamos antes o, lo que es lo mismo, la generación que, desde Fantagraphics y Drawn & Quarterly, llegaban con la herencia del underground y esa nueva vía que habían abierto los hermanos Hernández con su Love & Rockets. Este nuevo cómic pegado a la realidad con una visión nueva y no muy halagüeña del mundo influyó sin duda en lo que veríamos en El tribunal de los secretos.
La otra corriente de influencia vendría de la mano del Sandman de Neil Gaiman, que acababa de terminar y dejaba un hueco enorme. Son los años en los que Vertigo está buscando nuevas voces, pero la sombra de Sandman es aún alargada y tiñe por completo las páginas de El tribunal de los secretos. Las historias dentro de historias, la fantasía urbana y oscura, el toque modernito o cierta tendencia poética son sin duda fruto del éxito de la que había sido la serie emblema de Vertigo.
Con todo esto deberíamos tener ya una idea de los que significa ser una historia de terror adolescente en los años 90, pero la influencia de todo el terror adolescente del los años anteriores es también ineludible y, además de los fantasmas, los juicios y las mini historias escalofriantes, el drama adolescente con sus debacles, angustias y pasiones hormonales — que en más de una ocasión están detrás de las dos anteriores— se hacen también presentes en El tribunal de los secretos, enlazando también, en cierto modo, con aquel género del slice of life que triunfaba en algunos de los cómics alternativos que citábamos.
Y es que más allá de juegos y terrores varios, lo que realmente nos mantiene pegados es el misterio de Rain; quién es, de qué huye y qué oculta bajo su pared de secretos, mentiras y actitud antisocial. Los personajes misteriosos siempre molan, aceptémoslo. Además, el hecho de que El tribunal de los secretos sea una obra de tuétano rabiosamente joven nos convierte también un poco en postadolescentes al leerla, sin importar la edad que tengamos. Nos sitúa justo en el momento en el que una impostora nihilista con gafas de sol redondas y una necesidad imperiosa de ser enigmática e irreverente tienen muchas papeletas para cautivarnos el corazón, por más que en muchas ocasiones se empeñe en conseguir todo lo contrario. Pero es que no sólo es Rain. El tribunal de los secretos está repleto de personajes jóvenes desarraigados y llenos de traumas y es que, sin duda, Seagle y Kristiansen se dirigen a la juventud de aquellos años 90. Hay incluso un momento en el que tildan de viejo a alguien de 30 años, a buen seguro con toda la ironía, ya que Seagle tenía 31 y Kristiansen casi 30 cuando empezaron la serie.
No obstante, con el contexto en cuenta, el tiempo no le ha pasado apenas factura e incluso tiene muchas ideas que podríamos considerar modernas, hasta algunas que cierta gente que tildaría de woke, casi dos décadas antes de que el black lives matter reacuñara el término. Además, dados los sucesivos revivals del terror adolescente a lo largo de los años y la vigencia en cada uno de ellos de prácticamente los mismos códigos, la lectura de El tribunal de los secretos resulta una experiencia mucho más contemporánea de lo que pudiera parecer de una obra con casi tres décadas.
Al final, es como si Seagle y Kristiansen hubiesen decidido meter en una coctelera los relatos de House of Secrets, separados y aparentemente insolubles, y agitar hasta conseguir una sola narración. Tenemos las historias de cada acusado, tenemos las historias de Traci y Ben, incluso las historias de los propios fantasmas del tribunal o la del detective Nick Calderone, contratado por el misterioso padre de Rain y tras la pista de su aún más misteriosa hija. Y es que por encima de todo, descubrir la verdad del pasado y el interior de Rain y tratar de desenmarañar su red de secretos y mentiras es el verdadero marco para todo lo demás. Por más antipático que pueda sernos en ocasiones, el personaje de Rain es nuestro proxy para descubrir qué es, cómo funciona y qué hay detrás de El tribunal de los secretos y, del mismo modo, para adentrarnos en esa Seattle tardonoventera — o al menos la versión que nos daban un señor danés y otro de Mississippi —.
Cosas de los misterios y los secretos, por lo general son mucho más atractivos y sugerentes cuando aún no se sabe la respuesta y con esta serie sucede un poco lo mismo. Toda la primera mitad, que podría equivaler al primer tomo de la edición de Dolmen, es desplegar el arsenal, poner las piezas en el tablero y presentar personajes, conceptos, tramas… y sobre todo enigmas. Tenemos así una primera parte expansiva, en la que este universo que mezcla el grunge y el terror clásico se nos abre y crece y esto es, sin duda, lo más potente de El tribunal de los secretos.
Sin embargo, termina por llegar el momento de concretar y resolver y en el caso de los secretos, esto es inevitablemente hacerlos más pequeños y quitarles la magia. Ningún secreto de largo recorrido y fuego lento para crear expectativas puede tener una resolución a su altura, pero Seagle y Kristiansen se las apañan para jugar con ello y darle la vuelta a la serie varias veces.
Comenzamos por salir de la casa y mandarlos de road movie. No olvidemos que esta también es la época de Thelma y Louise, Asesinos natos o Corazón salvaje. La road movie es el formato de Odisea para el nuevo tipo de héroe de la Generación X. De viaje por carretera o incluso por el tiempo, seguiremos indagando en Rain, Ben y Traci y la relación que mantienen, que como en todo viaje, será transformadora.
Y de ahí llegamos al complicado final, el momento de destapar las cartas y dejar al descubierto las vergüenzas de la historia, pero no nos lo van a poner tan fácil. También es cierto que la conclusión de la historia vino condicionada por factores extracreativos, ya que la serie se vio truncada antes de tiempo. El equipo acumulaba retrasos que DC no veía con buenos ojos y, aunque las ventas no eran ningún desastre, El tribunal de los secretos no era Sandman ni mucho menos, con lo que editorial y autores acordaron acelerar el cierre al número 25 y continuar después con miniseries, de las que finalmente solo salió Fachada, de la cual hablaremos un poco más adelante.
Seagle y Kristiansen aprovechan las circunstancias para darle un giro de planeamiento y volver la serie un poco loca hacia su cierre. Aprovechan la telaraña de mentiras y juegan ahora a que la propia historia nos mienta, que nos cuente cosas que no pasan y cosas que se quedan a medias como medias verdades. Se permiten ponerse surrealistas por momentos y aprovechar el descenso final a los infiernos para retorcer la realidad. Incluso las estructuras se vuelven más locas. Es muy posible que ni los propios autores tuvieran muy claro este final y menos llegando tan abruptamente, pero terminan por hacer de la necesidad virtud y retuercen expectativas aprovechando otra vez más los secretos y mentiras, el tronco de toda la historia.
Con un final fácilmente calificable de tramposo como este, inevitablemente quedan cabos sueltos y para solventarlos, al menos a un nivel emocional más que argumental, El tribunal de los secretos cuenta con varios epílogos. Dentro de la propia serie regular, los números 24 y 25 fueron los titulados Ático y Planos. AlzadoB, respectivamente, dos experimentos autoconclusivos tirando de lenguaje meta y poética para terminar de poner todo en su sitio.
Y por fin, corona el segundo tomo la miniserie Fachada, que pretendía ser la primera de varias miniseries secuela, ya al margen de la línea argumental general, pero exprimiendo los personajes y las posibilidades de formato episódico que brinda este émulo de antología a través de los juicios. Aprovechan así para adentrarnos de forma un poco más explícita en el pasado de Rain y mantiene las claves del terror adolescente, pero esta vez ya estamos en 2001 y la referencia es The Blair Witch Project, como entre chistes indican.
Lo más destacable de Fachada es ver a Teddy Kristiansen desplegar todo ese músculo artístico del que no anda para nada escaso. El acabado pictórico de fachada endulza el sabor de boca un tanto amargo que habían dejado los últimos números de la serie regular, resueltos con habilidad en el plano narrativo, pero escuetos y apresurados en el resultado final. Leído del tirón El tribunal de los secretos, es fácilmente apreciable, tanto una evolución en el estilo del danés, como las prisas de los últimos números. De todas formas, no deja de ser curioso que en una serie con una carga de contexto temporal y cultural tan marcado en una época, tengamos un artista tan adelantado a su tiempo como Teddy Kristiansen.
Por más que Vertigo caminara en unos márgenes distintos de las corriente artística mainstream del cómic USA, aquel dibujante se antojaba completamente marciano incluso para los estándares de Vertigo, puede que incluso para los estándares que venían de Fantagraphics y Drawn & Quarterly. Visto hoy día, el estilo de Teddy Kristiansen sigue observándose como profundamente personal y sui generis, pero camina mucho más acorde con las lindes de lo alternativo de nuestro siglo XXI y probablemente sea hoy día más rápido de asimilar. Curiosamente y pese a la evidente vanguardia de su propuesta, su estética desgarbada, en ocasiones sucia y hasta grotesca encaja como el proverbial anillo al dedo con la propuesta grunge y terrorífica que nos lanza El tribunal de los secretos. Tanto es así, que cuando ocasionalmente otros dibujante se hacen cargo de algunos números, incluso cuando hay nombres implicados como D’Israeli, Dean Ormston, Guy Davis o Duncan Fegredo, se echa enormemente de menos a ese danés sin cuya propuesta gráfica no puede entenderse la serie. No es solo su estética de expresionismo pasado de vueltas. Con un arte de aspecto tan extremo, sorprenden sus propuestas narrativas, que tiende a resolver con recursos minimalistas y sutiles. Sorprende igualmente lo bien que se acopla con su amigo y colorista Bjarne Hansen a lo que se dio en llamar «la paleta Vertigo», abundante en tonos pardos y poco saturados, y cómo construyen variaciones sobre ésta con colores mucho más intensos y arriesgados sin para ello romper la propuesta atmosférica de partida.
Tanto con al arte como a la propuesta de Seagle, tal vez le pasó factura no contar con ningún gancho. En una época de transición post-Sandman de búsqueda de nuevas derivas, es posible que Seagle y Kristiansen apostaran más alto de lo que el público quería cubrir y el camino se desvió hacia propuestas como Predicador, Transmetropolitan o 100 Balas, de un tono de inicio más asequible. Pero Dolmen ahora rescata por fin del olvido El tribunal de los secretos, casi treinta años después. Quizá el mercado español del siglo XXI, completamente distinto del de entonces, le preste la atención que merece a aquel futuro de la línea Vertigo que nunca llegó a ser.