Es la hora de las tortas!!!

Es la hora de las tortas!!!

Shangri-La de Mathieu Bablet

Shangri-La de Mathieu Bablet
Guion
Mathieu Bablet
Dibujo
Mathieu Bablet
Formato
Cartoné. 24 x 32 cm. 224 págs. Color
Precio
28€
Editorial
Dibbuks. Colección Aventúrate. 2017
Edición original
Ankama Éditions (Francia)

Para muchos, Shangri-La ha sido la gran revelación de este año, una obra de un autor relativamente novel que ha causado una gran sorpresa entre los lectores, muchos de los cuales la sitúan como una de las obras más destacables del año.

Shangri-La nos ubica en una distopía futurista postnuclear y postreligiosa donde el consumo y el Gran Hermano corporativo Tianzhu son el único motor de las vidas de una población que ya no puede habitar el planeta Tierra y vive recluida en una inmensa estación espacial. Scotty es un fiel engranaje de la rueda que se verá metido en una situación que no preveía y que dará un vuelco a su vida. Por el camino, daremos un paseo por temas como el capitalismo desenfrenado, la alienación social, el control institucional, el racismo, la ética científica, los vientos revolucionarios y todo un batiburrillo de conceptos políticos, filosóficos y sociales en un marco de ciencia ficción, con el el nacimiento de un nuevo paraíso y con una nueva especie humana en la región de Shangri- La en la luna Titán.

Shangri-La

Mathieu Bablet es un joven autor con un pequeño puñado de obras publicadas en los últimos años, de las cuales en España sólo hemos podido ver una historia corta en Doggy Bags. Pese a que cuenta en su haber con otros títulos como Adrastée, Léonard de Vinci o La Belle Morte y pese al talento que demuestra, Shangri-La no deja de mostrarnos un autor novel.

Shangri-La comete uno de los fallos más comunes en autores inexpertos: un exceso de ambición sin una base sólida que dé cabida y coherencia al festival de conceptos que el joven creador tiene en su cabeza apiñados queriendo abrirse paso a codazos para salir.

El problema de Shangri-La es querer tocar demasiadas ideas demasiado complejas en una extensión limitada y el resultado puede terminar por ser tan pretencioso como superficial. Las referencias a la mítica Shangri-La de James Milton o el nombre de la macrocorporación Thianzu, que es el nombre chino del Dios juedocristiano aportan el halo quedón de filosofía oriental. Seguiremos con un buen puñado de 1984 o Un mundo feliz, que eso siempre da caché y un poco de socialismo revolucionario de primaria pero lo actualizamos con alusiones de alienación por móviles y tablets para que suene contemporáneo. Lo aderezamos con una pizca de Desafío Total, un par de tintes de 2001 y Akira y ya solo queda manejarlo con un par de mcguffins, un par de giros al final, un flashforward en el arranque (que eso siempre mola) y listo.

Shangri-La

Quizá haya sido algo duro en el párrafo anterior y hay que dejar claro que Mathieu Bablet demuestra un talento poco común para su edad y experiencia y que probablemente estemos ante uno de los autores que más cerca haya que seguir en el futuro. Sin embargo, cuando alguien se mete en terrenos orwellianos tan y tan bien pisados, es complicado no caer en lo expositivo, trillado y/o condescendiente. El tono de la obra casi complacientemente didáctico, una especie de manual de revolución parvularia, que no sólo no aporta nada que no haya sido dicho mil veces, sino que arropa en exceso al lector, casi como si no terminara de confiar en su inteligencia o faltara algo de mala leche por parte del autor, que se queda en una tibia superficie que solo puede dañar un marco tan rico.

Del mismo modo, la construcción de personajes se queda a medias y ninguno nos termina de importar del todo, los giros a veces se antojan un tanto forzados y la resolución final tira de fiesta del cadáver.

Aunque haya que hilar más fino, esa falta de experiencia también se puede ver en el apartado gráfico. No porque Shangri-La no sea visualmente espectacular (que lo es y mucho) o porque sea narrativamente deficiente (Bablet demuestra solvencia de sobra en este aspecto), sino porque le falta ese pequeño giro de tuerca, ese toque extra de calidad que redondearía la obra. Los escenarios y tecnologías son ricos en pormenores y se esfuerza por crear atmósfera, pero funcionan como meros decorados y no nos dicen gran cosa de cómo funciona la sociedad que nos presenta. Las armas, los trajes, las estaciones y escenarios molan y están plagados de detalles, pero se echa en falta ese trabajo de concepción que hace funcionar esa tecnología en nuestras cabezas y nos da información sobre quién la usa, dónde y cómo.

Shangri-La

Del mismo modo, narrativamente es cumplidor, pero poco arriesgado y compositivamente cuesta encontrar planos de escorzos y Shangri-La termina por ofrecer un resultado visual que puede llegar a caer en un exceso de frontalismo y puede resultar un tanto hierático. Afortunadamente es el uso del color el que sale mejor parado, ya que no sólo es crucial en la creación de ambiente, sino que desarrolla una evolución que aporta significado hacia el final de la obra.

No podemos decir que Mathieu Bablet haya hecho un mal trabajo. Estamos ante un autor de sólo 30 años que ha llevado a cabo un tomo de más de doscientas páginas con un desarrollo argumental complejo, un buen puñado de personajes con su propio entorno y mitología y un despliegue visual impresionante. El problema quizá Shangri-La quizá habría necesitado más de 600 u 800 páginas para abarcar con un mínimo de profundidad y solidez todo lo que Bablet ha querido volcar. No es de extrañar que sea la primera obra de esta envergadura que acomete y hasta resulta comprensible ese ímpetu por meter todos esos pasajeros que anidan en la cabeza de Bablet en el mismo vagón de metro en hora punta. Hemos visto pasajeros interesantes desde nuestra pequeña parcela de aire que apenas nos deja respirar y mucho menos exprimir algo de ellos. Tal vez el próximo viaje con Bablet, tengamos tiempo y espacio para charlar con alguno de ellos y puede que sea entonces cuando veamos lo interesantes que pueden ser.