Es la hora de las tortas!!!

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Reseña: “Y nunca volvió a suceder”

Durante el GRAF del pasado fin de semana pude charlar con varios amigos, artistas y editores, entre ellos Eduard y Rafa, responsables tras sus profusas barbas de DeHavilland Ediciones.

DeHavilland es una pequeña editorial independiente de Barcelona que desde 2012 lanza al mercado obras arriesgadas, de escaso tirón comercial, pero muy interesantes desde el punto de vista artístico y narrativo. De todas sus obras publicadas hasta la fecha, “Y nunca volvió a suceder” es la que más me ha calado.

Y nunca volvió a suceder
Sam Alden
A la venta en librerías a partir del 28 de mayo de 2015
Cartoné,  215 x 150 mm
168 páginas b/n
ISBN: 978-84-943232-4-9

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Este tomo reúne dos historias autoconclusivas de Sam Alden muy diferentes, tanto en su estilo gráfico como en el género, si bien el corte realista (autobiográfico en el primer caso, me atrevería a decir) es común a ambas.

La primera historia, Hawaii 1997, trata del descubrimiento del primer amor, que marca la transición de la infancia a la preadolescencia. Este primer amor es también el que nos deja huella de por vida, y aquí Sam Alden lo plasma magistralmente en una sola frase. UNA SOLA FRASE que he releído una y otra vez, empapándome de ella, hasta llegar a la conclusión de que qué cabrón, el tío lo ha clavado.

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El estilo de dibujo (directamente a lápiz) de Alden se presta a la confusión, pues si bien tenemos la sensación de estar leyendo un libro de bocetos inacabados, o un simple storyboard cinematográfico, la realidad es que este trazo rápido, fugaz, incompleto, define el personaje del pequeño Sam: un niño de 9 años tímido, con gafas, de personalidad aún por definir. Un niño al que unos juegos ya se le han quedado pequeños, pero sigue siendo demasiado joven para los juegos que vendrán. Entre ellos, el tira y afloja de reencontrar ese primer amor.

La segunda historia, Anime, nos muestra una realidad también conocida por muchos: esos jóvenes de hoy tan inmersos en el mundo del manga y el anime que se ven como extraños e incomprendidos en su propio país y ansían viajar a Japón, donde sienten que encajarían mucho mejor. Muchos conocemos a gente así, pero no llegamos a ver de verdad la tristeza que puede ocultar esa fachada de “frikis inadaptados”.

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Sam Alden nos presenta a una joven cuya vida se resume en trabajar en un sitio absurdo, leer manga y ver anime en su portátil, jugar a videojuegos e intentar congeniar con el resto de jóvenes de su edad. Tras mucho trabajar y ahorrar, consigue reunir el dinero suficiente para cumplir el sueño de su vida: viajar a Japón en compañía de su amigo. No obstante, el Tokyo real no se parece mucho al que vemos en las series de dibujos animados, y sus gentes no tienen los ojos enormes ni poderes mágicos.

Si bien en esta historia el trazo es más definido, menos abocetado que la anterior, juega también con esa personalidad confusa, de una norteamericana con el alma japonesa. Al igual que en la primera historia, Alden dibuja a la perfección con un simple lápiz el juego de luces y las sombras que acompaña a la historia.

Las sutiles transiciones de la alegría a la tristeza, el brusco despertar del juego infantil… Todo eso plasma Sam Alden con aparente facilidad sólo con la ayuda de un lápiz, y una plantilla de dos viñetas por página. Si después de ver esto hay aún quien crea que Alden sencillamente no sabe dibujar, le invito a que se dé una vuelta por Google Imágenes. No olvidemos que pese a su juventud ha sido ganador de dos premios Ignatz.