Con este Balas perdidas 2: En algún lugar del Oeste, continuamos con la reedición de La Cúpula a partir del nuevo material mejorado que ha estado publicando Image en EE.UU. Si en la reseña del primer tomo decíamos que David Lapham hacía un trabajo en el que se podía reconocer sus inicios, pero que ya dejaba ver trazos de brillantez, en este segundo tomo se consagra definitivamente. Realiza un trabajo espectacular y nos regala un último número del tomo (el catorce) que debería mostrarse en cualquier escuela de narrativa gráfica. Cualquier amante del género negro tiene aquí un referente de obligada lectura.
Si en el primer tomo, íbamos dando saltos adelante y atrás en el tiempo con un reparto muy coral de personajes con los que poco a poco íbamos familiarizándonos, aquí Lapham acota un poco más la cronología. A excepción del tercer número del tomo, el diez de la serie, todo lo que vamos a leer trascurre entre los años 1982 y 1983. La trama se centra en Orson, Beth y Nina, a quienes ya habíamos conocido en el primer tomo. Los tres se han ido a un pequeño pueblo en el Oeste, con una maleta llena de cocaína de Harry, ese personaje del que todos hablan, que parece dirigir todo el cotarro, pero al que no vemos en ningún momento. La pequeña Virgina Applejack ha escapado de casa (como también vimos en el tomo anterior) y acabará coincidiendo con los tres en el pueblo de Seaside.
Lapham construye la historia con una brillantez pasmosa. Vuelve a unos personajes de los que sabemos poco y se centra en ellos. Se centra en la relación que mantienen, y nos muestra sus personalidades: Beth, un absoluto potro desbocado, indomable; Orson, apocado y que se ve obligado por Beth a sacar carácter a pesar de la dificultad que le supone; o Nina, una adicta a la cocaína y cualquier otra droga que se le cruce, que ha tirado la toalla en la vida pero a la que Lapham sabe sacar algo más que el estereotipo. Luego tenemos otros personajes más secundarios, habitantes del pueblo de Seaside. Un pueblo que es tan paradójico como para llamarse «orilla» cuando se encuentra en pleno desierto. Y es que el pueblo en sí se convierte en un personaje mismo, con esa adoración por la vaca de cinco patas, un sheriff corrupto y abusador que aceptan y asumen como insustituible, y ese alcalde paleto que cree que un terremoto convertirá el pueblo en costero…
Pero el autor consigue construir un collage que, a pesar de estar más condensado que en el tomo anterior, nos va a obligar a repasarlo porque van a seguir reapareciendo personajes, especialmente en el último número que contiene este volumen. La obra tiene una estructura y algunos detalles que nos van a recordar ineludiblemente a Pulp Fiction. La película de Tarantino se estrenó un año antes de la aparición de los primeros cómics, y se nota una fuerte influencia, aunque Balas Perdidas mantiene su propia identidad, con una personalidad fuerte e independiente. Sí, los saltos y la sensación de historia contada en piezas de un puzzle que debemos ordenar en nuestra cabeza están ahí. Ese jefe del que todos hablan pero que no vemos nos va a recordar a Marsellus Wallace. Pero en cuanto conocemos a Orson, Virginia, Spanish Scott, Rose, Beth… queremos saber más de ellos, y la película no supone ninguna barrera para la lectura.
El aspecto gráfico da en estos números un rotundo salto de calidad. No tanto por el dibujo, que también, sino por la potencia narrativa que atesoran estas páginas. Lapham mantiene una estructura casi constante de 4×2 viñetas, una estructura que pocos autores hubieran elegido para una historia con tanta acción y tanto movimiento. Dicho diseño de página dota a la narración de una estática que, en lugar de ir en su contra o frenar la propia acción de la historia, da un aspecto de cámara en un rincón que se limita a mostrarnos lo que pasa sin necesidad de recurrir a malabarismos visuales. Los malabarismos se los reserva para el uso de la sombras (hay una escena de cama en penumbra que es un derroche visual), o de la planificación de ese número catorce en el que todos los personajes aparecen e interaccionan entre sí. Coincide además con un momento de gran intensidad, con mucha acción y en el que muchos personajes llegan a explotar después de haber ido acumulando tensión durante los números anteriores. Y a pesar de todo… no se muestra confuso, comprendemos la acción a la perfección y respeta a todos y cada uno de los personajes que aparecen. A pesar de lo estático del diseño, paradójicamente no frena en nada su dinamismo. Consigue unos números trepidantes (sobre todo el último) que dejan sin aliento.
En definitiva, Balas perdidas 2: En algún lugar del Oeste.
Una obra que, independientemente de influencias reconocibles, se muestra como una absoluta obra maestra del género negro. Un ejemplo de lo que debe ser la caracterización de personajes, la planificación de las numerosas y diferentes líneas argumentales, o los saltos en el tiempo que confían en la inteligencia del lector sin dejar que se pierdan. Una historia que no envejece con el tiempo (tiene ya más de veinte años) y casi gana con él. Si os gusta el buen género negro, tenéis que leerlo. Estos primeros catorce números son una verdadera maravilla, llegando a pasar las páginas y desear que no se acaben. Difícil elegir un personaje favorito dentro de esa colección de balas perdidas, perdedores y reflejos de lo que sus vidas les han llevado a ser.
Lo mejor: El número catorce es de levantarse y aplaudir. La mejoría de Lapham narrativamente, con un salto de calidad pasmoso.
Lo peor: Haber esperado hasta ahora para leerlo.