Ojalá me equivoque, pero temo que, en la marabunta de novedades editoriales de cada mes, El abismo, esta obra de Adam de Souza que nos trae Astronave, tiene muchas papeletas para caer en un cierto ostracismo que bajo ningún concepto merece.
Se trata de la obra de un autor que tiene cierto predicamento en norteamérica por su tira Blind Alley y también cierto nombre en los circuitos extracomiqueros por su trabajo de ilustración en libros infantiles o publicaciones como el diario canadiense The Globe and Mail o las revistas Vice y Live. Sin embargo, hablamos del primer trabajo de Adam de Souza publicado en España. Proviene además de una editorial como Tundra Books, que si bien tiene solera en Canadá y trabaja de la mano con la gigantesca Penguin Random House, tal vez en los circuitos comiqueros habituales no es tan conocida. Le sumamos a esto que en España nos llega de la mano de Astronave, el sello infantil- juvenil de Norma Editorial, que, dado su público objetivo, tal vez es más proclive a ser pasado por alto para el militante semanal o mensual de la librería especializada.
Qué decir tiene que por todos estos mismos motivos, es muy posible que la vida de El abismo sea mucho más fructífera en el circuito de librerías generalistas y con un público que probablemente no lea Es la hora de las tortas!!!, pero, amigos lectores, haríais muy bien en no pasarla por alto.
El abismo no es una historia para niños. Tal como se puede leer en la web de Astronave, se trata de un libro recomendado a partir de 14 años y permitidme poner énfasis en el «a partir de» o, lo que es lo mismo, recomendado para mayores de 13 años. Esto implica, como adelantaba, que no es un cómic para niños, pero también que no hay limitación de edad por arriba. Sus protagonistas son tres jóvenes en la frontera de los 18 años, en ese mencionado abismo donde se está dejando atrás la adolescencia y se atisba en el neblinoso y amenazador horizonte la sima de pesada incertidumbre del mundo adulto.
Aferrada al vestigio de un sueño, Olivia siente la necesidad de huir dos días antes del final del instituto en busca de una comuna en una de las islas del Estrecho de Georgia, cerca de la frontera de Canadá con Estados Unidos en su costa oeste. Con nada más que un viejo folleto y la compañía de sus amigos Milo y Alvin, dejando atrás familia y mochila — literal y figuradamente —, se embarcan en una aventura de autodescubrimiento y maduración.
Las historias de coming-of-age son un género en sí mismo y tienen miles de formas de ser abordadas. El caso de El abismo es una elección acertada de traducción del título original The Gulf. De acuerdo que se ve obligada a deshacer el doble sentido, que aludía , por un lado, al golfo donde se ubica la isla donde sucede la acción, pero también entronca directamente con la idea principal de este cómic. El abismo nos habla de ese periodo de inquietante incerteza, de vacío existencial, cuando se aproxima un nuevo mundo desconocido al que no estás seguro de querer enfrentarte, donde resulta tan angustiante no tener donde encajar como tener que encajarte en algún sitio. El instituto, los amoríos, la música y todo lo que parecían pilares en la vida parecen perder vigencia y el resultado es una tierra de nadie y un destino ignoto. El abismo habla de esa etapa llena de preguntas, de frustraciones, de negación y rebeldía contra lo que se acerca. Habla de aferrarse con las uñas al resquicio de un sueño como única alternativa a todo lo decadente, hipócrita y alienante de la trampa del mundo en que vivimos en un periodo vital en que tal vez no estamos tan bregados con estas ideas. Pero El abismo también es la historia de una aventura y la de la relación entre tres amigos en una edad donde las amistades son el cimiento de tu realidad, una de esas aventuras que vistas con ojos viejos resultan inocentes y ligeras, pero decisivas y hasta aterradoras cuando se viven desde dentro.
Pero más allá de estas ideas principales en todas sus formas, el abismo toca a veces de manera más frontal y otras más de soslayo otra infinidad de temas como el sexo, la relación del hombre con la naturaleza, los roles hetorpatriarcales, los dictámenes de lo que la sociedad espera de nosotros y al fin y al cabo de todas las pequeñas cosas que implica confrontar el mundo adulto.
No dejan todos estos de ser asuntos que se han tratado una y mil veces y que los viejos del lugar tal vez podamos ya ver con algo de cinismo y descreimiento, pero Adam de Souza no sólo consigue un cómic que casi podría ser generacional para un joven de hoy día, sino que maneja todos estos temas sin la pretenciosidad de quien parece tener soluciones absolutas, con serenidad y madurez y, sobre todo, con unos personajes a los que no tardas en coger cariño por desesperantes que pueden ser en algunos momentos (chavales, ya se sabe).
A fin de cuentas, aunque enmarcado en un momento muy concreto, El abismo podría ser lo que se viene a llamar una historia costumbrista o, como llaman los yankis muy acertadamente, un slice of life y es que, por más que esté presente la visión de un autor joven, no hay duda de que existe cierta deuda con ciertos sectores de las escuelas Fantagraphics y Drawn & Quarterly de finales del siglo pasado y principios del presente, que sin duda son un canon ineludible al trabajar este género. No obstante, participa también de ciertos códigos del manga e incluso tal vez podríamos llegar a verle ecos de autores contemporáneos como Tillie Walden. La presencia del bitono en la mayor parte del tebeo, las estilizaciones de los personajes, el hecho de abrazar recursos clásicos como los bocadillos de pensamiento e incluso un cierto uso simbólico del realismo mágico nos llevan a todo este tipo de referentes, muy proclives a esa simplificación de formas que también en el caso de El abismo propicia una supresión de la fricción y prima la historia sobre la propia presencia de los dibujos
Puede que El abismo no sea un cómic que entre por los ojos a los menos familiarizados con este tipo de propuestas, pero basta leer un puñado de páginas para no poder parar. El abismo ha resultado toda una sorpresa, una visión adulta y serena de un momento que todos hemos experimentado, pero sigue siendo tan huidizo, visceral y difícil de aprehender desde un ángulo más reflexivo, como crucial, ineludible y definitorio. Adam de Souza no sólo acierta en el modo de capturarlo y abrir las puertas que conlleva, sino más allá de trascendencias varias, nos deja un tebeo lleno de humanidad y una de esas historias que entran solas.