Es la hora de las tortas!!!

Es la hora de las tortas!!!

El editor: está. (9) DECÍAMOS AYER…

¡Cuánto tiempo! Voy a excusar mi ausencia de más de medio año pasando un poco por encima. La verdad es que, aunque en redes sociales mantuvimos una imagen bastante sosegada, la denuncia al cuaderno del Niño Jesús (que no odia a los mariquitas) y todo el circo mediático que se organizó alrededor se llevaron por dentro con cierto resquemor, porque uno sabe (entiende, intuye) que lleva la razón pero la justicia es como un sobre de cromos: nunca sabes lo que te va a tocar. Aunque la cosa no ha acabado del todo, recibimos un gran espaldarazo en octubre de 2024 con el archivo provisional de la causa, y nuestro abogado presentó un recurso bastante demoledor ante el intento de apelación de la parte querellante, así que auguramos un feliz desenlace y, si vence de una vez por todas la verdad, que paguen costas y se vayan al pedo.

Pero regreso precisamente por este mismo tema, aunque ahora no nos afecte a nosotros. Todos hemos recibido, por un cauce u otro, informaciones de que varias agrupaciones vinculadas al poder ultraconservador van a denunciar a Lalachús por exhibir una estampita del toro del Grand Prix durante las Campanadas de Nochevieja en TVE. Y hace poco leí, a través de eldiario.es, que la justicia ha archivado una demanda contra Alberto González por publicar unas páginas de humor protagonizadas por el político Rafael Hernando. Su editorial no se ha prodigado en comentarios y yo tampoco insistiré, pero me figuro que el alivio fue el mejor regalo de estas Navidades.

Con la diferencia de que esta última causa era civil y no penal, lo que estamos viviendo en estos tiempos de desinformación es un ataque perpetuo contra la libertad de expresión, que en realidad lo es contra la diversidad de opinión. Su propia libertad sí les interesa mantenerla, para poder llamar de todo al presidente del gobierno en el Congreso de los Diputados y fuera de él, o para poder boicotear presentaciones de libros haciendo llamamientos a las armas través de las redes sociales. Eso les parece macanudo. Esa libertad es bien, la de los demás merece morir.

Es curioso como quienes más se ofenden en público al encontrar voces diferentes a las suyas son quienes más formulan aquella frasecita de “es que en este país ya no se puede decir nada”, toda una contradicción. Suelen ser los mismos que replican cosas como “pero con Mahoma no hay huevos”, apostillando que a ver si (nos) va a suceder lo mismo que les pasó a los del Charlie Hebdo, lo que no sé si interpretar como una amenaza velada o, incluso, como una incitación para el regreso del terrorismo apostólico, que en España conocemos bien porque en 1977 ya atentó contra la revista El Papus. Lo insinúan entre dientes cuando culminan sus argumentos con un “algún día se nos acabará la paciencia”. Quizá, en un día no tan lejano, la Conferencia Episcopal amplíe aquello de “santificarás las fiestas, honrarás a tu padre y a tu madre, y pondrás una bomba bajo el coche de los zurdos”. No hace tanto que desde el partido verde (el malo) mandaban un claro mensaje a su rebaño para que hostigaran al director general de RBA, a ver si se repensaba aquello de publicar la revista El Jueves dentro de su catálogo editorial. Una visitilla, un escrache, ¿una paliza a las puertas? ¿Qué es lo que pretendían? ¿Qué pretenden ahora?

Es una pregunta retórica, la cosa se contesta sola.

Pero quienes sí que nos quedamos sin paciencia y sin mejillas que poner somos quienes soportamos diariamente la estulticia de estos grandísimos opinadores, uno de los motivos (junto al ego del divorciadísimo Felón Musk) de que los usuarios de redes sociales hayan migrado hacia BlueSky, donde pueden hacer listas para bloquear con un solo click a cientos de cuentas fascistas o simplemente regentadas por estúpidos y también donde, por una vez, ven cómo los comentarios de odio no pueden monetizar. Porque de eso va todo esto. Nadie va a la guerra si no hay beneficios (que le pregunten a Netanyahu), ni nadie orquesta una batalla cultural si no hay forma de sacarle rendimiento.

No sé si a Rafael Hernando le interesaba más salvaguardar su honor, mancillado por un tebeo que no entró en ninguna lista de los más vendidos (al menos, hasta ahora), o enchufarse los 30.000€ que exigía en su demanda. Y tampoco sé si a los Abogaduchos Ultracatólicos y a los que Quieren Ser Escuchados les viene mejor ganar algún juicio (¡el que sea! ¡Al menos uno pequeñito!) o pasar el cepillo ante las masas exaltadas por sus comentarios apocalípticos. La cosa va de calentar al personal y *sonido de caja registradora* cobrar hermosas donaciones que van directas a sus bolsillos. Fíjate si son rácanos, que hasta las imágenes que usan para mantener encendidos a sus seguidores están hechas con Inteligencia Artificial, demostrando que todo les importa una maldita mierda. Aunque no puedo decir que no les pegue: su ingenio es tan artificial como sus supuestos sentimientos de ofensa religiosa, porque aquí lo único que importa son los dineros. Como en todo. ¿Por qué la principal empresa de comunicación de este país tiene en propiedad, al mismo tiempo, a las dos cadenas de televisión que son reconocidas por la gente en la calle como la punta de lanza de la derecha y la izquierda? Porque no hay que poner todos los huevos en la misma cesta. Porque no hay público que perder.

Porque euros.