Cuatro años han pasado desde el debut del reboot/relanzamiento de los cómics de Archie Andrews y compañía conocido como New Riverdale. Cuatro años en los que hemos tenido autores de la talla de Chip Zdarsky o Ryan North en Jughead, de Adam Hughes en Betty y Verónica, de Roberto Aguirre-Sacasa en una espectacular serie protagonizada por Sabrina… y, por supuesto, de Mark Waid, autor procedente del cómic superheroico que ha firmado en Archie, la serie central, uno de los cómics de instituto más interesantes de los últimos tiempos. Un autor del que, lamentablemente, nos despedimos en este tomo. Pero bueno, mirémoslo por el lado positivo. Han sido seis tomos en los que el nivel se ha mantenido tremendamente alto, en los que el autor ha contado lo que quería contar, sin arrastrarse durante años sin ideas, como hemos visto más de una vez en etapas de guionistas excesivamente largas. Así que, muchas gracias, Mark, y nos veremos pronto en otro título.
Una de las cosas que hay que destacar en el Archie de Mark Waid es la variación de géneros y la versatilidad que el autor ha demostrado a lo largo de sus treinta y dos números. Hemos tenido historias totalmente culebronescas al más puro estilo teen de insituto que podría mirar cara a cara a Glee sin sonrojarse, hemos tenido algún homenaje más o menos velado a películas como Grease (que, aunque Travolta tuviera veinticuatro años cuando la rodó, era una película de instituto), y hemos tenido historias centradas alrededor de la inclusión y la visibilidad de la discapacidada. Por ello, Archie no se ha hecho repetitiva ni aburrida en ningún momento. Y en este sexto y último tomo, tenemos un nuevo giro de timón.
Sí, seguimos teniendo una historia de instituto, y un culebrón adolescente, y todo lo que caracteriza a Archie, pero el tono en esta despedida de Mark Waid es más cercano a un thriller que a otras historias más intimistas o más humorísticas que hemos podido leer en entregas previas. Como ya pudimos leer en el quinto tomo, se ha desvelado la identidad del padre biológico de Cheryl y Jason Blossom, y él también se ha enterado del paradero de sus hijos. Y como se espera, todo converge en el baile de fin de curso. Pero desde luego, el padre de los pelirrojos mellizos no son buenas noticias, y menos aún poniendo en peligro a todos los adolescentes del Instituto Riverdale. ¿Y qué tenemos en este tomo? Pues un cóctel muy similar a lo que Waid nos ha estado presentando en esta serie desde su principio. Algo de humor, romance, angustia adolescente, una trama argumental interesante y unos de los mejores diálogos que se pueden leer en el mercado americano.
En el plano gráfico, quizás la serie no haya vuelto a tener el nivel que pudimos ver en su arranque con Fiona Staples, pero su contratación para el primer arco argumental tenía un cierto sentido editorial. Aunque no fuera a ser la dibujante regular, era un reclamo llamativo para lectores de otros géneros que jamás se habrían acercado a esta serie con los autores habituales. Eso sí, en el último par de tomos, Audrey Mok ha demostrado ser capaz de hacer un trabajo eficaz, adaptándose a la perfección al tono y el ritmo que la historia requería.
Nos deja este tomo una sensación agridulce. Por un lado, es un final bastante redondo y razonablemente cerrado para la historia que nos ha contado Mark Waid, aunque tenga algunos flecos sueltos para que su sucesor pueda dar una cierta sensación continuista a la historia y una cierta sensación de reboot en según qué puntos. Pero por otro lado, la despedida de un guionista que tan buenos momentos nos ha hecho pasar siempre es triste. Veremos lo que hace su sucesor, Nick Spencer, actual escritor de la serie mensual del Asombroso Spiderman. A priori es un tipo con el que no termino de conectar, pero tiene una cierta habilidad escribiendo personajes un tanto patéticos, y tiene pinta de que puede sacarle partido al gafe y al patosismo de Archie. Aquí estaremos para el séptimo tomo.