1 DE ENERO. ESTADO ACTUAL: Sin trabajo, sin novio, sin un lugar permanente para vivir, sin automóvil, y la mayoría de mi ropa se mantiene unida con grapas y cinta adhesiva. Cuenta bancaria casi aniquilada. Muchos de mis antiguos asociados han expresado su deseo de que nunca vuelva a oscurecer sus puertas por razones legales y financieras.
Soy fan de Hulka desde que, muchos años ha, un amigo, mayor que yo, me echó la bronca por no estar comprando la serie de John Byrne que publicaba la extinta Comics Forum. En mi descargo diré, señoría, que hace casi treinta años de esto, y yo era tan solo un jovenzuelo poco avezado que se hacía Lobezno, Caballero Luna, algo de mutantes y lo poco que llegaba a los kioscos de mi barrio de ciudad de provincias (muy poco DC, las cosas como son). Por suerte, existía en el centro una librería que se parecía (con varias cervezas encima) a lo que hoy podríamos llamar librería especializada, donde pude hacerme con los 10 ó 12 números publicados hasta la fecha en nuestro país. Y oh, qué descubrimiento. Qué maravilloso ejercicio de metalenguaje, qué dibujos, qué guiones tan divertidos e imaginativos los del John Byrne noventero. Desde luego, esa Hulka había sido para mí todo un descubrimiento. No es que no conociera al personaje de antes. Tenía por casa una o dos grapas de La Salvaje Mujer Masa de Editorial Vértice (en mi ciudad no nos podíamos poner exquisitos, llegaba lo que llegaba), y ya había leído algo de ella gracias a su aparición en las Secret Wars originales. En esos primeros años noventa nació, como digo, mi amor por la amazona esmeralda. El personaje dio varios tumbos, se unió a los Cuatro Fantásticos, a los Vengadores, y acabó en manos de Dan Slott, que concibió una deliciosa sitcom ambientada en los tribunales de Nueva York. El resto es historia.
Precisamente esta novela, llamada The She-Hulk Diaries, parte de esa etapa de la Hulka salvaje, juerguista y libertina, que acaba de perder su empleo en el bufete de abogados especializado en derecho superhumano. Es Jennifer Walters, alter ego de la gigantesca superheroína, la que debe pagar el pato de haberse quedado sin trabajo y sin su puesto en la alineación de Los Vengadores. Es por ello que Jennifer se plantea sus resoluciones de Año Nuevo, y anota sus pensamientos en el diario que da título a la novela. Y aquí es donde empieza a torcerse todo. Porque, para empezar, no estamos leyendo el diario de Hulka, sino el de Jennifer Walters. Y es la Jennifer Walters más odiosa, infantil e insoportablemente ñoña de la historia.
Durante toda la lectura de la novela no dejaba de escuchar un sonido de alguien dando palmas. Y no era nadie aplaudiendo, sino que las palmas las hacía el coño de la puñetera Jennifer, que se tira tooooodo el puñetero libro buscando novio. En serio, a todo hombre que se le cruza en su camino ella lo evalúa como su Futuro Amor de su Vida en Potencia. Y todo por un romance adolescente con una estrella del rock que oh-qué-dolor, no le devolvió la llamada después de un fin de semana de loca pasión. Y ahora ese hombre alto, de anchas espaldas, y tan masculino que le chorrea la testosterona por la raja del culo vuelve a aparecer en su vida y a Jennifer se le hace el chichi pesicola y se le trastocan todos los planes de abogada seria y profesional. Nunca he entendido la obsesión que tienen los americanos con el Día de San Valentín. Es como si se fuera a acabar el mundo si lo pasan solos en casa. Necesitan URGENTEMENTE una cita para ese día o si no se convertirán en viejas y viejos amargados cuyo cadáver será devorado por los gatos con los que viven porque nadie más querrá disfrutar de su compañía.
Habrá quien diga «eh, pero Ally McBeal era así y bien que te gustaba». En efecto, yo fui uno de los muchos varones heterosexuales que disfrutó con las desventuras sentimentales de la abogada soltera. Pero, al contrario que este The She-Hulk Diaries, la serie de Ally McBeal era DIVERTIDA. Y Ally no era una Mary Sue de la vida, como esta Jennifer Walters. Porque, vamos a ver, aceptamos que nuestra querida Jen sea una de las mejores abogadas de Nueva York (está ahí, ahí con Matt Murdock), y que se convierta en una de las superheroínas más carismáticas del Universo Marvel. Aceptamos que además, siguiendo el canon superheroico, sea alta (1,74 m, según la wikipedia) y atractiva. Pero resulta que, además, según la autora de este libro, también juega mucho a videojuegos online, es una competente LARPer, la mejor alumna de Krav Maga que tiene su maestro, una excelente cuentacuentos para niños enfermos en el hospital, buena tiradora, coleccionista de armas… Parece que la autora ha querido depositar en ella todos sus gustos y aficiones (o sueños por cumplir), convirtiendo a Jen Walters en una parodia de la joven profesional exitosa norteamericana.
Para colmo, la trama del supervillano (obligada, puesto que estamos hablando de un personaje del universo Marvel) es predecible en exceso. La revelación del villano, que ocurre en las últimas 30 páginas, y son las únicas soportables de todo el libro, se ve venir desde el primer tercio de la novela. Y para un libro de algo más de 300 páginas, mi inteligencia se ha sentido bastante insultada. Ojo, que a lo mejor hay que acometer la lectura de esta novela desde otro ángulo. No es una historia de superhéroes. Es una historia del género chick-lit ambientada en el universo Marvel. Pensad en El Diario de Bidget Jones, en Sexo en Nueva York, en la antes mencionada Ally McBeal, en Anatomía de Grey, en El Diablo viste de Prada… Coged los mayores estereotipos que se os puedan ocurrir, mezcladlos con una buena dosis de previsibilidad, un buen puñado de OMG! amazing (expresión que se repite, y no exagero, como 20 veces a lo largo de la novela) y todo lo que pueda estar de moda entre las jóvenes profesionales norteamericanas, como los smoothies de fruta a precios prohibitivos, los food trucks de comida internacional, el name-dropping indiscriminado y las BFF locas con profesiones artísticas / glamurosas que te piden que les cuentes con todo tipo de detalles tus aventuras sexuales con el ligue de turno. Había ocasiones durante la lectura de este libro en que deseaba tener una mano gigantesca para poder darle a la protagonista una hostia de cuerpo entero.
¿Y a quién hay que culpar por este engendro? A una tal Marta Acosta, famosa en el descansillo de su escalera, y que cuenta en su haber con varias obras más de chick-lit que han pasado sin pena ni gloria por las librerías. Creo que una vez una revista habló de ella. Este The She-Hulk Diaries (inédito en nuestro país, y no me extraña), es uno de las muchas novelas protagonizadas por personajes Marvel, algunas de ellas obra de reputados guionistas como Peter David, Devin Grayson o Dan Abnett. Reconozco que como fan del personaje esta novela me ha decepcionado profundamente, pero cuento en mi poder con otras dos novelas protagonizadas por mi otro gran amor, la Chica Ardilla, que me han dejado mucho mejor sabor de boca. Para los curiosos, existe multitud de novelizaciones de películas de superhéroes, como la trilogía de Batman de Nolan, el Spider-Man de Raimi, Elektra o incluso novelas ambientadas en el universo de Ghost in the Shell. Las tengo y las he leído, sí. En castellano, Editorial Planeta está publicando novelas protagonizadas por algunos personajes Marvel como Black Panther, la Viuda Negra o los Vengadores. Echadles un ojo si os apetece.
Podríamos finiquitar esta reseña de The She-Hulk Diaries diciendo que sería una buena opción para regalar a alguien que supiéramos es aficionada a la chick-lit y quisiéramos introducirla en el mundillo superheroico. También serviría para vengarnos de nuestro peor enemigo y hacerle odiar los cómics para siempre. De un modo u otro, recomiendo únicamente su lectura en diagonal, obviar los pasajes en que Jen echa de menos a ese amor de juventud que vuelve a aparecer en su vida, comprometido ahora para casarse con la abogada más guapa y talentosa del bufete (coño, igual que en Ally McBeal), y prestar atención únicamente a las últimas 30 páginas, donde todo se resuelve y la protagonista es más heroica y menos hostiable. Y, por si os lo estáis preguntando: No, este libro no pasa el test de Bechdel.