Es la hora de las tortas!!!

Es la hora de las tortas!!!

100 balas, 10 años

Cuando hace ya diez años se publicó el primer número de 100 balas, la línea Vertigo de DC que la acogía parecía necesitar desesperadamente una serie emblema. Sandman había terminado unos años antes y Predicador daba ya sus últimos coletazos. Sin embargo, para cuando terminó esta última ya habíamos tenido la oportunidad de ver alguna de las muestras que convertirían a 100 Balas a la vez en serie de culto y éxito editorial.

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De la mano de Brian Azarello y Eduardo Risso, se nos presentaba al enigmático Agente Graves. Nadie sabía de dónde salía, sólo que llevaba un maletín con una pistola, 100 balas irrastreables y pruebas sobre alguien que te había arruinado la vida. Para el público estadounidense el origen de los autores de esta historia era casi tan incierto como el del propio Graves. Azzarello estaba lejos de ser la superestrella de hoy día y tan sólo contaba en su haber como muestra de su trabajo una historia de poca importancia para Comico Primer y Jonny Double, una miniserie de cuatro números para la línea Vertigo junto con Eduardo Risso. Al contrario del por aquel entonces primerizo Azzarello, Risso llevaba cerca de 20 años publicando comics, formando tándem junto a autores argentinos como Ricardo Barreiro y Carlos Trillo. Pero no sería hasta el 97 que sus obras comenzarían a ser conocidas por el público norteamericano al debutar con la editorial Dark Horse en varios proyectos de Aliens, algunas historias en la revista Heavy Metal y finalmente, Jonny Double.

Comenzando con esta sugerente trama, 100 Balas nos picó la curiosidad pero aún estaba lejos de convertirse en la intricada trama que acaba de terminar este mismo mes en España con el tomo ‘Declive’ de Planeta. Se trataba de una idea de esas que hace volar tu imaginación, una idea sobre la que había tantos enfoques como se pudiera pensar y, además, fue utilizada de una manera muy hábil para irnos presentando un muestrario de vidas negras de lo que (aunque aún no lo sospecháramos) serían piezas de un mosaico mucho mayor.

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Así durante los dos primeros años, 100 Balas se nos presentaba como un conjunto de historias cortas que sólo parecían tener unas pocas cosas en común: el maletín, el agente Graves y que en todas y cada una de ellas se nos presentaba una vida destrozada dentro de ese negro ambiente que predomina en la serie. Y es que se nota que Brian Azzarello es todo un conocedor del género. El género negro va más allá de los tipos duros, las femmes fatales y los gángsters. Azzarello sabe que este género se basa en un juego de ambientes y sensaciones. El dramatismo, el pesimismo, el cinismo, la corrupción son los pilares que sustentan a 100 Balas como una serie de género negro y, a la vez, son éstas las piezas fundamentales que nos llevan a pensar en estas historias cortas como el principio de una trama más compleja. Bajo esta premisa, cuesta creer que Graves no tenga una motivación oculta para repartir estos maletines.

Los autores no tardan en comenzar a soltar pistas, no se trata de sucesos aislados sino que caminamos hacia algo más grande que ni los protagonistas ni nosotros mismos controlamos. A medida que avanza la serie, va creciendo una enrome telaraña conspiratoria. Nuevos personajes aparecen con nuevas motivaciones, viejos personajes olvidados regresan de maneras insospechadas llegando hasta un punto en que la red se complica tanto, que se hace necesario el punto de inflexión que supone el número 50. En este número de mitad de la serie (a estas alturas ya se había anunciado que serían tantos números como balas) se hace un repaso para ir encajando todas las piezas y presentarnos de formas algo más clara (pero nunca del todo) que es esa enigmática organización llamada Trust, quiénes son los milicianos y cuál puede llegar a ser el lugar de cada uno. A partir de aquí comienza la carrera hasta el final continuando con la trama y los mismos ingredientes de los números anteriores. Y es en este momento donde llega el punto más flojo de la serie y no porque disminuya el ritmo sino precisamente porque se mantiene la serie tal como se veía venir. Es decir, el entramado se sigue complicando, nuevos actores entran en escena, nuevas historias autoconclusivas se van sucediendo, pero es eso precisamente lo que hace parecer que la trama se alarga. Hay momento en lo que todo se enmaraña. Cada vez más ingredientes van formando una macedonia que llega a lo discordante en algunos momentos y aun así nos da la sensación de que llevamos mucho tiempo comiendo el mismo plato. Tal vez el hecho de que la serie tuviera que durar 100 números ha obligado en algunos casos a rellenar con aportes, que si bien no son superfluos, tampoco son necesarios.

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Sin embargo, no significa esto que toda la segunda mitad de la serie deje este sabor de boca. Azzarello sigue teniendo giros y toques de genialidad que te hacen olvidar algunas historias algo gratuitas y sobre todo unos personajes que no por artificiosos, evitan que se les coja cariño. Son estos personajes los que consiguen levantar este cómic cuando el recurso de la trama conspiratoria se les va de las manos. Mantener la intriga y el interés durante 100 números con este tipo de técnica se antoja más bien complicado. Sin embargo, muchas veces son los pequeños detalles más que el complejo mosaico argumental lo que hace de 100 Balas una serie merecedora de varios premios Eisner y Harvey. Una frase (quizá el punto más fuerte de Azzarello), un momento concreto o incluso un lugar concreto pueden hacer olvidar un desacierto argumental. Y por si fuera poco, tenemos a Eduardo Risso. Si bien a Azzarello se le puede buscar el reproche a lo largo de estos 100 números, Risso está impecable de principio a fin. Si antes hablábamos del dominio del género negro por parte del guionista, las líneas duras y los dramáticos contrastes de blanco y negro del argentino le van como anillo al dedo. Risso es un narrador nato y sobre todo un ingenioso constructor de ambientes. Cada ambiente tiene vida propia y con solo unos pocos elementos va mucho más allá que el contarnos dónde se desarrolla la acción. A semejanza de su compatriota José Muñoz, Risso publa sus viñetas de multitud de escenas de fondo paralelas nos hacen sentirnos dentro de de cada uno de las decenas de bares y cuchitriles que abarrotan la serie, pero en el otro extremo nos hacen partícipes de pensamiento conspiratorio ¿cuál de esas escenas es un elemento ambiental y cuál tendrá algo que decir más adelante?

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Y así después de 100 números y unos 10 años, llegamos al final y no podemos evitar un regusto agridulce. Es cierto que tras un entramado de semejantes proporciones, es normal tener unas expectativas irrealmente altas, pero el final de 100 Balas es de todo menos sorprendente. El apoteosis final peca de predecible e incluso quizá de precipitada (pese a que lleve gestándose varios años). No obstante, tras la parte agria llega la dulce, ya que tampoco había ninguna otra manera de acabar. Cualquier otro final habría ido en contra del espíritu de la serie y si bien sabe a poco, era la única manera de concluir sin vuelta atrás.

En cualquier caso, creo que es justo decir que estamos ante la obra cumbre de Azzarello y Risso, tanto por extensión, como en repercusión para crítica y público y como lector he de decir que una obra de estas características y llevada a cabo con el nivel de coherencia que dan un mismo guionista y dibujante durante 10 años, es de agradecer y si esos autores son Azzarello en su mejor trabajo y el impresionante Eduardo Risso, el resultado es 100 Balas, una serie que se ha hecho un nombre por si misma.