Se puede decir que algunas son justas, se les puede dar nombres épicos como Operación Medusa o Tormenta del Desierto , pero la realidad es que para la población civil no hay grandes diferencias: toda guerra tiene víctimas inocentes entre personas que intentan vivir el día a día como pueden. Y entre ellas, las más inocentes de todas son los niños. Alrededor de esta dura pero tristemente aún actual idea gira Días sin escuela.
Con esta idea en mente, y basada en testimonios de personas reales, Sento Llobell y Elena Uriel nos cuentan una historia que les toca muy de cerca. Además de pareja creativa son matrimonio en la vida diaria, y nos relatan como, a principios de los años noventa, acogieron a Denis, un pequeño bosnio de seis años, al que dieron una oportunidad sin la que, posiblemente, no seguiría vivo hoy en día.
Días sin escuela está contada en dos momentos temporales, el presente, en el que Denis y Selma, una niña que tenía tres años cuando estalló la guerra, cuentan a familia y amigos sus vivencias durante su dura infancia mientras comparten una paella, y el día a día del conflicto mediante flashbacks, líneas temporales perfectamente distinguibles a primera vista por el uso del color: mientras que el presente está narrado a todo color, los flashbacks están en un crudo bitono de colores fríos.
Pese a que la historia que nos cuentan Elena y Sento es tremendamente dura -es difícil no empatizar con una víctima inocente, más aún cuando es un niño- no deja de haber un cierto poso de esperanza: al estar contada en primera persona por los implicados sabemos que, pese a todas las penurias que vivieron, a todo el sufrimiento, físico por ser desplazados que vivían en condiciones inhumanas y emocional por pasar por la brutalidad de una guerra sin entender absolutamente nada, sobreviven, y tienen una vida razonablemente buena a día de hoy, pese a las innegables cicatrices que llevarán con ellos. Denis fue acogido por Elena y Sento cuando era niño, y a día de hoy comenta que tiene dos familias, la natural y la de acogida.
Cuando te aproximas a unas vivencias tan duras como las que pasan los niños protagonistas de esta obra, es difícil resistir la tentación de no apartar la mirada. Pero el trabajo que nos presentan Elena Uriel (Dr. Uriel) y Sento Llobell (Dr. Uriel, ¡Cava y calla!) es tan absorbente, tiene unos personajes tan bien definidos, tan humanos, y una narrativa tan fluida, que será difícil apartar este libro una vez se ha empezado su lectura hasta haberlo terminado. Es especialmente fascinante el choque entre la elegancia del dibujo de Sento, considerado parte de la Nueva escuela Valenciana de Daniel Torres o Mique Beltrán entre otros, y la crudeza de los hechos relatados.
Decíamos que Días sin escuela es una historia con cierto deje optimista por saber desde el principio que la vida de los protagonistas sigue adelante, y que pese a ser niños, son inesperadamente resilientes, pero también nos deja un poso amargo sabiendo que, quedándonos el deseo de que hechos como los aquí narrados no deberían volver a ocurrir, tenemos la certeza de que han pasado, pasan y pasarán. En definitiva, una novela gráfica impecable en lo técnico y que nos dejará reflexionando un buen rato tras acabar su lectura.