Pues se acabó lo que se daba. Ya hemos llegado al final de La Tumba de Drácula. Con esta recopilación (definitiva a mi entender) Panini ha publicado las setenta entregas de la serie original que vieron la luz entre abril de 1972 y agosto de 1979, además de extras, especiales y unas cuantas apariciones estelares del personaje una vez fue clausurada su propia cabecera.
La Tumba de Drácula, un hito de su época
La monumental historia río que nos han regalado Marve Wolfman (si bien es cierto que él tardó unos números en subirse al carro) y Gene Colan ha sido sencillamente espectacular. Con un ritmo in crescendo han logrado que un villano como Vlad Tepes sea protagonista de la serie regular más longeva publicada nunca sobre Drácula, y me apostaría a decir que sobre cualquier otro personaje de terror clásico como el Hombre Lobo o Frankenstein.
Fue gracias al tesón de sus autores y al hecho de que la serie se concibió en un periodo de relajación del Comics Code lo que permitió a las editoriales explorar otros géneros, de tal forma que Wolfman nos mostró una versión de Drácula contundente y poderosa, sin apenas “romantizar”. Aquí, nuestro querido Conde ve a los humanos como inferiores, como sustento para su supervivencia o simplemente como medios para conseguir un fin, como se ha visto en los últimos volúmenes con la trama del culto satánico.
Con un ritmo in crescendo, Wolfman lleva a Drácula al límite en estos episodios finales, haciéndole caer y sufrir su derrota más miserable, e incluso privándole temporalmente de sus dones vampíricos. Y con esto se las apaña para que su figura siga igual de amenazante y majestuosa.
La batalla final contra Lilith y Janus es intensa. Gene Colan echa el resto para transmitir una contienda donde no toda la lucha se limita al plano físico. Los reproches, el rencor, el dolor por la traición… Todo un tapiz de expresiones faciales que en sus hábiles manos sirven a la perfección para mostrar esta contienda definitiva entre seres de ultratumba.
Un detalle muy importante a tener en cuenta es contextualizar la época en la que fueron publicados estos tebeos hace más de cuarenta años. En esos tiempos todo parecía mucho más “duradero” e impactaba más al lector, teniendo la sensación de que jamás volvería a ver a sus personajes favoritos si morían en las páginas de los cómics (aunque las resurrecciones han estado presentes desde el comienzo de los tiempos). Con esto me refiero a que hay momentos en que la batalla entre Rachel, Frank, Quincy y Drácula se siente como “real”, como una conclusión satisfactoria a este conflicto que se ha extendido entre generaciones de familia, donde el rencor y la rabia ha servido de combustible para que los fuegos del deseo de venganza y justicia nunca se hayan extinguido.
El acto final de La Tumba de Drácula deja cerrada la historia a la perfección… No obstante, el Señor de los vampiros era un personaje demasiado jugoso como para dejarle demasiado tiempo en barbecho. Por eso no tardaría en ser recuperado por Chris Claremont (que ya se había encargado de algunos especiales) para un número y un anual de The Uncanny X-Men dibujados ambos por Bill Sienkiewicz.
Estos capítulos son incluidos en el décimo volumen de Biblioteca Drácula: La Tumba de Drácula junto a una saga del Doctor Extraño de Roger Stern. Saga que ya ha sido recopilada por Panini hasta en tres ocasiones y que es más que recomendable. En este puñado de episodios Stern y Claremont se encargan de recuperar a prácticamente todos los secundarios que han aparecido durante la serie principal para crear una apoteósica saga, innecesaria eso sí, pero muy disfrutable, que sirve de epílogo al personaje.
Drácula ha aparecido muchísimas más veces desde entonces. Lo hemos visto en un anual de Generación X, en una miniserie de Apocalipsis, luchando contra los X-Men o contra Los Vengadores de Jason Aaron, y desde luego que seguirá apareciendo. Porque si hay algo seguro es que tras el día llega la noche, y en la oscuridad siempre estará Vlad Tepes acechando.
Echaré de menos la serie.