Tal vez os parezca raro pero… la tenía pendiente de leer aún. Balas perdidas es de esas series de las que siempre he oído maravillas, que he tenido en mi lista de pendientes… pero que no había empezado a leerla. Además, el hecho de saber que la edición española estaba incompleta me echaba un poco para atrás. Así que cuando vi que La Cúpula continuaba su edición por fin y que además había comenzado a reeditarla desde el principio con un nuevo material remasterizado, ya no tenía excusas. La inocencia del nihilismo comprende los primeros siete números de la serie original, que se publicaron originalmente bajo el sello de Produccciones El Capitán, la compañía formada por David y Maria Lapham donde publicaron los primeros 40 números de la serie. En 2013, Lapham llegó a un acuerdo con Image para publicar el número 41, último de la serie, y las posteriores miniseries, amén de reeditar todo el material. Esta que tenemos entre manos es la reedición con remasterización del material original por parte de Image.
Los avatares del destino han hecho que probablemente estemos ante la primera obra que tenga un título traducido mejor que el original. Y es que el título original hace referencia exclusivamente al significado de proyectil extraviado, pero en castellano tenemos la expresión «ser un bala perdida», que se pierde en la versión original… pero que le sienta tan bien a la obra. Y es que en La inocencia del nihilismo vamos a ser testigos de lo que sucede con varios personajes a lo largo de dos décadas. Y casualmente son unos balas perdidas. Esta serie nos cuenta varias historias que se entrecruzan, todas centradas en personajes con muy pocos escrúpulos y que giran en torno a Harry, el jefe de una organización criminal local al que no llegamos a ver en ningún momento.
Hay muchos personajes que van a ir apareciendo, como Spanish Scott, Rose, o los diferentes esbirros de Harry, pero hay dos especialmente que destacan: Joe, el chico que protagoniza la primera historia, con un retraso mental evidente, pero que no duda en llevarse por delante al que se meta con su «novia» y que veremos posteriormente como niño en las historias de flashback; y Virginia Applejack, probablemente la protagonista por méritos propios de estos números. Virginia es una niña con muy poca paciencia, con un padre cariñoso, complaciente y ausente; una madre a la que odia visceralmente con todo su ser; y una hermana a la que tampoco echa demasiada cuenta y que además en cuanto puede se va de casa. Eso hace que Virginia tenga numerosos problemas de conducta en la escuela y algunos enfrentamientos con compañeros de clase que se ríen de ella y que acaban lamentando haberlo hecho. Vamos a ir viendo a Virginia a lo largo de los años, desde que es una niña hasta que va creciendo cada vez más.
Pero Lapham cuenta la historia con una habilidad inusitada. No solo por el recurso, no tan habitual en la época que se publicó, de ir contando vidas cruzadas e ir presentándonos a personajes que aparecen y reaparecen y van cruzando sus caminos unos y otros. También es hábil por esa capacidad de contar fragmentos aislados e incidentes concretos en la vida de los personajes que van a ir formando un rompecabezas fascinante con la personalidad de estos. Por ejemplo, comienza mostrandonos en el primer capítulo a Joe, ese chico con pocas luces, o más bien un retraso claro, y en los siguientes capítulos lo vamos a ver en un segundo plano como ese niño que está en las fiestas que da su madre y que tiene que presenciar auténticas barbaridades que seguro han influido mucho en que acabe siendo como es en ese primer capítulo.
Pero si hay un episodio brillante es el cuatro, Bonnie y Clyde. En él nos cuenta cómo Virginia se escapa de casa y hace autostop para alejarse de su madre. Un tipo lo recoge y comienza un viaje a lo Bonnie y Clyde, pero la sensación de angustia que produce en el lector durante las 28 páginas que dura es impresionante. No voy a dar detalles por si os ha sucedido como a mí y no la habéis leído hasta ahora, pero os aseguro que vais a acabar el capítulo, vais a cerrar el libro y vais a levantaros a beber o echar un cigarro e intentar quitaros la sensación de incomodidad que genera el autor.
El dibujo de Lapham es correcto, se nota que va evolucionando y que era un dibujante primerizo en esos primeros números. Llevaba solo tres años trabajando como profesional, en series del sello Valiant pero esta sería la serie que le pusiera realmente en el mapa, aunque no participaría en obras más mainstream hasta el año 2005. Aquí aprovecha muy bien el blanco y negro para hacer sombreados con fuerza y una iluminación de la historia muy interesante. Mantiene una estructura de página fija a 4×2 viñetas, realizando mínimos cambios en ella y solo puntualmente. Se trata de un dibujo con una clara influencia cinematográfica en la que vamos a ver muchos planos que parezcan estar pensados para un storyboard. Es algo que no entorpece la lectura sino todo lo contrario, produce una lectura ágil y dinámica.
En definitiva, Balas perdidas 1: La inocencia del nihilismo.
Me ha fascinado por completo la lectura de este primer tomo, y estoy deseando continuar la lectura. Supongo que La Cúpula continuará reeditando los tomos restantes hasta el esperado tomo 5 que ha publicado a la vez que este. Balas perdidas es la precursora de 100 balas como una serie en la que vamos a ir cruzando personajes en una historia de género negro, y en la que no vamos a encontrar meros estereotipos, sino que nos van a presentar a personajes magnéticos, con una tridimensionalidad fascinante y que van a hacer que no podamos dejar de leer. Si os gusta el género negro, es una de esas obras imprescindibles en vuestra biblioteca. Aprovechad esta nueva edición para haceros con ella, ahora sí, completa. Al menos la serie regular, aunque supongo que el éxito de ventas animaría a seguir publicando las miniseries restantes.
Lo mejor: El capítulo 4, terrorífico. Lo bien enlazadas que están las historias. La tridimensionalidad de sus personajes.
Lo peor: No haberla leído antes.
Para amantes del buen cómic en general. Para fans del género negro. Para ver hasta dónde puede provocar una historia incomidad sin llegar a mostrar nada.
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DAVID LAPHAM and LA CUPULA