Es la hora de las tortas!!!

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Reseña: King City 1 y 2

KING CITY 1 y 2

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Guión: Brandon Graham
Dibujo: Brandon Graham
Edición original: King City 1 al 12 (Tokyopop, Image Comics)
Formato: Rustica, 192 págs. y 200 pags. Bitono
Editorial: Random House Mondadori. Colección Debolsillo
Precio: 9.95 € c/u.
Fecha de publicación: Mayo y Octubre de 2012

Aprovechando que este mes acaba de salir en primer tomo de la alabada Prophet, es buen momento para hablar de la que hasta ahora era la obra principal de su guionista. Hablamos de King City y de Brandon Graham, que en esta ocasión hace las veces de autor completo.

Intentar definir en pocas palabras un cómic como éste es cuanto menos arriesgado, pero si tengo que atreverme, diré que King City es como cruzar Transmetropolitan con Hora de Aventura.

Antes de explicar el delirio que acabáis de leer, tal vez sea preciso situaros un poco mejor en la obra de la que hablamos. En España ha sido Random House Mondadori la encargada de reunir en dos tomos lo que en los USA salió en 12 números, comenzados a publicar en Tokyopop y concluidos en Image. Todo empieza cuando Joe vuelve a la futurista y sobrecargada King City después de formarse como amo de gato, una especie de ladrón ninja que utiliza un gato como arma multiuso (os aseguro que no os podéis imaginar el alcance de la palabra multiuso en este comic).

Desde este punto asistiremos a reencuentros de viejos amigos y amores perdidos, misiones secretas, engaños y hasta una gran conspiración de proporciones cósmicas, todo ello aderezado con ninjas, zombies, monstruos lovecraftianos e idas de olla de todos los tamaños, formas y colores.

Como supongo que no se os habrá olvidado el símil que utilizaba para definir esta serie un par de párrafos más arriba, me temo que no me queda más remedio que respaldarlo con algunas líneas. King City participa de ese ambiente cyberpunk presente en la obra de Warren Ellis y Darick Robertson. En King City somos habitantes de una ciudad futurista, recargada, sucia y corrupta, pero lejos de la gravedad de otras compañeros de género, este comic destila una delirante inocencia (tanto en el desarrollo argumental como en el apartado visual), que es capaz de colar el surrealismo más hardcore con una increíble ligereza y sin que apenas notemos un leve sobresalto.

El motivo principal de esto es una de las cosas que más llaman la atención de King City. El ingente número de ideas por viñeta que con que nos apabulla Brandon Graham, una vez pasadas esas primeras páginas en las que no sabes muy bien dónde te has metido, no sólo no molestan, sino que enriquecen la lectura. Los abigarrados ambientes de King City están plagados de pequeños chistes y detalles que ayudan a ambientar y que trabajan además en una segunda y engañosa vertiente. Y es que mientras Graham va disponiendo las piezas en su tablero, podría llegar a asomarse la sensación de vacío argumental, de que la trama no avanza. En cambio, en un disimulado subterfugio, nos va dejando mil y un pequeñas y bizarras distracciones aquí y allá, un cartel por aquí, un personaje de fondo allá y cuando te quieres dar cuenta estás en medio de todo. La trama se ha dispuesto en torno a nosotros sin enterarnos. Y es que en este cómic muchas veces lo más pequeño importa mucho más que lo más grande. Un ejemplo del punto hasta el que llega esto es que se llega a atrever a dejarnos el gran final en off para y en su lugar mostrarnos una solución totalmente anticlimática (que al terminar de leer se antoja mucho más adecuada).

Y es que se nota que es una obra para el mercado independiente y hecha totalmente a capricho del autor, casi como si en cada viñeta pudiese permitirse ir improvisando un poco. Como lector no podemos dejar de percibir esa pequeña desorganización, pero la frescura con la que está aderezada resulta en que terminamos por ser partícipes voluntarios de esa conducta errática al leerlo casi como si fueramos sin rumbo fijo, distrayéndonos con los detalles y decidiendo cuánto tiempo pasamos en cada viñeta.

Más allá de lo puramente narrativo, se ha hablado de un dibujo de estética manga, pero más se debe a la simpleza y cartoonización de los personajes que a una herencia real del cómic nipón. Podriamos decir que estaría más cercana a un Geoff Darrow simplificado o incluso, como el propio autor ha comentado alguna vez, al desaparecido Moebius. Si bien está lejos de la sofisticación y oficio de cualquiera de los dos anteriores, el resultado es un estilo efectivo y sorprendentemente funcional y fresco pese a sus carencias, con ciertos toques de cartoon y grafitti, que por intentar de nuevo definir con una frase, sería como cruzar a Sergio Aragonés con Bryan Lee O’Malley.

La verdad es que no puedo evitar al descubrir comics como este una cierta sensación de hallazgo, como una especie de cazatesoros que hubiera encontrado una vieja y preciada reliquia. Descubrir una obra de este tipo de un autor desconocido y en una edición bonita y económica como la de Mondadori es sin duda un soplo de aire fresco.