Es la hora de las tortas!!!

Es la hora de las tortas!!!

Los puentes de Moscú de Alfonso Zapico

Los puentes de Moscú de Alfonso Zapico
Guion
Alfonso Zapico
Dibujo
Alfonso Zapico
Formato
Rústica con solapas. 200 páginas. B/N
Precio
14€
Editorial
Astiberri Ediciones (Colección Sillón Orejero). 2018

Me vais a permitir poner un poco de ego en esta reseña, pero creo que es importante decir que soy vasco y tengo 40 años. He vivido de cerca todo lo que se relata en Los puentes de Moscú y he tenido la suerte de acceder a una información bastante más cercana que la que ofrece el sensacionalismo habitual de los medios. Probablemente una persona más joven o que viva en cualquier otra parte tendrá una percepción distinta, pero me gusta pensar que haber vivido casi de primera mano el llamado conflicto vasco (término al que Zapico pone hábilmente una nota distendida) otorga una cierta perspectiva a la hora de encarar esta obra.

Los puentes de Moscú de Alfonso Zapico

Los puentes de Moscú se centra en una conversación mantenida por Fermín Muguruza, músico, productor, columnista y activista, y Eduardo Madina, antiguo dirigente del PSOE, también columnista y víctima de un atentado. Ambos se reunieron en 2016 con motivo de una entrevista para la revista Jot Down y junto a ellos estuvieron el fotógrafo Humberto Bilbao y el autor de este cómic, Alfonso Zapico, ganador del Premio Nacional de Cómic en 2012 por Dublinés.

Con el estilo característico de Zapico, sin bordes en las viñetas y con abundancia de narración en off a medio camino entre el cómic y el libro ilustrado, Los puentes de Moscú repasa las vidas de Muguruza y Madina con el telón de fondo de las convulsas décadas de los 80 y los 90 en Euskadi. Un momento como el que vivimos en la actualidad con el desarme definitivo de ETA, se torna más que interesante para un libro con esta temática. Teniendo en cuenta el peso ideológico de los protagonistas de la obra, la participación directa de ambos en la historia reciente de Euskadi y el contexto y la perspectiva que nos ofrece el día de hoy, Los Puentes de Moscú parte de una posición francamente interesante.

Los puentes de Moscú de Alfonso Zapico

Sin embargo, y sin menospreciar el equilibrio y la fluidez con la que está armado el relato, da la sensación por parte de Zapico de querer llegar al máximo posible de público, desaprovechando quizá la posibilidad de indagar más en los motivos que llevaron al escenario que da pie a las historias de los dos protagonistas. La delicada situación del País Vasco en aquellos tiempos es tratada de modo un tanto somero perdiendo la oportunidad de un análisis que sólo hoy podría hacerse. Más allá de una cierta equidistancia, el problema de Los puentes de Moscú es una cierta falta de crítica a cada una de las partes implicadas en aquel el complejo momento histórico.

Hasta pasada la mitad del tomo, Zapico no entra en harina y desarrolla un repaso a la biografía de los protagonista un tanto liviano y excesivamente bienintencionado. Hasta cierto punto todo esto es comprensible si tenemos en cuenta el propósito y el leitmotiv que se repite a lo largo de toda la obra: la construcción de puentes. Zapico establece una voluntad de conciliación que se extiende a lo largo de las 200 páginas del volumen de Astiberri, pero queda la sensación de que los temas más espinosos son evitados en nombre del buen rollo, como metidos debajo de la alfombra en lugar de aprovechar el momento histórico para asegurarse de tener un suelo sólido sobre el que establecer el puente.

Los puentes de Moscú de Alfonso Zapico

El estilo suelto, caricaturesco y de narrativa cercana al cuento ilustrado, contribuye a aumentar esa sensación de obra para todos los públicos, que si bien consigue universalizar el mensaje de concordia, evita una reflexión más profunda que se insinúa hacia el último tercio de Los puentes de Moscú y que nos deja una pequeña fantasía de lo que podría haber sido esta obra.

Regusto agridulce es el que nos queda al terminar este último libro de Alfonso Zapico. Agrio por todo lo que nos deja ver que podría haber sido, pero dulce porque a pesar de todo, a todos nos gusta terminar con un mensaje esperanzador.