De vez en cuando, surge un cómic que, por hache o por be, agita las aguas del rumor popular. Sean historias protagonizadas por circulos de colores, páginas bordadas o viñetas en negro, se trata de normalmente de propuestas atrevidas y poco convencionales, que dividen y polarizan instantáneamente a crítica y público entre «tomadura de pelo» y «obra maestra» y, en la mayor parte de las ocasiones, de forma exagerada en ambos casos y, lo que es mucho peor, infundamentada. Deep me, la última obra de Marc-Antoine Mathieu, que nos ha traído Salamandra Graphic ha sido el último caso de este fenómeno.
Y todo viene porque Deep me es una obra en la que el 90% de las viñetas, si no más, están completamente en negro a excepcion de bocadillos y cuadros de diálogo. Unas pocas imágenes previas de unas pocas páginas bastan para que mucha gente se alce en armas, antorcha y horca en mano, y para que otras se vayan al extremo contrario de las loas a la innovación por encima de todo. Afortunadamente y si bien siempre puede haber alguna excepción, cuando nos encontramos con una propuesta de este tipo hay un autor detrás con un objetivo y una idea clara bajo el experimento, más allá de la originalidad gratuita y la exhibicionista diferencia por la diferencia.
Si alguien ha leído cualquiera de las dos obras de Marc-Antoine Mathieu publicadas con anterioridad en España, probablemente puede vaticinar algo muy distinto de una mera provocación o un vanguardismo estéril. Y es que si bien tal vez Dios en persona era formalmente más tradicional, quien haya leído 3 segundos, ya se puede hacer una idea del gusto del autor francés por explorar ese tipo de historias que no se pueden contar con los planteamientos más convencionales. No es tanto es tanto partir de un determinado presupuesto narrativo y vestirlo de una historia, como de contar esas historias que no podrían ser relatadas con las herramientas habituales.
Y dicho esto, no me queda más remedio que pedir a quien lea esta reseña un voto de confianza, porque voy a tratar de desvelar lo mínimo imprescindible para hablar de Deep me, ya que se trata de uno de esos cómics en los que el propio lector debe ir descubriendo poco a poco cuál es la historia que estamos leyendo. Deep me no es, no obstante, un cómic farragoso y, aunque nos cueste un cierto trecho tener el puzle completo — si es que lo llegamos a tener completo al 100% en algún momento— basta un pequeño puñado de páginas para aterrizar en la premisa básica, para tener el ancla fundamental que nos afianza en esta lectura, que resulta sorprendentemente absorbente, que tira del lector y pide mucho menos voluntad de la que a priori se asumiría para un puñado de viñetas en negro.
Insisto en que desvelar detalles de la trama arruinaría gran parte de la experiencia lectora, si bien en las 5 primeras páginas, Marc-Antoine Mathieu ya nos da todas las claves y todos los ganchos para seguir a bordo. Lo que sí puedo es dar algunas pistas del tipo de historia que encontramos en Deep me.
Deep me es una historia contada en plano subjetivo. Es decir, todo lo que vemos — o lo que deberíamos poder ver y no es el caso — sucede a través de los ojos y la consciencia de Adán, nuestro protagonista.
Deep me es una historia de ciencia ficción. Obviamente y sólo con las páginas de muestra de esta reseña ya os podéis imaginar que no nos referimos a batallas de naves y luchas con sables de luz. Y si bien hacia el final si tenemos un giro que ubicaría este cómic en la onda de esa cifi de corte más ambiguo y filosófico, la mayor parte de la historia se construye en torno a descubrir un misterio, el mismo que debe descubrir el protagonista y que es el motivo de la peculiar propuesta formal. A medida que los lectores nos vamos ubicando, se va permitiendo ponerse un poco más críptico, ahondar un poco más en ese enigma que se va haciendo más complejo y con más carga conceptual a cada página. También en la línea de la ciencia ficción más clásica, podría venir el giro final, que tal vez pueda resultar un tanto polémico — pese a que hay pistas que lo presagian a lo largo de la historia — y nos sitúa en un registro bastante distinto de lo que hemos venido leyendo hasta ese momento, pero, al fin y al cabo, este tipo de volantazos finales abracadabrantes no dejan de ser una de las partes fundamentales del ADN del relato corto de ciencia ficción.
Deep me es una de esas historias que hace de sus limitaciones su mayor atractivo. Básicamente se trata de un pequeño, muy pequeño elenco de personajes, un solo escenario y diálogo. Hace falta ser muy hábil para mantener el interés con tan pocos recursos durante 120 páginas, pero Marc-Antoine Mathieu ya nos había demostrado de lo que es capaz cuando se las apañaba para dibujar 72 páginas de una historia que sucedía literalmente en 3 segundos sin que sobrase ni una sola viñeta ni bajase el ritmo en ningún momento. Por poner un ejemplo más conocido, a riesgo de desvelar un poco de más y salvando las enormes distancias, Marc-Antoine Mathieu participa de ese talento con que Rodrigo Cortés nos enganchaba al sillón una hora y media con un tipo dentro de una caja en Buried. Y no, adelanto que este Adán no está enterrado en una caja. En realidad, Mathieu despliega incluso más talento si tenemos en cuenta que solo llegamos a ver algo en poco más de 20 páginas y en muchas de ellas ni siquiera muy claro.
Deep me abre con la frase en blanco sobre negro «El pensamiento es una de las formas de la materia» y de algún modo Mathieu consigue que, del mismo modo que trata de hacer Adán, reconstruyamos los lectores en nuestras cabezas esas escenas que oímos — leemos en este caso — pero no podemos ver. Y esto me lleva al dibujo y aquí va a ser cuando os diga que me ha encantado, dejéis de leer esta reseña y me mandéis a la mierda, pero dadme sólo unas líneas más.
No es sólo que el hecho de no ver sea parte de lo que mantiene vivo el misterio que tenemos que desentrañar, sino que Mathieu hace trampa y, en realidad, el sentido de la vista es fundamental mucho más allá de leer los diálogos. Narrativamente, el hecho de que no haya dibujos como tales en el interior de la gran mayoría de las viñetas, nos hace mucho más conscientes de los recursos gráficos que participan de la narrativa del cómic más allá de estos propios dibujos. El color y tamaño de los gutters, el tamaño de las viñeta y lo que tardamos en leerlas, la grafía de las voces de los distintos personajes y lo que esta nos dice de ellos, los propios márgenes o ausencia de ellos en las páginas… son todo componentes que, si bien siempre tienen relevancia en la narrativa de la historieta, en Deep me cobran una importancia crucial a la hora de darnos esa información que necesitamos para seguir el hilo del misterio y de marcar el ritmo de una lectura absolutamente inmersiva.
Este misterio se apoya incluso en la propia edición, del propio objeto. Salvo por el logo de Salamandra y el código de barras Deep me es una caja negra cerrada. Incluso el titulo o el nombre del autor, gracias a un efecto con barniz, es negro sobre negro. No hay sinopsis, no hay blurbs, solo una especie de poema críptico, de nuevo en negro sobre negro, en la cpnyraportada. Incluso los cantos de las páginas son negros, aun cuando hay muchas que al abrir el cómic tienen márgenes blancos. Han teñido los bordes para que el libro cerrado sea una caja completamente negra. Una edición de estas características corre todo el riesgo del mundo de descarrilar si no se le dedica el cuidado que le han puesto en Salamandra. En este caso no sólo nos queda un bonito tomo en la estantería, sino que el propio objeto es parte de la narrativa.
Por descontado entonces que Deep me no es una tomadura de pelo y probablemente tampoco una obra maestra, pero no deja de resultar absolutamente impresionante cómo es capaz de sacar petróleo de lo que se podría haber quedado en un mero experimento formal y cómo, más allá de este, termina por brindarnos una historia atrapante, que no se podría haber contado de ningún otro modo y que quizá cuando llegado un momento más nos deja ver es cuando más pierde lo que hace cautivador a este cómic.