A finales de marzo, Distrito Manga lanzó el primer número de Don’t Call it Mystery, una serie con la que la editorial se estrenaba dentro de la demografía josei, títulos orientados a un público femenino adulto. Le dimos una oportunidad más por curiosidad que otra cosa, porque el josei no es precisamente el género más popular del manga en nuestro país, y la experiencia resultó ser totalmente satisfactoria. Tanto, que aquí estamos ya con el segundo tomo.
Don’t Call it Mystery es una serie protagonizada por Totonô Kunô, un peculiar chico universitario con unas dotes para la observación extremadamente por encima de la media, que con lo extremadamente poco dotado que está para las interacciones interpersonales da una combinación que nos resulta familiar: el detective privado al que no se le pasa un detalle pero que es un inepto social de marca mayor. Salvo por el detalle de que Kunô no es un detective privado, es tan solo un estudiante universitario con una habilidad prodigiosa para meterse en todos los jaleos que se cruzan con él.
En el primer tomo, pudimos leer una historia completa (Único sospechoso) y el principio de la segunda (El delincuente que quería charlar). Con el segundo tomo, apreciamos ya la estructura que nos vamos a encontrar en esta serie. Don’t Call it Mystery está formada por sucesivos casos autoconclusivos, que tienen un subargumento que va llevando al personaje protagonista de unas a otras, como en las series procedimentales de televisión. Una estructura, por cierto, que es muy habitual en las series de detectives.
Así, en el volumen anterior, Totonô Kunô cogió un autobús al principio de la segunda historia para ir a un museo a ver una exposición de arte expresionista, pero el autobús fue secuestrado en una historia que quedó a medias. En esta segunda entrega, se resuelve la historia del secuestro del autobús de una forma muy similar a la del asesinato del primer tomo: Kunô habla con todos y cada uno de los personajes que comparten habitación con él, observa su comportamiento, habla de temas íntimos y personales con ellos, y resuelve el caso. Así, averigua el motivo del secuestro y lo relaciona con unos asesinatos que estaban ocurriendo en la ciudad. El problema es que no llega a ver la exposición. Pero uno de los personajes de esta historia, Garo Inudô, le dice que la puede ver en Hiroshima unos días después.
La segunda historia del tomo, con el descriptivo título de Un breve viaje en tren, nos lleva hasta Hiroshima. En el camino, Kunô ve que su compañera de viaje tiene unas extrañas cartas con texto y unos aparentemente no relacionados dibujos. Simplemente mirando las cartas -es muy dado a meterse donde no le llaman- se da cuenta del sentido de los dibujos y el mensaje que esconden, y hablando con la compañera de trayecto, descubre unos turbios sucesos que ocurrieron en su familia muchos años atrás. De la misma forma que en las dos historias anteriores, sentado en una estancia cerrada, en esta ocasión el vagón del tren, y sin ningún tipo de prueba física.
La tercera historia, Inesperadamente esperado, comienza al bajarse del tren. Otra pasajera del mismo le quiere contratar para otro complejo asunto familiar: una herencia. ¿Y cómo ha sabido de él? Inudô le ha dado su nombre. Pero esta, de nuevo, queda inconclusa. Parece que lo de dejar historias a medias para picar al lector a comprar el siguiente tomo es algo que iremos viendo regularmente.
Si el primer tomo de Don’t Call it Mystery nos gustó, con el segundo nos ha conquistado por completo. Las historias son interesantes, está bien hiladas, y los personajes son carismáticos en su rareza. Si la relación que se plantea entre Totonô Kunô y Garo Inudô nos recuerda a la que hay entre Holmes y Moriarty es casualidad o intencionado, es algo que veremos en sucesivas entregas. Porque, desde luego, como fan del género detectivesco, seguiremos por aquí.
