Uno de los comentarios más habituales que he escuchado sobre el material publicado en la Biblioteca Marvel de Panini es que se trataba de tebeos “caducados” o “malos” o que han envejecido fatal. Afirmaciones que yo no compartía demasiado, la verdad. Sin embargo, ahora que entramos de lleno en 1966 con esta cuarta entrega dedicada a las peripecias de la Patrulla-X sí que llego a entender por qué todo el mundo me decía que lo peor estaba por llegar.
La salida de Stan Lee y su sustitución por el jovencísimo Roy Thomas, así como la marcha del brutal Jack Kirby y la entrada de Werner Roth en el título, provocaron que la Patrulla-X entrase en un período oscuro del que saldrían gracias al talento de dibujantes como Jim Steranko y Neal Adams. Y ni siquiera esto evitó que el título se convirtiese en la primera colección clásica de Marvel en morder el polvo durante una temporada, hasta el relanzamiento de Wein, Claremont y Cockrum.
Pero con todo, este puñado de aventuras fundacionales de la Patrulla-X no está carente por completo de encanto o interés. Encanto porque se trata de una forma totalmente opuesta a la actual de hacer tebeos. E interés porque siguen siendo los años de cultivo del Universo Marvel, con la presentación de nuevos personajes casi cada mes.
El volumen arranca con la finalización de la saga del enésimo regreso de Magneto. Un tebeo divertido y efectivo que evidencia en cierto modo que sus autores eran del todo inconscientes de que estaban creando el universo de ficción más rico de todos los tiempos. En aquellos tiempos, las incoherencias no eran solo exclusiva de DC. En los cómics Marvel los motivos, intereses y poderes de los héroes y villanos fluctuaban a la discreción del equipo creativo. Aquí, Magneto es capaz de hipnotizar a la gente usando su mirada magnética. Sí, tal como suena. La némesis de la Patrulla-X no dejaba de ser un villano de opereta recurrente tal y como lo fueron Namor o el Doctor Muerte.
En el siguiente capítulo contamos con el debut del Mímico. Aunque formalmente el número reúne todos los tópicos habidos y por haber, hay que reconocer que la historia tiene fuerza, ritmo, drama y diversión. La mayor pega que encuentro es el tosco y soso diseño del nuevo enemigo de los mutantes.
Y ahora sí. En el número veinte original americano de la Patrulla-X, Roy Thomas asume la escritura del título. Hay que tener en cuenta que Thomas estaba todavía lejos de mostrar su mejor nivel y aquí se nota demasiado que no planificaba lo más mínimo las historias del grupo. Desde una peregrina marcha de Cíclope (que se salda a las pocas páginas sin mayor explicación), pasando por un Charles Xavier errático y contradictorio o un romance entre Jean y Scott que se vuelve todavía más coñazo o existencial con el eterno San Benito de “la quiero, pero no puedo estar con ella por su seguridad”.
Ahora bien, Thomas llegó con ganas de juerga al título. No dejó respirar a los mutantes ni un segundo, provocando enfrentamientos con todo tipo de villanos. Desde viejos conocidos que se hacen pasar por los protagonistas para atracar un barco, hasta una coalición de malosos liderados por el Conde Nefaria que incluye a Puercoespin, el Hombre Planta, Anguila o Unicornio. Destacar que el aristócrata antagonista ya venía de pegarse con los Vengadores o con Iron Man, por lo que aquí tenemos una nueva lección de continuidad y cohesión entre los títulos de Marvel Comics.
Como decíamos más arriba, Jack Kirby abandonó el título para centrarse en otros encargos y en su lugar entró Werner Roth. El artista ya había trabajado con Stan Lee en décadas anteriores con historias de corte romántico sobre todo. No tardó en quedar claro que a Roth los superhéroes no le interesaban lo más mínimo. Sus páginas, aunque cumplidoras, quedaban muy lejos de las de The King. Sus fondos, su composición y su narrativa algo tosca fue un clavo más en el ataúd de La Patrulla-X.
En definitiva, este cuarto volumen sigue resultando una lectura entretenida (sabiendo siempre lo que debemos esperar). El hecho de que las futuras entregas tengan una fama terrible no hace más que aumentar las ganas por ver si de verdad es tan malo. Seguro que algo se puede rascar. Quien busca, encuentra.
A modo de extras, además del prólogo y la sección “La Era Marvel” de Lidia Castillo, podemos disfrutar de un artículo de Stan Lee escrito para los Masterworks americanos de principios de siglo o de las cubiertas de Leonardo Romero para dos de estos recopilatorios. Por supuesto, siguen estando incluidos el correo original de los lectores o la reproducción de las páginas de publicidad de la época.