El catálogo de Vault Comics no se caracteriza por autores de sonoro nombre superventas ni por franquicias populares. Se trata de una editorial modesta de propuestas modestas donde a base de mimo y libertad creativa, de vez en cuando nos dan títulos como Costas salvajes, Estrellas Oscuras o Heathen, que resultan una grata sorpresa. Barbaric es otra de esas sorpresas.
Ni Michael Moreci ni Nathan Gooden son autores demasiado populares en nuestro país. En España Moreci apenas ha publicado alguno de sus trabajos mercenarios y puntuales para DC, nada con continuidad ni excesivo brillo. Nos falta por ver aún en España The Plot, la historia de terror con la que comenzaría a despuntar. Y de Gooden hemos visto menos aún, apenas unas historia de backup en la reciente Vampiro: La mascarada, ya que se trata de un dibujante que apenas lleva un puñado de años como profesional, pero que sin embargo, es uno de los socios fundadores de Vault Comics y director de Arte de la misma.
Hasta ahora el curriculum no es gran cosa, menos mal que la premisa es algo más llamativa y es que Barbaric nos presenta, como su título indica, a un bárbaro llamado Owen. Mientras un día Owen hace sus cosas de bárbaro — que quedan muy bien explicadas en el cómic, creedme — es víctima de una maldición que le obliga a hacer el bien. La cosa es no es que el bueno de Owen tenga muy claro qué es eso de hacer el bien y para ayudarlo le dotarán de un hacha parlante y con tendencia al sarcasmo, que es adicta a la sangre y al colocón que le provoca ¿Se os ocurre mejor ejemplo de brújula moral? Ambos se toparán con Soren, una bruja que está a punto de ser quemada y junto a ella se embarcarán en una aventura que tiene tanto de normal como el resto de la premisa.
Obviamente el sentido del humor y la acción son los ingredientes principales de Barbaric y lo mejor de la obra reside en los diálogos. Barbaric es una sucesión de peleas y situaciones embarazosas donde la fuerza de sus estrafalarios protagonistas es el principal atractivo, pero aunque obviamente no es su intención principal, incluso se reservan un hueco para meterse en el viejo barrizal de la ética y la moral y lanzar alguna que otra pregunta al lector para su digestión entre gags y cabezas cercenadas.
Gooden resulta ser también un descubrimiento con énfasis en lo vistoso de sus acabados y sus espectaculares escenas de acción. Pese a su falta de veteranía, se desenvuelve bien en los momentos de caracterización cómica sin generar ningún tipo de discordancia con el tono general. Si acaso, lo peor que podemos achacarle es que sus páginas apenas respiran, sus personajes lo llenan todo y no hay aire que nos permita un momento de descanso. Nada realmente estridente que rompa el ritmo narrativo o el acting de los personajes, pero sí puede resultar un tanto más abrumador de lo que la historia requiere.
Barbaric nos deja al final uno de esos tebeos que sitúa a sus autores como promesas. Tal vez promesas un tanto extrañas, ya que el guionista lleva más de una década en esto y el dibujante es socio fundador de una editorial, pero sin duda ambos están por dar su mejor trabajo. Barbaric es el tipo de obra que incluso en su falta de pretensiones, nos descubre dos talentos de los que vamos a seguir oyendo hablar.