Eventos de cómic: cómo y por qué. Si nos ponemos a hablar de costes de instalación, aforos, alquileres, acreditaciones, seguros, burrocracia, contratos, inspecciones (de trabajo y de Hacienda o todas a la vez), seguratas con una autoridad inmerecida y empresas que no se leen los reglamentos ni aunque les vaya la vida en ello, fianzas, planos, folletos y horarios… llenaría no una, sino cincuenta columnas de estas. No es fácil organizar un sarao de estas características, aunque si te paras a pensarlo cada semana se juegan partidos de fútbol con mucha más asistencia y ni tan mal. Todavía no tenemos hooligans de Junji Ito enfrentándose a los hinchas del One Piece, que a lo mejor es precisamente lo que nos falta para copar de una vez los titulares de prensa.
Empieza la temporada de convenciones, y es buen momento para sacar entrada y hablar de ellas.
Lo que tienen nuestros eventos nacionales de cómic es que son fiel reflejo de la “industria” patria, sometidos a la ley del low cost a su pesar, porque no hay nadie dispuesto a pagar más de veinte euros por una entrada (a diferencia del fútbol) y las ayudas están… muy mal repartidas, por ser fino. Hay muy pocos certámenes financiados por las arcas públicas, así que todo sale del bolsillo del consumidor. Y del expositor. Y, en algunos casos, del de artistas que tienen que pagarse sus propios viajes para acudir a las sesiones de firmas. Low, low cost.
Cuando pienso en convenciones me vienen a la cabeza enormes trampas con cuatro paredes, de las que no se puede salir a riesgo de tener que volver a pasar por taquilla, con la obligación de consumir en los food trucks dispuestos como comederos para hámsters, provocando indignación por el precio de figuras de PVC que se pueden encontrar por internet a menos de la mitad de precio y ensordeciendo al personal con el terrible sonido ambiente, gritos y notas distorsionadas de escenarios en un recinto que no está acústicamente dispuesto para soportar tanto decibelio.
Entonces, ¿por qué sigue acudiendo la gente?
Como aficionado, en su momento asistí para conocer a gente del sector en una época en la que internet consistía en gritarse en Dreamers.com y las redes sociales eran una ilusión. Es probable que, en esta era en la que estamos más conectados que nunca, la desvirtualización siga siendo el mayor aliciente, porque a estas alturas apenas acuden librerías con material descatalogado a buen precio, ofertas que valgan la pena o actividades que no se repitan una y otra vez. Y el ansiado relevo generacional solo parece darse en el manga, mientras que los certámenes dedicados al CÓMIC puro y duro (sea lo que sea eso) van menguando en densidad y aforo.
Pero muchas editoriales necesitamos estos eventos y bendecimos sus alimentos.
Al menos, en nuestro caso: los ingresos que vienen de las ferias y salones suponen más del 40% de nuestra facturación total. Y esto es porque… ¿quién mejor que nosotros para ofrecer nuestro fondo de catálogo? Lo que en realidad quiere decir que quién mejor que nosotros para querer llevar nuestras cosas aunque vendan lo justito, porque en las librerías no caben ya. Lo cierto es que acudiendo a estas ferias podemos captar (uh, esto suena bastante sectario) a un público casual que ve algo de anime o lee cosas online de tanto en tanto pero que apenas se acerca a tiendas físicas o hace click en Amazon, quizá por falta de tiempo o porque no está tan metido en el tema. Que a veces nos creemos que la gente que lee cómics está SOLO pensando en los tebeos, y mira, es que hay más vida ahí fuera. No podemos depender solo del coleccionismo recalcitrante, necesitamos abrirnos al vulgo. Si Paco Roca dice que cuando hace sus best-sellers piensa en un público que no lee tebeos de forma habitual… pues algo de razón tendrá.
Así que nos vemos en la siguiente feria. Dependemos de ello.