De algún modo un tanto retorcido hay un encanto en lo sucio, primario y ordinario del sur de los Estados Unidos. Los mismos yankis acostumbran a proyectar esa imagen porque saben de su atractivo tosco como motor para generar historias. En cómic hemos visto varios ejemplos como Paletos cabrones, en Alabama, o Redneck, en Texas, pero si pensáramos en algo aún más sucio y decadente, en un ambiente donde se respire fango y mosquitos y donde a la vez tengamos el encanto más místico y misterioso de todo el sur, tenemos que irnos a Luisiana, el escenario donde transcurre Bastardos del bayou.

Bastardos del bayou viene avalado fundamentalmente por su dibujante, Neyef, ya que estamos ante la primera publicación profesional de su guionista, Armand Brard. Sin embargo, algo nos dice que tras los tres tomos que compondrán esta serie volveremos a oír hablar de él. Neyef, por su parte, es conocido por curtirse en Doggy Bags, pero sobre todo por Puta madre, la serie carcelaria que comparte con esta su ambiente violento y decadente.

Cuando llegamos a Peaux-Brumes, Luisiana, nadie se molesta en ubicarnos. Llegamos en medio de algo y tenemos que ponernos al día sobre la marcha en este mundo de rencillas familiares, paletos, suciedad, armas, drogas y violencia, donde el fervor cristiano se mezcla con las supersticiones y donde el folklore, sobre todo la música, forma parte del alma de cada habitante.

Brard y Neyef se van a ocupar, de todos modos, de que todo este folklore no conduzca a una romantización idealizada. En Bastardos del bayou los únicos que no son basura blanca es porque no son blancos y este primer tomo transcurre entre asesinatos, cocinas de meta y wrestling extremo. No hay buenos en Bastardos del bayou.

Si acaso, Bastardos del bayou es tan poco amable con el lector como sus protagonistas. Apenas vemos una trama principal más allá de la presentación de un reparto coral notablemente amplio, cada uno con su propia historia, que intuimos que irá confluyendo en un punto, pero en este primer tomo no nos dejan ver siquiera la dirección en la que se encuentra. Una apuesta arriesgada para un guionista novel, pero se vale del carisma del ambiente y sus personajes para echarnos el anzuelo y por el momento es más que suficiente.

Por supuesto que en esto tiene mucho que decir Neyef, con su estilo de caricatura grotesca, sin mancha y con una línea tosca, temblorosa y sin variación de grosor… tan poco amable como la historia y sus protagonistas. Nos entra por los ojos fundamentalmente por el trabajo de color, donde Neyef despliega una riqueza de recursos mucho mayor, aunque siempre envuelto en una textura sucia y una paleta fundamentalmente cálida pero también desvaída, que nos hace respirar el calor sofocante y la humedad del aire.

Todo en Bastardos del bayou es feo, pegajoso y mugriento, pero cuando se hace bien el calor, el fango, los mosquitos y lo descarnadamente chabacano son el caldo de cultivo perfecto para esas historias con un magnetismo difícil de explicar, que se siente como la música de los pantanos.