Es la hora de las tortas!!!

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Dulces tinieblas, de Fabien Vehlmann y Kerascoët

Dulces tinieblas, de Fabien Vehlmann y Kerascoët
Guion
Marie Pommepuy, Fabien Vehlmann
Dibujo
Kerascoët
Traducción
Eva Reyes de Uña
Formato
Cartoné con sobrecubierta, 112 páginas, 23 x 30,2
Precio
32 €
Editorial
Norma Editorial. 2024
Edición original
Jolies Ténèbres FRA

Hay un curioso eje artístico que se encuentra muy a menudo en diversas disciplinas. Es la línea que une lo cuqui con lo siniestro, aparentemente opuestos pero que hacen un extraño matrimonio bien avenido. Es el terreno donde se mueve habitualmente Tim Burton, por poner un ejemplo. El director de Bitelchús entre muchas otras suele ser estéticamente muy siniestro, pero argumentalmente muy cuqui. En ese mismo campo se mueve la obra de la que hablamos hoy, Dulces Tinieblas, pero de forma diametralmente opuesta a lo que hace el mencionado director: tenemos aquí una obra preciosa de contemplar pero que nos sacará algún que otro escalofrío con lo que nos cuenta.

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Dulces tinieblas es una de esas obras que nos enganchan desde la primera página, pero nos dejan un poso inquietante que se queda con nosotros hasta un buen rato después de haber cerrado el libro. La trama arranca con un planteamiento visual que ya nos revuelve un poco por dentro: en las primeras páginas descubrimos el cadáver de una niña, y de su interior salen unas pequeñas criaturas humanoides, como un siniestro grupo de liliputienses alrededor de Gulliver. Estas figuras, lideradas por la dulce Aurora, comienzan a organizarse en su nuevo entorno alrededor del mencionado cadáver, una naturaleza salvaje que parece inocente y primaveral en un principio, pero que termina resultando hostil y violenta.

Lo que hace de Dulces tinieblas una obra tan fascinante es su capacidad para contrastar la estética visual, casi de cuento de hadas, con una historia cargada de horror y violencia. Kerascoët (un dúo artístico formado por Marie Pommepuy y Sébastien Cosset) plasman un arte lleno de colores suaves, formas redondeadas y personajes adorables, que nos recuerdan a los cuentos ilustrados de nuestra infancia. Pero bajo esa apariencia inocente, se oculta una historia cruel, en la que la lucha por la supervivencia se convierte en una metáfora escalofriante de las peores facetas de la naturaleza humana.

Aurora es, en cierto modo, el centro de la historia. Al principio la vemos como una figura maternal, amable y preocupada por el bienestar de los demás, tratando de mantener unidas a las pequeñas criaturas que la rodean. Sin embargo, según va avanzando la historia, descubrimos que ni siquiera ella está exenta de caer en la corrupción y el egoísmo. Es en este proceso gradual, en el que el idealismo se corrompe, donde Dulces tinieblas encuentra una de sus mayores fortalezas. La obra no teme mostrar lo peor de sus personajes: la inocencia se pierde rápidamente y lo que al principio parece ser un grupo bien avenido se va  desintegrando poco a poco con violencia, traición y crueldades cada vez más grotescas. Todo esto contrasta con el mundo natural, que se convierte en un personaje en sí mismo, observando con indiferencia los horrores que se desarrollan. Mientras los pequeños personajes caen en desgracia, el bosque permanece impasible, ajeno a su tragedia.

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El guión de Fabien Vehlmann se mueve en un delicado equilibrio entre la ternura y el terror. Cada duendecillo tiene su propia personalidad, pero, a medida que la historia avanza, se van desdibujando en su lucha por la supervivencia. La degradación de la comunidad es palpable, y hay una sensación de inevitabilidad en el descenso hacia la barbarie. Esta mezcla de lo macabro con lo dulce hace que el lector se sienta incómodo en todo momento, incapaz de predecir lo que vendrá después. Otro de los aciertos de esta obra es el uso del silencio. Muchas de las viñetas carecen de texto, lo que aumenta la sensación de desolación y desesperanza. Es como si estuviéramos viendo una especie de fábula muda, en la que las acciones hablan más fuerte que las palabras. Las escenas de violencia, a menudo abruptas y desconcertantes, impactan más por la falta de explicaciones que las rodean, creando una atmósfera enfermiza.

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En conclusión, Dulces tinieblas es una obra que tiene su fuerza en los contrastes. Es una historia de horror disfrazada de cuento infantil, una fábula perversa que nos recuerda lo frágiles que son nuestras máscaras de civilización. El trabajo de Kerascoët es visualmente deslumbrante, y el guión de Vehlmann es tan inquietante como fascinante. Es una lectura incómoda, sí, pero también necesaria, para quienes se atrevan a adentrarse en las profundidades de esta perturbadora mezcla de Los Diminutos con El señor de las moscas.