En el momento en que se publica esta reseña del tercer volumen de la Biblioteca Caballero Luna ya habrá terminado la serie de imagen real de Disney +. Dicha serie, al margen de lo polémico de su desarrollo, ha servido para que Panini se haya aventurado a recuperar la mayoría de la trayectoria editorial del puño de Konshu. Ya sea en el formato que nos ocupa (el de Biblioteca) o en el de Marvel Saga(donde reedita todas las series regulares que ha visto la luz este siglo), dejando inédito tan solo algunos títulos y miniseries de los ochenta y los noventa de los que ni siquiera hay materiales disponibles. Por algo será.
Pero mejor nos ponemos manos a la obra, porque me voy por los laureles. El tercer volumen de la Biblioteca Caballero Luna recopila los números cuatro a diez de la primera serie en solitario del personaje. Llegados a este punto, son varios los patrones claros que se aprecian tras la lectura de estos tebeos.
El no tan fantástico ni espectacular Caballero Luna
Estamos ante un puñado de historias sencillas, que se alejan bastante de ese tono inicial que arrojaba un halo de misterio y esoterismo sobre la colección con todo lo relacionado con Konshu y Egipto. Ahora, Doug Moench parece empeñado anclar al Caballero Luna a ambientes puramente urbanos con una serie de capítulos que, si bien son muy entretenidos, carecen de mayor importancia o relevancia por la sencilla razón de que no existe, al menos por el momento, una galería de enemigos o una némesis (aunque presenciaremos el regreso de uno de los primeros villanos de la serie) que sirva para definir al personaje.
No sucede lo mismo con los secundarios. Ya se trate de Jake, Steven o Marc, cada uno de ellos, dependiendo de los ambientes que frecuente, puede contar con Gena y sus chicos, Marlen, Crowley o Frenchie. Muchos de ellos son verdaderos roba escenas, pese a que se nota la predilección de Moench por usar a unos u otros.
Sea como fuere, siempre se puede rascar algo de cada uno de estos episodios. Comenzamos con un relato puramente de acción desenfrenada con el Caballero Luna enfrentado a cinco maestros asesinos que me ha recordado mucho a las novelas de Ian Flemming o de Robert Ludlum. También tenemos otro número centrado en una supuesta casa encantada o una trama que se alarga a lo largo de varios episodios, con forma de carrera contrarreloj para evitar la destrucción de una ciudad entera cuyas reservas de agua habían sido envenenadas previamente por una droga alucinógena.
Pero lo que comentaba más arriba: El Caballero Luna adolece de una auténtica galería de villanos, por lo que el resultado queda bastante deslucido. Tanto, que casi lo más destacable de este volumen es el grupo de pandilleros vestidos con trajes de esqueletos que casi parece sacado de la primera entrega de Karate Kid (nota: este filme es posterior jajaja).
Ahora bien, las carencias literarias quedan suplidas por el inmenso arte de un Bill Sienkiewicz que iba mejorando en cada número, apreciándose una evolución gráfica que va desde su primera etapa, tomando lo mejor del tristemente fallecido Neal Adams (al que Bill llamaba su “padre artístico”) hasta ese estilo rupturista que dejó asombrados a todos en Los Nuevos Mutantes.
Las lecciones de narrativa que da en cada uno de los números son brutales, en especial, la página reproducida más arriba del número nueve, con esa escena de acción en una escalera que no deja lugar a dudas sobre la gran capacidad para asombrar a los lectores, con algunas composiciones de página que consiguen volarnos la cabeza. Mención aparte son algunas cubiertas como la que ha usado Panini como portada de esta entrega.
En definitiva, que sigo disfrutando mucho con este Caballero Luna clásico pero más por cómo cuenta las cosas que por lo que cuenta en sí. Veremos por dónde tiran los siguientes tomos. Sobra decir que la edición de Panini es impecable, con muchos extras como artículos, reproducción de correos originales, páginas en blanco y negro, bocetos de portadas descartadas. El único pero es que falta una página con los créditos de cada cómic.