Jirobê y Tarôbe son dos hombres que tras toda una vida dedicada a un leal propósito, en el ocaso de sus vidas se plantean el sentido de vivir mientras viajan por tierras japonesas intentando sobrevivir al hambre y provocando la ira de dios y de Buda. Por el camino se irán topando con un estafador, un yakuza, un asesino en serie y unos cazarrecompensas.

En el volumen anterior dejamos a nuestros protagonistas investigando el asesinato de un samurai, y reconstruyendo los hechos con su viuda, bajo la amenaza de, si no lo esclarecen, pagarlo con sus vidas. Ahora esta investigación llega a su fin, lo que permite que ambos héroes salven el pellejo, no sin antes aprender una hermosa lección sobre la vida y el Ikebana (arte japonés de arreglo floral). Jirobê y Tarôbe continúan su camino por Japón, conociendo toda suerte de extraños personajes, timadores, prostitutas, yakuzas e incluso los guardianes de las puertas del cielo y el infierno.

¿Qué tiene Llegó la primavera que lo convierte en una serie que engancha tanto? Es esa capacidad que tienen Kazuo Koike y Goseki Kojima para crear personajes por los que podemos sentir una gran empatía. Hombres en el ocaso de sus vidas, que al haberlo perdido todo, nada temen, ni siquiera ir al infierno. Sin embargo, su ansia de cometer malas acciones para hacer enojar a Dios y a Buda no siempre obtiene el resultado que esperan, y se convierten en el hazmerreír de los que les rodean. Tal vez sean estas constantes desgracias y humillaciones, sumadas a las ocasionales victorias (como cuando se acuestan con alguna mujer o consiguen comer gratis gracias a alguna triquiñuela), las que les convierten en seres tan humanos como nosotros. No son esos superhombres a los que Koike nos tiene acostumbrados, como Itto Ogami (Lobo Solitario y su cachorro) o Mondo Kainage (El Hombre Sediento). Nuestros protagonistas son, sí, expertos luchadores, pero no es esa su mayor cualidad definitoria, sino su obstinación por hacer el mal, como dos viejos cabezotas.

Las obras de Koike y Kojima son auténticos tratados sobre la condición humana, sobre aquello que nos define como personas, o al menos tal como eran en la era feudal de Japón. En aquellos tiempos, el honor y el deber eran rasgos más acentuados en la sociedad de lo que son ahora, y aunque algunas de las cosas que podemos leer aquí nos suenen a chiste, no podemos pecar de presentismo y juzgar sus ideas y actos según nuestra mentalidad occidental actual. Las ideas de bondad y maldad, del cielo y el infierno, son para nosotros muy distintas de lo que se estilaba en aquella época. Por ejemplo, Tarôbe reprocha a un asesino que mate a gente para probar el filo de su espada, mientras que le daría igual si lo hiciera por odio o para robar. Los protagonistas de esta obra no vagabundean para hacer el bien, o desfaciendo entuertos, como cierto famoso ronin de orejas largas. Su objetivo es justamente el opuesto: hacer cuantas más maldades mejor.

Lo cierto es que, ahora que esta colección se acerca a su fin, hay más ganas que nunca de conocer el incierto destino de esta peculiar pareja de ancianos vagabundos. Queda también por saber con qué nueva serie de Koike y Kojima nos sorprenderá ECC para cubrir el hueco que dejará ésta.