Si le preguntas a cualquier lector de cómic quién es el autor definitivo del Castigador, la respuesta que más veces se repetirá, sin duda, es Garth Ennis. Y casi con total seguridad, la mayoría de los lectores que mencionen al guionista irlandés tendrá en mente la legendaria serie, fuera de continuidad, del sello MAX. Pero ya había tenido un contacto previo con el personaje dentro del sello Marvel Knights, primero en una serie limitada de doce números (de la que hablamos aquí y aquí), y después en una serie regular que empieza en este tercer número de Marvel Saga: El Castigador de Ennis y Dillon.
Comentábamos cuando hablábamos de la serie limitada con la que se abrió esta colección que el enfoque que le dio Ennis a esta serie está muy lejos de lo que haría años después con el personaje, y que está más cercano al humor macarra y pasado de vueltas del que había estado haciendo gala durante varios años en Predicador. A fin de cuentas, cuando Marvel le ofreció la serie de Frank Castle a Garth Ennis y Steve Dillon, se la estaba ofreciendo precisamente al equipo creativo del éxito de ventas del sello Vertigo de la Distinguida Competencia. Y si en las anteriores entregas teníamos mutilaciones salvajes, humor de perdedores, chistes de gordos, un cura asesino en serie o burlas descaradas sobre supremacistas raciales, aquí directamente los autores cogen el filtro de las ideas y lo guardan en el armario bajo llave. En No caigas en Nueva York, el humor macarra se vuelve directamente grotesco.
El caso es que la historia no está mal. El argumento de lo que nos están contando en el primer arco argumental de la serie, que ocupa los cinco primeros números de este tomo, podría haber salido perfectamente en la posterior serie MAX. Castle se enfrenta a un grupo de mercenarios que tienen una bomba nuclear en una isla del Caribe, dirigidos por un tal Kreigkopf, un ex general del ejército estadounidense que cometió durante su servicio una buena cantidad de crímenes de guerra y fue expulsado por hacer lo que solía hacer delante de una cámara de la CNN. Vamos, el problema no era que fuera un monstruo, sino que se le viera haciéndolo.
Esta historia toca temas recurrentes en la carrera de Garth Ennis. La guerra como destructora de cualquier rastro de humanidad dentro de las personas que participan en ella es el eje del discurso antimilitarista del los cómics bélicos del guionista, pero aquí lo mezcla con un humor de sal gorda que hace que el resultado final resulte incluso incoherente. Si en los tomos anteriores se hacían chistes con personajes perdedores, aquí directamente se les mete en incesto involuntario. Si el Ruso era una montaña de músculos con el cerebro suficiente para ser capaz de asesinar lo que se le pusiera por delante, aquí se le resucita como un cíborg con enormes glándulas mamarias y se hacen periódicamente chistes de tetas. Si en la limitada de doce números en la que desembarcaron Ennis y Dillon el humor bordeaba el límite no ya del buen gusto sino de la coherencia -cruzándolo en más de una ocasión, vale-, en este tomo salta dicho límite y sale corriendo hasta que lo pierde de vista. Aquí los autores parecen estar buscando presentar el WTF más grande posible en lugar de intentar contar una historia, aunque sea con el macarrismo marca de la casa.
Y cuando estamos con el gesto torcido, inesperadamente nos encontramos con el Ennis que adoramos. No caigas en Nueva York, el sexto número de la colección regular y que le da el título a este tomo, nos cuenta la historia de un veterano de Vietnam que Castle conoció que volvió totalmente desquiciado de la guerra convertido en una persona rota y que acabó asesinando a su propia familia. En cierto modo, algo parecido a lo que le ocurrió al propio Castle pero por un camino diferente. Si No caigas en Nueva York hubiera aparecido tal cual en la serie MAX, habría cuadrado perfectamente.
Cerramos el tomo con un experimento que hizo Marvel a finales de 2001: los cómics publicados ese mes fueron mudos todos ellos. Cuando se hacen experimentos narrativos por imposiciones editoriales en lugar de por necesidades de la trama o por interés de los autores, sale lo que sale. En ese mes, Grant Morrison consiguió hacer un magnífico cómic con esta idea (New X-Men 121, el rescate psíquico de la mente de Xavier por parte de Emma Frost y Jean Grey), pero el resultado en general fue bastante olvidable. El número del Castigador es simplemente correcto, y tiene la peculiaridad de ser el único cómic en el que Steve Dillon fue acreditado como guionista en su trabajo para las Dos Grandes.
Podemos decir que esta entrega de El Castigador de Ennis y Dillon gustará a los que disfruten del humor más pasado de vueltas y casi adolescente de los autores y horrorizará a los que pensaron que Predicador ya era demasiado caca culo pedo pis, pero sólo por el sexto número ya merece la pena su lectura. Estamos ante un (largo) prólogo de lo que vendría unos años después y sería lo mejor que se ha hecho con el personaje en su más de medio siglo de existencia.