Es como si La Cúpula hubiera hecho algo de caso de nuestras súplicas y esta vez no ha sido año y medio de espera, como entre la primera y la segunda entrega, ni casi dos, como entre el inicio de esta serie y el tomo anterior. No ha llegado a un año desde entonces hasta Balas perdidas: Sunshine & Roses 3, pero toda cantidad del trabajo de David Lapham en su gran saga sabe a poco cuando es tan tremendamente bueno.
Tengamos en cuenta además que Balas perdidas: Sunshine & Roses 3 ya sobrepasa el ecuador de la serie y tan sólo quedaría un volumen más recopilado en USA y los últimos diez números que aún no tienen edición en libro en su país de origen. Es curioso, porque la serie terminó en 2020 y no sólo no ha salido el último tomo, sino que el siguiente volumen de la serie, Virginia, está anunciado desde hace años y aún no hemos podido ver nada absolutamente. Desde entonces, Lapham ha aparecido picoteando aquí y allá, en las historias de complemento de Action Comics o Detective Comics, cosillas sueltas en los títulos de Bad Idea y, sobre todo, la miniserie Underheist para Boom Studios, cuyo último número sale a finales de este mismo mes. En cualquier caso, y si bien la obra de David Lapham fuera de Balas perdidas tiene sus aciertos, la diferencia de calidad es abrumadora. Y viendo que en su trabajo, en Marvel, DC e independientes pincha — como es normal — en ocasiones, uno esperaría que alguna vez le pillara el pie cambiado y pasara lo mismo en Balas perdidas, pero ya han pasado casi 30 años desde que esta serie empezó y no es que no haya número malo, es que no hay uno que no sea sobresaliente.
Seguimos en 1979, pero ahora arrancamos en Palm Court en un barrio residencial con un ama de casa insatisfecha y decadente a punto de meterse en un negocio turbio. Pero cuando las cosas empiecen a complicarse, será cuando aparezcan Beth — con quien resultará tener cierta relación —, Orson, Nina y Joey en su huida después de liarla a tiros en el tomo anterior y fugarse con dos maletas llenas de dinero y cocaína. Como no podía ser de otro modo, las cosas se complicarán cada vez más y todo se irá a la mierda en la maravillosa línea habitual de Balas Perdidas.
Y es que el mundo de Balas perdidas: Sunshine & Roses 3, como en toda la serie, tiene una capacidad asombrosa para que lo más frugal y ordinario se pueda ir al carajo hacia el noir mas corrupto. Cierto que la trama central procede de una organización criminal, como es la de Spanish Scott, más acorde con las lindes del género negro moderno. Sin embargo, el verdadero atractivo de esta serie es ver cómo yéndonos al extremo contrario, a nuestro barrio, todo puede ser igual de negro. Lo que empieza con un pequeño y casi podríamos decir inocente negocio de marihuana, quizá unas pastillas para adelgazar por aquí y un pasado un poco oscuro por allá que ya fue dejado atrás, acabará de la manera más turbia y desastrosa posible.
En una mezcla de perfecta de maestría narradora y malsano hostigamiento de nuestro morbo, David Lapham, nos mantiene pegados a su tebeo mientras las vidas de sus protagonistas se van por el retrete y hasta tiene la osadía de permitirse humor entre la montaña de miseria humana y violencia que nos pinta… y con mucha gracia, dicho sea de paso. Me atrevería a compararlo con Tarantino o Guy Ritchie, pero lo cierto es que Lapham tiene su propio estilo. Es más, Balas perdidas tiene su propio estilo que sobresale por encima de cualquier otra obra del autor de Nueva Jersey.
El universo de Balas perdidas es ruin y corrupto, pero no porque bucee en los bajos fondos sino porque todo el mundo es así. Lapham nos viene a decir que nuestro vecino podría ser un asesino y lo aceptamos sin preguntar. Estamos ya sumergidos del todo en las reglas de su universo y lo compramos como nuestro. Y no sólo son sus diálogos o esas tramas que seguimos mientras se enredan y precipitan al vacío las vidas de los protagonistas, sino que con 30 años con su inconfundible retícula de 2×4, logra sacar oro de la misma. La disposición, mucho más milimétrica de lo que parece, de los elementos en página, la práctica ausencia de cartuchos de texto en favor del diálogo directo puro, la sencillez de su acabado… todo llega destilado y pasado por la licuadora para que Balas perdidas: Sunshine & Roses 3 sea de nuevo uno de esos tebeos que entran de una sentada y con ganas de meternos otro u otro par de tomos más.
No faltará además una ración de Amy Racecar a modo de surrealista entreacto, que es como el sorbete en un menú de boda; limpia el paladar antes de seguir con el plato fuerte y refresca con un sabor diferente, a la vez que nos da detalles que enriquecen la historia con un valor añadido que tal vez dentro de la trama principal habría sido difícil dar.
Balas perdidas sigue estando en el podio de lo que nos ha dado el mercado independiente en los últimos treinta años, por encima de series mucho más conocidas. El David Lapham de Balas perdidas y mira de tú a tú a pináculos del cómic noir americano, como las obras de Brubaker y Phillips, Scalped y tantos otros.