Y llegó el momento. Con El incidente Darwin 4, alcanzamos la edición japonesa y ahora habrá que esperar quién sabe cuánto hasta el siguiente tomo y lo peor de todo es que parece como si Shun Umezawa lo supiera y quisiera hacer de esta espera una diabólica tortura.

Es cierto que cada tomo de esta serie nos deja con algún cliffhanger. Sin ir más lejos, comenzamos El incidente Darwin 4 con las consecuencias del tomo anterior, que lo dejaba en todo lo alto, pero el final de este tomo sin duda se supera.

Abrimos El incidente Darwin 4 con Charlie fugitivo, buscado por la policía y los medios de comunicación. Pese a todo esto, las cosas no tardan en templarse y todo tiende a una relativa calma, pero solo para que bajemos la guardia antes de que volvamos a saber de la Alianza de Liberación Animal y nos suelten el zambombazo final.

Por el camino, Umezawa continuará con su discurso y sus ideas sobre temas tan variopintos como las leyes de los hombres, el veganismo, la adolescencia o la propia naturaleza humana, que siempre ha sido el tema central de El incidente Darwin. Sin embargo, más allá de todas estas disquisiciones pseudofilosóficas hechas con formuladas con diversos grados de interés y rigor, el principal reclamo de la serie es el modo en que dosifica las tramas, sostiene los misterios y deja caer los giros, con un ritmo y una capacidad de enganche que puede recordar en cierto modo a los cómics de Naoki Urasawa.

Y de nuevo para conseguir todo esto, El incidente Darwin 4 vuelve a apoyarse en dos pilares básicos en el apartado gráfico. Por un lado, la caracterización. Lo que los personajes nos transmiten cuando miran, hablan o gesticulan es la piedra angular para captar nuestro interés y lograr un vínculo que soporte mantener un misterio sin caer en la desgana. El otro pilar es la limpieza y claridad narrativa, sin vericuetos ni malabares visuales, que consigue esa facilidad con la que se digiere cada tomo que sumado a los mencionados cliffhangers con los que acostumbra a rompernos la cintura, siempre nos deja con ganas de más.

Maldito seas, Shun Umezawa, por dejarnos así.