Tengo que admitir que cuando leí el primer volumen de El Cabronazo, de Rick Remender, me lo pasé muy bien. Me pareció un tebeo la mar de divertido y cafre. La serie partió de una premisa tan loca y absurda que tenía muchos puntos para acabar saliendo mal y terminar convertida en un chiste de caca, culo, pedo, pis que se sostuviera tan solo con las burradas que iba haciendo el bueno de Ernie, nuestro “héroe”.
Haciendo un poco de memoria, en El Cabronazo conoceremos a la peor persona del mundo, que consigue salvar al planeta Tierra gracias a los poderes que obtiene por haberse tomado la llamada Fórmula Máxima.
La serie fue publicitada como la más políticamente incorrecta del momento. Una frase promocional que tampoco le hizo demasiado bien porque vale, el prota hace honor al apelativo de Cabronazo, pero tampoco era para tanto. En esencia, nos dejaba ver el lado más juguetón de Rick Remender tratando de emular al Garth Ennis más zafio en The Boys o al más irreverente Warren Ellis de Transmetropolitan. Al final, se quedaba un poco en tierra de nadie, pero conseguía hacernos pasar un rato divertido.
Rick Remender alcanza el potencial de El Cabronazo
No obstante, en mi opinión, en este segundo volumen de El Cabronazo es donde vemos realmente lo que Rick Remender quiere contar. La primera, totalmente sacada sin pudor pero con mucho cariño, de una mala novela de James Bond, nos muestra cómo una secta quiere cargar un arma en una estación secreta en la luna para conseguir lavar el cerebro a todo el planeta y que no haya más discrepancias, ni palabras malsonantes, ni chistes sonrojantes, ni… bueno, ya veis por donde va Rick Remender.
Para evitarlo, enviará a Ernie con su equipo para tratar de evitar tal catástrofe. En sus manos está el destino del libre albedrío de la gente. Para el desarrollo de la misión, el guionista nos tiene preparada una buena colección de burradas no exentas de violencia gratuita, palabrotas, discursos grandilocuentes, viajes en el tiempo e incluso la bizarra composición de un grupo de personas con “habilidades” especiales de lo más surrealista.
Sin embargo, lo más importante es el mensaje subyacente en la trama orquestada por Rick Remender. Ahora sí, el creador de Clase Letal o Ciencia Oscura arremete contra la sociedad actual y su dictadura de lo políticamente correcto. Pero ojo, no carga contra la inclusión o la representatividad, no.
El Cabronazo crítica severamente la censura al arte, al ocio, al humor, a la obligatoriedad de no poder expresarte libremente porque seguramente aparecerá algún gilipollas que abrazará cualquier causa en ese momento por puro postureo para hacerse la foto de turno o comentar su opinión, que nadie le ha pedido, en una puñetera red social. Una dictadura que nos está volviendo a todos gilipollas, que protege en exceso todo y que, por poco que lo permitamos, terminará por dictar los designios de nuestra vida por completo.
Así pues, en esta continuación de El Cabronazo, nuestro carismático protagonista se convierte involuntariamente en un hiperbolizado avatar de todo lo que quiere y necesita defender, emitiendo un voto a favor del derecho del hombre a ser mediocre, a poder hacer con su vida lo que quiera (asumiendo las consecuencias, claro está, y dentro de unos límites que quedan bien delimitados en la obra) y, en esencia, a tratar de ser feliz como humanamente pueda pese a las zancadillas que nos pone la vida día a día.
La parte artística vuelve a estar en las mejores manos posibles con un artista diferente en cada capítulo. Hoy tenemos a Bengal, Francesco Mobili, Alex Riegel, Jonathan Wayshack y Matías Bergara. Toda una mano ganadora que se convierte en póker gracias al color de Moreno Dinisio, que le da algo de uniformidad a la obra. Cada uno ofrece una versión diferente y demacrada de Ernie y todas son absolutamente maravillosas.
Ya lo decía mi padre: “no le puedes quitar a la gente su derecho a ser idiotas”. Una razón como un templo. Y de esto va realmente El Cabronazo.
Deseando estoy de ver cómo Remender remata la obra en el próximo, y último, tomo de El Cabronazo.