He de reconocer que me resulta extraño hablar de “Luis”, así con comillas, dado que no creo que sea un secreto que relativamente a menudo se nos puede escuchar juntos en este o aquel otro podcast y me sentiría un embustero si escribiera esta reseña como si esto no fuera a influir. Diría que voy a tratar de ser objetivo al reseñar El palíndromo imposible, pero mentiría, pero no por nada en particular, sino porque no lo soy en ninguna. Dejémoslo en que trataré de ser igual de subjetivo que siempre y, sobre todo, argumentar lo que pueda quedar escrito.
El palíndromo imposible es la segunda obra de la trilogía conceptual e intereditorial que “Luis” ha empezado en Ruido Blanco y que concluirá próximamente con Manga. No obstante, debe quedar claro desde el principio que esto no significa que sea preciso ningún orden de lectura o siquiera leer las tres. Cada obra de esta trilogía publicada casi simultáneamente es un relato autónomo — o un conjunto de relatos, pero ya nos meteremos en eso —, aunque hay una cierta unidad temática y subtextual en todas ellas.
La verdad es que se trata de un experimento bastante desconcertante y más por el hecho de venir de un autor completamente desconocido para el público, con sólo una experiencia previa y no excesivamente ortodoxa, como fue Reina Roja — casi más un spin off que una adaptación —. Un autor normal (y con apellido) trataría de darnos algún gancho, algún caramelito para ponernos las cosas fáciles y llevarnos al huerto, pero basta abrir la primera página para darnos cuenta de que no lo es.
Ya incluso establecer una sinopsis de El palíndromo imposible es una ardua tarea y más si tenemos en cuenta el deseo expreso de “Luis” de que lleguemos a su obra con la mínima información posible. Tal vez podríamos decir que El palíndromo imposible es la historia de un amor o tal vez las historias de un amor, si atendemos a la pista que nos da la contraportada.
«Todo son historias. Todas las historias son la misma» Bajo esta premisa, “Luis” nos suelta en medio de una piscina sin preguntar si sabemos nadar y depende de nosotros empezar a mover los brazos y las piernas. Es importante tener en cuenta a la hora de leer El palíndromo imposible que muy probablemente nos veamos en el trance de no conocer el idioma en el que nos están hablando y que la propuesta es que lo vayamos aprendiendo durante la lectura.
En cualquier caso, tal vez por venir prevenidos de haber leído Ruido blanco o simplemente porque abriendo la primera página del libro ya nos damos cuenta de que no estamos ante una propuesta convencional, resulta más fácil comprar la premisa inicial y dejarnos llevar. Hay pistas como el grafismo reminiscente de un esbozo rápido a lápiz o, sobre todo, la práctica ausencia de límites en las viñetas, que suscita que se diluyan y se mezclen entre ellas, que nos indican el tipo de historia que vamos a leer y con qué tipo de código tenemos que conectar.
Tal vez puede ser también que, a diferencia del thriller con el que se abría esta trilogía, estamos ante una estructura y una senda mucho menos lineal. Donde en Ruido blanco la alternancia de señal y ruido era un alto en el camino, un obstáculo que había que superar para seguir adelante, en El palíndromo imposible es solo una invitación a tomar un desvío y seguir dejándote llevar. Primero, a nivel intuitivo, nos sabemos ante una obra de naturaleza mucho más poética y emocional y no nos vemos obligados a descifrar, sino simplemente a asimilar y no necesariamente a un nivel intelectual. Con el transcurso de la lectura, no obstante, nos iremos topando con toda una serie de rimas en contextos imposibles que, si bien refuerzan el sentido poético, nos irán dando pistas y haciendo los clicks necesarios para terminar por poner todo en su sitio.
El palíndromo imposible es un conjunto de microhistorias que envuelven otras historias, personajes que se repiten y son otros a la vez, un poco como sucede en los sueños. Pero tranquilos, que parece ser que “Luis” le queda un ápice de piedad y os aseguro que al final no sólo da tregua, sino que nos brinda un final lleno de emotividad que llena el corazón de calorcito… aunque también con un poquito de tristeza. Es como si fuese una especie de recompensa por haberlo seguido en esto que parecía una ensoñación pero que en realidad no lo es… o tal vez en cierto modo sí. En cualquier caso tanto da. Los sueños son historias, lo que produce la imaginación son historias, los mitos son historias, las experiencias son historias y los recuerdos también lo son, tal vez la más tramposa clase historia… y los misterios… los enigmas que tenemos que desentrañar, la señal que hay debajo del ruido y el proceso de aprendizaje del idioma en que nos habla esta obra termina por resultar una experiencia… vamos, otra historia.