La verdad es que es una maravilla la periodicidad mensual de la recopilación de la serie clásica de Conan el Bárbaro. El altísimo nivel que tiene la serie del más importante personaje de espada y brujería de la historia del cómic hace que, de tener este material en voluminosos integrales -como ha ocurrido con las recientes reediciones- haría que nos diéramos inevitables atracones de cientos de páginas, o incluso casi el millar en alguna ocasión. En este formato que tenemos entre manos, la dosificación viene marcada por la periodicidad, y nos permite paladear este material con más delicadeza, pero teniendo todos los meses un puñado de números que llevarnos a los ojos. Vamos a ver qué nos encontramos en Biblioteca Conan el Bárbaro 7.
Una vez más, tenemos seis números en este tomo. Seis números en los que podemos señalar como peculiaridades que tenemos dos dibujantes invitados y que se cierran subtramas que venían de tiempo atrás, dejando libertad al personaje para vagar por los reinos hiborios a su santísimo antojo.
Arrancamos con Las criaturas infernales de Kara-Shehr, uno de tantos tebeos de la etapa de Roy Thomas que adapta un relato original de Robert E. Howard. En este caso, le toca a El fuego de Asshurbanipal, una historia corta en la que Howard colabora con el ciclo de los Mitos de Cthulhu de su amigo Lovecraft. En el relato original, un aventurero norteamericano y su ayudante afgano encuentran en la Ciudad del Mal del Necronomicón un esqueleto con una enorme gema en la mano sobre la que pesa una maldición. En el cómic, se prescinde de la relación con los Mitos, y se cambia por una brujería más habitual en las historias del Conan de los cómics. Y, evidentemente, el norteamericano de principios del siglo XX es Conan en el cómic. Su compañero es Bourtai, el mendigo de Wan Tengri que ha ido acompañando a nuestro bárbaro durante los últimos meses y sobre el que caen unos comentarios de corte un tanto racista. Puede que en su día no resultaran sorprendentes, pero a día de hoy necesitan un ejercicio de contextualización para no torcer demasiado el gesto.
¡Desconfía de los Hyrkanios que traen regalos! abre con una portada de John Romita Sr., un autor cuya relación con el personaje se limitó a un puñado de portadas y del que nos habría gustado ver más. En esta historia conocemos al Rey Yildiz de Turán, padre del príncipe Yezdigerd, que mete a Conan en su guardia personal y empezará a ver las intrigas palaciegas desde dentro. La brujería y las bellas mujeres también se encuentran en la corte, por cierto.
¡La maldición de la calavera dorada! nos da una agradable sorpresa en el plano artístico. En condiciones normales, decir que falta un artistazo como John Buscema sería una malísima noticia… pero es que su sustituto es nada menos que Neal Adams. Un Neal Adams aún sin demasiada experiencia, tan solo siete años después de su primer trabajo para DC, pero que ya había terminado sus legendarias etapas en Green Lantern/Green Arrow y X-Men. La historia adapta un relato de Howard protagonizado por el Rey Kull, manteniendo las referencias a Atlantis en las primeras páginas hasta que se da un salto en el tiempo y el espacio y Conan coge el protagonismo de la historia. Estéticamente, el Conan de Adams es quizás superior al de Buscema -pocos dibujantes en los 70 estaban a la altura de Adams en lo visual-, pero la fuerza de la versión de Big John supera con creces a la de Adams.
¡El guerrero y la mujer loba! es una adaptación libre de La casa de Arabu, un relato de Howard. En este número, Conan acaba harto de las puñaladas traperas que se dan en la corte, y entre el chantaje de Feyd-Ratha (una pista de que a Roy Thomas le molaba Dune, una novela publicada menos de diez años que este tebeo) y la omnipresencia de monstruos y brujería, abandona Turán para dedicarse a recorrer los reinos hiborios una vez más. Con este número se cierran, por tanto, las últimas tramas heredadas de la etapa de Barry Smith.
¡El dragón del mar interior! es una historia autoconclusiva en la que Conan se tiene que enfrentar a un cocodrilo gigante que es venerado como un dios, recordándonos que la Era Hiboria es el pasado remoto del mundo presente, una época en la que la brujería estaba a la vuelta de cada esquina y que lo desconocido y lo inexplicable es reverenciado como si fuera sobrenatural. Una historia correcta, pero que podría haber sido colocada casi en cualquier punto de la serie.
Cerramos el tomo con El diablo de la ciudad olvidada, que adapta un argumento del novelista Michael Resnick. Conan sigue en el desierto que separa Turán de Zamora, en su camino hacia su capital, Shadizar la perversa. Aquí nos encontramos con una típica historia del personaje con tesoros, bandidos, una bella mujer y un inesperado giro final. Nada especial, pero es que además nos encontramos con una nueva ausencia de John Buscema. Pero si la sustitución por Neal Adams tenía sus ventajas y sus desventajas, aquí tenemos un Rich Buckler con una notable bajada de nivel respecto al dibujo habitual de la serie.
Biblioteca Conan el Bárbaro 7 no es precisamente el mejor de los tomos de la serie que hemos tenido en nuestras manos hasta el momento. Es una lectura agradable, con momentos visuales impresionantes, pero que argumentalmente cierra la época de Conan al servicio del Reino de Turán y aún no le sitúa en ninguna trama definida. Veremos el mes que viene qué nos encontramos.