Es la hora de las tortas!!!

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Leyendo entre líneas: Intrusismo

Si hay una palabra que ha estado rondando por la blogosfera comiquera esta última semana ha sido “intrusismo”. Una exaltada perorata del dibujante Sergio Bleda ha encendido la mecha y las opiniones han corrido por internet como la pólvora. Desde aquí nos preguntamos si llegará a estallar alguna bomba o si todo quedará en agua de borrajas.

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En resumidas cuentas, lo que Sergio Bleda quería expresar era su queja ante la falta de unas tarifas mínimas en el sector editorial. Al menos, en el comiquero. No obstante, esta reclamación se encuentra con dos importantes escollos.

El primero es que vivimos en una economía de libre mercado. Vale, algo intervenido por el estado, pero fundamentalmente libre. Esto quiere decir que una editorial, al haber libre competencia entre autores, puede poner a sus tebeos el precio que quiera, y puede ofrecer a los autores el dinero que quiera. Y del mismo modo, un autor puede llevar su obra a la editorial que quiera, y puede pedir por ella el dinero que quiera. O autoeditarse y asumir él el riesgo y los beneficios, pero de eso hablamos otro día.

El segundo escollo es que… no hay dos tebeos iguales. (A ver, ése del fondo que ha gritado “manga”, de cara a la pared). El trabajo de un autor profesional no será igual que el del “intruso” que malvende su obra. Será mejor o incluso peor, pero no será igual. Y posiblemente tampoco tendrá las mismas ventas.

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Cuando un editor (iba a usar el adjetivo “malvado”, pero no hay que generalizar) recibe la oferta de un “intruso” de publicar su obra “gratis”, es consciente de que la tarifa del autor no es el único gasto que va a tener: hay que pagar a los empleados, el alquiler del local, impuestos, luz, agua, la imprenta, la distribuidora… y tiene que sobrar algo para poder hacer la compra en el Lidl el sábado. De modo que por muy barato que le salga pagar al dibujante, aún va a tener que gastar dinero para sacar el tebeo a la calle. Por tanto, debe asegurarse unas ventas mínimas para recuperar la inversión y sacar un beneficio. Y esto sólo se consigue si la obra tiene perspectivas de venta.

Yo puedo presentarme en las oficinas de la editorial X con un montón de páginas debajo del brazo, regalárselas al editor y decirle “aquí tenéis esto. Publicadlo. Lo que saquéis, para vosotros. Yo no quiero nada, más que la satisfacción de ver mi obra en papel”. Pero si el editor no considera mi material vendible, da igual que se lo dé gratis, que no lo va a publicar. Así pues, el “intruso” peligroso no es el que malvende su trabajo, sino el que vende más que el autor profesional. Ahí es donde le duele.

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Aquí se enfrenta el muy loable afán por que la gente lea tebeos, contra el egoísta afán de que la gente lea “mis tebeos”. Y ojo, que no digo que el egoísmo sea algo malo. Estamos vivos porque somos egoístas. Tenemos casa, comemos caliente y compramos tebeos porque somos egoístas y nos quedamos con el dinero que ganamos trabajando, en vez de regalárselo a los niños de Biafra (donde la gente aún se muere de hambre, aunque no salga en los telediarios).

Ahora mismo se me ocurren dos casos muy representativos: el cómic de Cálico Electrónico y el de Jorge Lorenzo. El primero es una evolución lógica de un personaje que nació para promocionar una tienda de informática, consiguió una identidad propia con una serie online, lanzó su línea de productos (peluches y tal) y acabó protagonizando su propio cómic en papel. El segundo no es más que el capricho de un motorista al que le hacía ilusión ver su sueño adolescente en papel impreso, y se sacó este tebeo de la manga. En ambos casos, los autores tienen otros trabajos remunerados (en el segundo caso, muy bien remunerado), y podrían haber hecho estas obras gratis. Pero es que el editor ha visto público potencial y ha decidido tirar adelante el proyecto. Esto mismo lo presento yo, y las risas las oyen hasta los pingüinos del cono sur.

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Nos guste o no, el “intrusismo” ha estado siempre presente. Eso sí, cobrando. Si el colectivo de guionistas hubiera protestado con demasiada energía cuando los dibujantes decidieron guionizar sus propios tebeos, tal vez nos habríamos quedado sin el glorioso Regreso del Caballero Oscuro de Miller, la estupendísima Hulka de Byrne o el clásico Dreadstar de Starlin.

¿Y qué pasa cuando a un dibujante de cómics le encarga un amigo que le haga un mural para su tienda de discos, y como son colegas no le cobra un duro, sino que se van de cañas juntos? ¿Tiene derecho a quejarse el colectivo de diseñadores e ilustradores profesionales por ese intrusismo? ¿O cuando un escritor de cómics se pasa a escribir novelas? Vamos, lo que faltaba sería que una guionista de cine se metiera a Ministra de Cultura. ¡Acabáramos!

O hablemos de modelos convertidas en actrices, actores convertidos en escritores, escritores convertidos en presentadores de televisión y presentadores convertidos en cantantes (el día que Arguiñano saque un disco temblará la industria discográfica). ¿Son profesionales? No, pero venden más que muchos licenciados de la RESAD, talleres de escritura, facultades de periodismo o escuelas de música. ¡El disco de Jesulín fue número uno en ventas!

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Por no decir que ahora los bancos hacen seguros de hogar, regalan ordenadores, bicicletas y viajes al caribe. ¿Y acaso protestan las aseguradoras, los negocios de informática, las tiendas de bicicletas o las agencias de viajes? No. Simplemente se dedican a diferenciarse, a dar un valor añadido a sus productos, a ofrecer cosas que los bancos no pueden ofrecer.

Tal vez deberían hacer lo mismo los autores profesionales, si quieren ganarse la vida con su trabajo: presentar trabajos interesantes, que vayan a vender, y por los que las editoriales estén dispuestas a pagar un dinero justo. Porque si estos autores no ofrecen obras comerciales y vendibles, llegará un “intruso” que sí lo hará, y además por menos dinero. Y entonces será el llanto y el rechinar de dientes.